miércoles, 29 de noviembre de 2023

QUE SUCEDIÓ CONMIGO LA NOCHE QUE EL EJERCITO OCUPÓ CU.

Esto sucedió como las 7:30 PM de la noche del 18 de septiembre de 1968. Teníamos tomada la Escuela de Odontología protestando para que nos cambiaran al Director y en ella nos encontrábamos varios compañeros. En la Secretaría General de la Escuela estaba un compañero (le nombraré “Arnulfo”), trabajando en un mimeógrafo, haciendo volantes para difundir un mensaje del Comité Nacional de Huelga. Yo tenía un compromiso con unos dirigentes en un restaurante llamado San Remo (ya no existe) situado en la parte sureña de la avenida de los Insurgentes a las 8:30. Así que ya me iba de la Escuela y al pasar por la Secretaría me topé con Arnulfo. —Arnulfo, ya me voy. Traigo coche y si quieres irte conmigo te doy un aventón… —Muchas gracias, Farill, pero me voy a quedar a seguir imprimiendo. Quedé de entregar estos boletines mañana temprano. Lo que no sabía yo, pero luego intuí, es que él tenía una cita amorosa con una muchacha y seguramente quería quedarse a solas con ella. En el cuarto piso de la Escuela, en donde estaban las clínicas de Exodoncia y de Cirugía Máxilo-Facial había dos o tres recámaras, con todo y su mobiliario para dormir, que se llamaban “cuartos de recuperación”. —Bueno—repuse—no te quedes muy noche y recuerda cerrar la Escuela con llave… “Picarón”, pensé. —Así lo haré. Tomé mi auto y me fui a casa a cambiarme de ropa y dirigirme al restaurante. Unas dos horas después, serían las 9:30 PM estaba yo en el restaurante, cuando todos los comensales alcanzamos a escuchar muchos ruidos metálico muy fuertes que venían de la Avenida. Me sobresalté y asomé por la puerta. Estaban pasando por la gran Avenida una enorme cantidad de tanquetas y carros del ejército repletos de soldados, dirigiéndose a CU. Luego luego pedí prestado el teléfono del restaurante y llamé a la Escuela para advertirles que se huyeran. Estando Arnulfo en la Secretaría, en donde estaban los teléfonos, no dudé que escucharía mi advertencia. Pero no contestó a la primera. Ni a la segunda ni a la tercera ni a ninguna. Seguramente estaba en su cita… Luego se apagaron las luces de la calle y misteriosamente se cortaron los teléfonos. Para no hacer el cuento largo, los soldados capturaron a Arnulfo y se lo llevaron. Luego me enteré que al Campo Militar 1. Tres o cuatro años después me encontré a Arnulfo en la calle. De aquel muchacho rebelde, que conocí en la Escuela, vestido como estudiante, con el cabello alborotado, ahora me topaba a un joven vestido de traje y corbata y bien peinado. Era secretario particular de un político. La captura lo había cambiado. Me entristecí

viernes, 24 de noviembre de 2023

EL DIA EN QUE ME CONFUNDIERON CON UN MEDICO

Era 1967 cuando nos cambiamos de casa. De la Colonia del Valle a Copilco-Universidad. Pero era casi la única casa que había en esa cuadra, entre Cerro Acasulco y Cerro Tuera. No había comercios pequeños alrededor: panadería, tortillería, misceláneas (¿se acuerdan de ellas?), tintorería, etc. En la del Valle era al revés: sobraban estos establecimientos tan necesarios para la vida diaria. De manera es que a veces cuando yo regresaba de la Escuela de Odontología a comer, tenía que ir a comprar bolillos a la panadería más cercana, que estaba sobre Miguel Ángel de Quevedo hasta la entrada al centro de Coyoacán. Naturalmente, iba yo sin quitarme el uniforme blanco, con el que teníamos que asistir a las clínicas que llevaba yo en aquel año. Iba yo en el tercer año de la carrera. Compré el pan, subí a mi auto y me dirigí hacia la casa, pero yendo por Miguel Ángel de Quevedo hacia Av. Universidad me topé con un embotellamiento. ¿Qué pasaría?, me pregunté. Había una persona atropellada a la mera mitad del arroyo vehicular, que impedía el paso fluido del tráfico. Estaba yo tras el volante cuando vi que se dirigían hacia mí unos señores. Viendo que estaba vestido de blanco, uno de ellos gritó en dirección al atropellado: —¡¡Aquí hay un médico!!—y me conminaron a bajarme del auto y a seguirlos. Iba yo muy nervioso, pues muy poco sabía yo de atender traumatizados. Menos que ahora, desde luego. Pues bien, me encontré frente al caído, que apenas movía las piernas, pero tenía los ojos entreabiertos. No había sangre excepto en su cabello porque se había descalabrado. Me hinqué a su lado y le pregunté qué parte de su cuerpo le dolía más y me señaló con la mano la pierna derecha. Entonces estaba yo rodeado de curiosos, a los que ordené se hicieran hacia atrás para “darle aire” al caído. Le levanté un párpado y noté que la pupila se contraía, buen signo neurológico. Me voltee hacia el público y les dije en voz alta: —¡No hay shock! Todos emitieron una exhalación ruidosa, como diciendo “menos mal”. Hagan de cuenta que les dije que el caído estaba vivo. Todos respiraron, sonrieron y casi aplaudieron. Yo me sentí muy bien: como flotando. En eso, llegó un paramédico de la Cruz Roja que ya habían llamado anteriormente. En esos tiempos la Ciudad se podía cruzar muy rápidamente. Esos paramédicos sí saben qué hacer. Créanmelo porque ya me atendieron una vez a mí y hasta tomamos varios cursos de Primeros Auxilios cuando fui Presidente de la ADDF muchos años después. Me dijo el paramédico—¿Cómo lo ve usted?—y le dije lo que había hecho y de lo que se quejaba el caído. ¡Uuufff! Me alivió saber que ya me podía (tenía) ir de regreso a la casa. Vi cómo colocaban al accidentado en una camilla y le inmovilizaban la cabeza y se dirigieron a la ambulancia. Me levanté (estaba en cuclilas) y recibí varias palmadas en la espalda de los curiosos que había observado mi proceder. Yo, por si las moscas, me palpé la cartera para ver que todavía estaba ahí, ya saben ustedes… Regresé a la casa y comimos acompañados de unos buenos bolillos. Por cierto: los invito a que tomen un curso de primeros auxilios en la Cruz Roja (en ninguna otra parte). Lleven a su personal y a sus familiares interesados. Tal vez, no lo deseo, algún día les puedan salvar la vida a ustedes.

miércoles, 18 de octubre de 2023

¿Cómo se siente atender a un Presidente de México?

Por ahí de finales de 1982, porque asumió la Presidencia el 1º de diciembre de aquel año, hizo una cita odontológica conmigo el personal del Presidente Electo Miguel de la Madrid Hurtado (MMH). Nos conocíamos porque yo había trabajado en la Secretaría de Programación y Presupuesto bajo su mandato, colaborado en su campaña política y le había atormentado con dos o tres discursos durante su campaña. Desde antes, le había entregado semanalmente las publicaciones que bajo mi responsabilidad en la Dirección Editorial se hacían en esa Secretaría de Estado. Además, también durante su Campaña le había organizado un “encuentro con la profesión” en la fastuosa y elegante Aula de la Academia Nacional de Medicina en el Centro Médico Nacional. Aquí hay una foto de eso acto. Socialmente, habíamos estado juntos en dos convites en casa de Miguel González Avelar, en donde me tocó oírlo rasgar la lira y cantar y conocí su ingenio y excelente sentido del humor, acompañado de su inseparable esposa Paloma. Le dieron la cita odontológica el día y la hora que escogieron sus ayudantes (no recuerdo el día entre semana, pero sí la hora: las 7 AM). Ignoro si acudió por su voluntad o por la recomendación de Miguel González Avelar o de mi otro amigo, su médico personal, el Dr. Leobardo Ruiz, a la sazón Director General del IMAN. Apercibí a mi personal a que estuviera puntualísimo tres cuartos de hora antes de la cita y que comprobara que todo funcionaba (sí: funcionaba) y que echara a “andar” la compresora y el sistema de vacío. Llegué a mi consultorio en Av. Universidad a las 6:20 aproximadamente con la sorpresa de que no había ni un automóvil estacionado en ambas aceras de la avenida (muy transitada, era a 1.5 km. de la entrada de CU). Ignoraba yo que las grúas de tránsito se los habían cargado a todos a los corralones. Eso me atrajo la mala voluntad de varios vecinos. Al llegar a mi consultorio noté que había varios hombres vestidos de oscuro con traje y corbata pululando por el garaje de 6 autos que solíamos tener y que la puerta de entrada estaba abierta, con la cuidadora del consultorio caminando como gallina sin cabeza entre aquellos “elementos”. Fue un alivio para ella verme llegar. —Doctor, estos hombres son del Estado Mayor. Que dizque va a venir el Presidente… —Si, Luz—un personaje inolvidable—. Así es. No debe tardar en llegar. ¿Quiere que se lo presente? —UUy, entonces mejor voy y me pongo algo más elegante… Estacioné el auto y entre al consultorio: había gente del EM en la azotea, en el jardín que había atrás de los consultorios y, en general, en todos lados. Gente muy correcta eso sí. Muy saludadores y respetuosos. MI personal estaba listo y vestido como debía ser. Me tocó ver cómo llegaba el Presidente: viajaba en caravana de “hilito” (uno tras otro) de unos 5 o 6 autos. Al llegar a cierto punto de la avenida, dos de ellos con precaución bloquearon el paso de autos por la avenida—en la que por la hora no había mucho tráfico—, mientras que el auto en donde viajaba el Presidente entró en el garaje, el que inmediatamente fue tapado por los demás autos para que no le bloqueara nadie el paso o la salida. En esa ocasión viajaba en una camioneta negra Ford Fairmont. También negros eran los otros autos. Entró MMH vestido con un traje gris perla con su acostumbrado paso marcial y muy erguido, seguido por dos militares. Uno era un Capitán y otro un Coronel (aún no lo habían ascendido). Nos saludamos afectuosamente y lo invité a pasar a hacerle unas radiografías de control. Al ir a entrar al cubículo que teníamos dispuesto para atenderlo, quiso entrar el coronel y le supliqué me dejara solo con el Presi. No quería, pero el mismo Presidente le indicó que lo esperara en la sala de recepción (en el consultorio no tenemos sala de ESPERA, porque no hacemos esperar, sino de RECEPCIÓN). No le gustó nada. Revisé la boca del Presidente. Sus radiografías estaban como si le acabaran de salir los dientes y molares. Mientras comentábamos y revisaba yo su boca, porque él la tenía abierta, le indiqué cómo prevenir las enfermedades estomatológicas—aunque creo que no me hizo mucho caso, porque cuando lo volví a ver, años después en el consultorio que le pusieron en su casa, ya tenía dos trabajos en la parte superior de su boca. En verdad, el sentimiento que tuve fue de mucho respeto y afecto y poniendo un cuidado extra al normal porque él me había confiado su salud bucal. Y una cosa es el amigo y el funcionario y otra muy diferente el encargado de cuidar de ésta. Al salir, tras de dejarle impecable su boca y dientes y aplicarle fluoruro, que funciona mejor en adultos que en niños, salió con una gran sonrisa dándole las gracias a todos, incluso a Luz. El coronel, muy serio, lo seguía tratando de apresurar su paso y eso me hizo pensar: —Perdón— le dije a éste último—¿a quién le mandamos el recibo de honorarios? —¿Le va usted a cobrar al señor Presidente de la República?—acotó el coronel, haciéndose el sorprendido. —Sí, señor coronel. Yo les tengo que pagar horas extras a mi personal y mi tiempo lo vale, así que ¿a dónde paso a recoger el cheque? Para esto, el Presidente se estaba subiendo a su camioneta. —¡Ejem!—espetó el coronel. —Mande usted el recibo a…. y me dio una dirección cercana mientras me echaba una mirada eléctrica. El Presidente se despidió de todos nosotros. Me visitó una o dos veces más (el coronel para entonces ya era General) y luego ya no supe dentalmente nada de él porque creo que lo empezaron a atender los dentistas militares. Uno o dos años después me llevó el Dr. Leobardo Ruiz a la casa del Presidente a que le colocara una Prótesis de Avance Mandibular, cosa que hice en su consultorio particular (que por cierto era una unidad con su sillón de Dentadec). Pero ahora ya sabía en dónde entregar mi recibo. Años después tuve el gusto de recibirlo en mi casa, porque un grupo de jóvenes con ansias políticas lo invitaron a que les diera una ponencia sobre su entonces más reciente libro. Ahora era Director del Fondo de Cultura Económica. Adjunto la foto cuando me está dedicando un ejemplar. ¡Un tipazo honrado, bien plantado, enérgico y sumamente simpático y agradable al que le tocó una época económica y políticamente muy difícil, no sólo nacionalmente, sino en todo el mundo! Las mujeres decían, además, que él era guapo. .

miércoles, 4 de octubre de 2023

El 2 de Octubre no se olvida... ¡a pesar de sus 55 años!

Es de risa loca constatar que siga existiendo la “Marcha por el 2 de Octubre” a tantos años de los sucedido. Y da risa porque los que encabezan la marcha son unos viejitos carcamanes (cada año menos y menos porque van muriendo) y un puñado de jovenzuelos que ni siquiera habían nacido cuando este acontecimiento tuvo lugar. Estoy seguro que muchos de ellos ni siquiera saben dónde es Tlatelolco. En 100 años ninguno de nosotros estará aquí y todo lo que vivimos será historia antigua. Tlatelolco lleva 55 años y la Revolución 110. Fue un hecho lamentable y doloroso que tuvo su origen en el entonces Secretario de Gobernación Luis Echeverría, saltándose la autoridad del Jefe Máximo Gustavo Díaz Ordaz,entonces Presidente . El tiempo pasa inexorable y el 68 ya es historia, como la Revolución Mexicana que dejó más de un millón de muertos y a la que los jóvenes historiadores de hoy llaman “La Guerra Civil entre facciones”. Cómo se ve que no perdieron a algún ser querido en esa gesta o que no tuvieron un padre o un abuelo que les relatara lo que vivieron. Uno testigo presencial y amigo mío, Luis González de Alba (QEPD), miembro prominente del Consejo Nacional de Lucha, que fue encarcelado por lo mismo y que escribió inteligentemente varios libros sobre lo sucedido, explica muy bien en estos textos cómo ocurrieron los hechos de esa triste día. Recomiendo a los lectores que consigan sus textos “Los Días y los Años” (escrito durante su estadía en Lecumberri), “Aquella tarde en Tlatelolco” y “Las Mentiras de Mis Maestros” para que sepan con claridad que sucedió y cuántos muertos hubo. En fin: dentro de un año la marcha contará con menos viejitos y más jovenzuelos que se dejan llevar sin conocer bien a bien qué diablos están haciendo…

viernes, 15 de septiembre de 2023

Soy el Fan # 1 de Marco Antonio Muñiz.

Cuando se trató de escoger entre seguir a los roqueros o a los bohemios —¡uuuuhhh, hace tantos años!—, y habiendo sido yo mismo roquero hasta entonces, al escuchar las canciones de amor, los boleros, los pasillos, los tangos, me decidí continuar por el camino de los bohemios. Mis amigos ahora se burlan de mí porque no reconozco a Creedence Clearwater Revival de Led Zeppelin, y apenas admiro a los Beatles y, desde luego, a Queen. Pero las canciones conquistadoras, las que llegan al corazón, siguen siendo lo mío. Estoy hablando de 1963 más o menos. Unos años después, acompañado por mis amigos (entonces matrimonio) Carlos Bellamy y Esperanza Ortiz Gea, y por mi novia amantísima Marcela Vivanco (con la que sigo casado 51 años después), fuimos a ver un show a un cabaret que estaba en la Glorieta de Insurgentes y Ángel Urraza, allá por la Ciudad de los Deportes y la Plaza de Toros México. Ese show era dividido por tres números, el primero era de algún cantante que empezaba, el segundo era Marco Antonio Muñiz y el tercer acto era nada menos que con Olga Guillot, la señora de la canción romántica. Ella no sólo cantaba, sino que “te fajaba” con su voz y estilo. Nos la pasamos muy bien, y creo que fuimos un buen público, porque al final cantaron al alimón Olga y Marco. ¡Algo inolvidable! Por cierto Carlos sigue siendo un bohemio romántico que se sabe la mayoría de las letras de las canciones románticas en español, incluyendo las que le enseñó su padre, quien también tocaba la guitarra con canciones naturalmente de sus tiempos. Desde entonces, esto ha de haber sido en los años 70 o 71, quedé atraído por el estilo y la estupenda voz de Marco Antonio Muñiz, ahora llamado “El lujo de México”. Marcela mi esposa lo atendió una vez en su consultorio porque ella hacía la parte odontológica de los exámenes completo que hacían los hospitales. Y en verdad, no creo que haya nadie de los actuales que lo pueda sustituir, ni por voz, ni por estilo, ni por categoría. ¡Qué lástima! Mi esperanza era José José, pero por la vida que llevó se nos fue muy pronto. Marcela y yo, y luego mis amigos, hermanos y compadres seguimos a MAM durante toda su vida profesional, y acudimos a sus shows en el Premiere, en el Fiesta Americana, en el Auditorio Nacional y en Bellas Artes. Ahora cuento con la colección completa (en vinilo) de sus 53 discos originales, porque ahora la disquera está haciendo reediciones de algunos de sus discos cambiándoles de nombre. Un día estaba yo en el consultorio cuando me habló mi entonces amigo Rubén Malpica para decirme que si quería platicar con Marco me fuera “volado” a su consultorio, porque iban a operar a una pariente de él. Ni tardo ni perezoso me fui para alá, a la Colonia del Valle, y efectivamente platique una media hora con él y logre que me autografiara uno de sus discos. Otra ocasión, Marcela mi esposa, atendía dentalmente al Director de su disquera, quien con su esposa nos invitó amablemente a ella y a mí a uno de sus shows en el Hotel Fiesta Americana de Av. Reforma. Tras el show, el director nos llevó a la suite en donde Marco atendía a sus amigos. Resultó ser un hombre agradable, simpático y ocurrente. Recuerdo de esa vez a a María del Sol y a Manzano ( Henrruchitode los Polivoces). Tomamos unas copas y nos invitó a Marcela y a mí a quedarnos en su suite (él ya se iba a su casa junto con sus invitados), a lo que nos negamos. Ya casi amanecía. Me aprendí muchas de sus canciones, aunque como ustedes de sobra sabrán me falta su voz —que tiene una tesitura amplísima, esto es: llega a tres escalas, un aire inagotable en una voz varonil, metálica nada nasal y muy cuadrada (no se atrasa ni se adelanta). Nadie de los ahora cantantes puede decir esto. O presumir que aparece con María Félix en la película La Cucaracha. Su época de oro creo yo fue en los años 70-90. Después se dedicó a promocionar a sus hijos que cantan muy bien, sobre todo los menores (creo yo). Su CD llamado Bohemia, con Manzanero, Jose José y Di Blasio (al piano) es una verdadera joya. Y mis favorito son Con la Rondalla Tapatía y en el que aparece haciendo duetos con JA Jimenez, Agustin Lara y Lucha Villa, mi paisana. No cabe duda, cuando uno tiene talento, está destinado a triunfar. Aunque haya sido flaco y bigotón, como él. ¡Saludos, Marco!

viernes, 8 de septiembre de 2023

El Gordo, un cuate inolvidable.

Estamos en 1969. Mis amigos y yo nos volvimos muy adictos a asistir a un restaurante-bar llamado “Ingrid” en la glorieta SCOP, en Av. Universidad, Cumbres de Maltrata y Dr. Vértiz. Ahí hacíamos nuestras tertulias y bebíamos cubas libres. Todavía guardo algunos vasos de ese sitio. Escribo esto porque ya cuando estábamos en 5º año de la carrera andábamos todo el día vestidos de uniforme blanco. Éramos doctores, después de todo. Y esto lo narro para hablar de “El Gordo”. Este personaje que no sé de dónde salió, era muy amigo de uno de mis cuates. Era un hombre muy alto y sumamente corpulento, yo diría que pesaba unos 200 kilos. Era muy rico, pues poseía muchas zapaterías en la Ciudad. Estaba casado con una mujer bajita y delgada. Ambos tendrían entonces unos 45 años. Ella decía que era la única mujer que sentía dos orgasmos cada vez que hacían el amor: uno cuando sentía el orgasmo en sí, y otro cuando el Gordo se “bajaba” de ella. Pues este Gordo una vez nos invitó, éramos unos cinco amigos jóvenes, a comer al restaurante La Mansión que está en A. Insurgentes, casi esquina con Concepción Beistegui. Por allá por el WTC. Tomamos bastantes cubas antes de comer, y luego, cuando se acercó el Capitán de meseros, el Gordo le dijo: Nos trae la carta, por favor… A lo que el mesero respuso: las tienen frente a ustedes, señor. No, le dijo el Gordo, tráiganos toda la carta: todo lo que contiene su menú, nomás de poquito a poquito. Y tráiganos dos botellas de este vino, y señaló a uno (a mí entonces me daba lo mismo, era la fatídica pero indispensable época del Calafia). El mesero se quedó boquiabierto y repitió la pregunta, obteniendo la misma respuesta. Debo aclarar que entonces la carta de La Mansión no era tan vasta como la de ahora. Nos trajeron la carta y de poquito en poquito, probamos todas las sopas, todos los cortes de carne, las ensaladas y los postres, escanciados con vino y más cubas. Nos tardamos unas dos horas y media, pero nos despachamos toda la carta. Claro que el Gordo comía por tres o cuatro de nosotros. Hasta los cafés nos tomamos. Al salir yo sentí como que me había comido a un perro vivo, porque algo se movía en mi panza. Del Gordo—y me da pena no acordarme de su nombre— se contaba la anécdota de que una vez, al inaugurarse el hotel El Presidente en la Glorieta de la Diana en Acapulco, había ido al bar de la alberca. Como era Gordo y hacía un calor acapulqueño, estaba sudando a mares (siempre estaba sudado). Se sentó en la barra del bar con palapa y le dijo al cantinero, mientras se secaba el sudor que le escurría por el rostro con un pañuelo: “Tráeme la cuba más grande del mundo…”. Se refería a una en un vaso grande, claro. Pero el mesero, que ha de haber sido bromista, puso en una jarra para agua una botella de ¾ de ron Bacardí blanco, dos coca-colas gigantes, jugo de limón y mucho hielo y se lo sirvió al Gordo, que se le quedó viendo al cantinero. Aceptó el reto y poco a poco se acabó esa cuba. Pero, no conforme y por seguir la broma, le hizo al cantinero la señal universal de mover el dedo girándolo para ordenar lo mismo. Ahora el que se quedó boquiabierto fue el empleado, pero le sirvió una segunda botella igual que la otra. Claro que no fue en media hora, el Gordo dejaba pasar el tiempo. Ya la gente se arremolinada alrededor de la cantina—y ordenaba bebidas—para ver si sería capaz de beberse la segunda cuba “más grande del mundo”. El Gordo se la fue chiquiteando—como se dice—y ¡se la acabó! La gente no lo podía creer. Entonces, viendo que el negocio de la cantina había sido un éxito, el cantinero le puso oootra al Gordo, y le dijo: esta es de la casa… Y una hora más tarde el Gordo la terminó. Claro que se hizo famoso en ese bar—que era elegante—y en Acapulco. En 4 ó 5 horas se tomó, sin emborracharse, tres botellas de ron y seis de coca cola gigante. Bueno, pero esto viene a cuento porque una tarde que estábamos llegando al Ingrid, uno de mis cuates me dijo que el Gordo había decidido regenerarse y bajar de peso y para ello se había internado hacía una semana o dos en el Instituto Nacional de la Nutrición, que entonces estaba en la Colonia de los Doctores. ¿Vamos a verlo?, me preguntó. ¡Vamos!, le repuse y nos fuimos en mi carro. Entramos al hospital, preguntamos cuál era su cuarto (en el área de los que pagan, claro) y tocamos la puerta en el momento que su señora, la menudita, salía gritando como loca que ¡el Gordo se acababa de morir! Efectivamente, asomándonos al interior vimos al Gordo inerte, sin camiseta, sobre la cama. Sugerí a mi cuate a que fuera a buscar a un médico y mientras la señora me llevó hasta el Gordo y me hizo escucharle el corazón que, desde luego, ya no latía. ¡Me pegó mi oreja a su pecho! Llegaron mi cuate y el doctor y éste, desgraciadamente, certificó la muerte. El Gordo, la leyenda, había dejado de existir tras perder apenas 80 kilos o algo así. Su corazónsote no aguantó. Descanse en paz el buen y generoso Gordo.

miércoles, 30 de agosto de 2023

Novela, Cuento, Amistad con Escritores Jóvenes

Ya después de publicar mi primera novela,
las cosas cambiaron: me plagiaron un cuento en la Editorial Diana (El Cuento Erótico en México, recopilación de Enrique Jaramillo Levy, 1975) quien tenía por Director Editorial a un hombre apellidado Gayosso y que me concedió el descuento de autor en sus libros a cambio del robo. Don Edmundo Valadés—un ejemplo a seguir—me “plagió” otro para su prestigiada revista El Cuento y me atreví a llevar una colaboración a nada menos que la Revista de la UNAM, un cuento bellísimo (creo que de lo mejor que he hecho) dedicado a Marcelamia, titulado “Mariposa”. Fue curioso lo que pasó con ese cuento que tiene mucho de realismo mágico. Creo recordar (hace ya 52 años de esto) que íbamos Marcela y yo a entregar mi colaboración a la Dirección de General de Asuntos Culturales, de Don Gastón García Cantú, y la entregué en sobre cerrado a una de sus secretarias. No quería que Don Gastón me negara el privilegio en persona. Marcela y yo nos fuimos inmediatamente hacia los elevadores cuando escuché la voz de Don Gastón que gritaba: “¿Dónde está el alumno de Odontología que acaba de traer un cuento?”. Me estremecí y regresando sobre mis pasos le dije (traía sus lentes puestos sobre la calva coronilla) “Soy yo, Maestro…”. Me respondió algo que me enorgullece y que a la vez me entristece: “¡Felicidades, compañero! Es la primera vez que recibimos una colaboración de la Escuela de Odontología…”. Y se fue. Al poco tiempo, y con ilustraciones de Jaime Goded, apareció mi cuento en la mencionada y prestigiada Revista de la UNAM. Que yo sepa, soy el único odontólogo que ha publicado ahí. Desde 1968 me hice muy amigo de José Agustín,
ahora perjudicado por el Mal de Parkinson, y de René Avilés Fabila
(QEPD), los tres antiguos alumnos de Arreola, pero ellos con mucha más formación literaria que yo y, sobre todo, ellos muy influenciados por el célebre “alco-escritor” José Revueltas, comunista irredento y soez, aunque extraordinario escritor (ver “Los Muros de Agua” sobre sus experiencias en las Islas Marías, a donde fue enviado por antagonizar al régimen). Incluso Marcela y yo fuimos invitados a beber y cenar a casa del primero, en donde me hizo una “carta astral”, pues le daba por el budismo aunque era un descreído. Con René hice mejor y más duradera amistad a pesar de que el muy orate era comunista en ese entonces, incluso pertenecía al Partido Comunista. Cuando nos juntábamos los tres hacíamos sinergia en la creatividad, hablábamos de escritores, mujeres y chismes y nos contábamos chistes o los inventábamos, pero cuando ellos empezaban a meterse drogas, yo pasaba. A Agustín le gustaba todo además del alcohol aunque nunca soltaba la mota. A René le gustaban la mota y el alcohol. Este último, comunista-comunista, pero se compró coches caros deportivos—incluso con uno de ellos protagonizó un escándalo periodístico como en 1975—, era muy presumido y vestía muy bien (y no era mal parecido) y tenía mucho pegue con sus “nenas”, como les decía. Finalmente vivió en la Av. Zacaltépetl en el Pedregal de San Ángel. La única que pudo controlarlo, cuando éste ya era mayorcito fue su esposa Rosario Casco. La última vez que lo vi, siendo los dos profesores de la UAM-X (él era Jefe del Departamento de Política y Cultura), todavía traía novias arrastrando a pesar de que ya tenía 33 años. Esa fue parte de la “Generación de la Onda” como le puso la maestra Margo Glantz, y que nosotros reíamos al escuchar esa definición. Ellos dos, junto con el consentido de Agustín, el agobiante, sangrón y alcohólico (pero de veras) Parménides García Saldaña, que era muy loco, agresivo y grosero. Le echó a perder su fiesta a Carlos Fuentes en la cantina “la Ópera” por una borrachera que se puso e insultó a los presentes. sin duda fue el drogadicto mayor que he conocido. Hubo que internarlo en un siquiátrico más de una vez pues trató de matar a su propia madre. Se dejó morir en su casa en 1982. PD. Mi novela Los Hijos del Polvo estuvo 10 semanas entre los 10 libros más vendidos en México.

Mi coche y algunos recuerdos de la Prepa 5

Era 1962. Mi padre siempre me había amenazado con que yo “nunca tendría coche” o si acaso “una carcachita para que me entretuviera arreglándola” y eso a mí me daba coraje. ¿Para qué me restregaba lo que no iba a darme? De pronto, al notar la gran distancia que había entre la casa y la Prepa, y sin que yo se lo pidiera, me compró un Renault Gordini dorado. ¡Jalaba muy bien! Y yo lo estacionaba en el estacionamiento. Jamás nadie lo rayó, ni menos le robó alguna pieza. En la DINA Renault le conseguí unas calcomanías para las ventanas de las puertas traseras que decían “Renault Race Rats” y tenían un dibujo bien hecho de una rata con cara de maldosa. En él le iba dando aventones a lo largo de la avenida División del Norte y luego de la Calzada de Tlalpan a los que me lo pedían sin cobrarles ni un centavo. Eso sí: cabíamos cinco, nada más. Se lo agradecí a mi jefe—aunque pensaba yo que era como una pequeña compensación por haber hecho triste una parte de mi infancia— y me dio una gran movilidad. Ya podía yo irme a tomar refrescos con mis novias al “Naranjito” o ir “al Laguito” (que ahora es la pista de canotaje olímpico de Xochimilco). O ir a casa de algún compañero a estudiar, aunque pensándolo bien, no iba yo a casas de compañeros. De hecho, me cuesta mucho trabajo acordarme de compañeros por sus nombres. Recuerdo a Novaro (el de la editorial, que vivía en la mera plaza de Chimalistac), a Teyssier, al Monstruo, a Chainé (que luego se hizo policía de la DIP y que era malo), a García Garza (presidente de la sociedad de alumnos),a Héctor Galindo, u grillo, y ya. De las chicas me acuerdo de una que se maquillaba como muerta (le decían La Muerta), de Amparo Canto (guapa, de Campeche), y ya. ¿Tuve novias? Sí, varias, pero no recuerdo el nombre de ninguna.

lunes, 31 de julio de 2023

 

Cuando nos regalaron pistolas antes del movimiento del 68

Teníamos “tomada” la Escuela Nacional de Odontología en 1968. Adentro de la Escuela estábamos algunos alumnos, yo calculo que unos 25. Estábamos platicando en la biblioteca de aquella Escuela, en el primer piso, cuyas paredes y ventanales dan hacia el Paseo de las Facultades, la principal vía dentro de la Ciudad Universitaria. En eso, uno de los muchachos que estaban en la entrada de la Escuela, en la planta baja, subió a decirme que “afuera me hablaba un amigo”.

Intrigado, porque no sabía quién podía ser mi amigo, bajé a averiguar su identidad y para qué me quería. Y para ver cómo le había hecho para saber que yo estaría ahí esa noche.

Nomás llegue a la puerta e identifiqué a quien me buscaba. Era “El Cash”*, como llamábamos a uno de los más eficaces buscadores de camorras entre estudiantes de todo CU. Nos conocíamos de la Facultad de Ciencias Químicas, en donde me había sido recomendado por otro compañero hijo de un político muy importante y cuyo apellido no viene al caso. En CQ había sido uno de los patrocinadores de la Planilla que yo presidía para ver quién sería el líder de la Generación, votación que ganó mi compañero el ahora exRector Francisco “Paco” Barnés de Castro.

Qué tal, Manuel… Hace mucho que no nos vemos…

Quihubo, Cash, ¿Qué se te ofrece?

Quería yo saber cómo estabas y cómo iba “tu” movimiento… ¿Podríamos platicar en un sitio más reservado?y con la cabeza señaló su auto, un Chevrolet del año estacionado enfrente de la Escuela.

Claro

Nos subimos al auto aquel, en el que de entrada identifiqué como de uso oficial por la calcomanía de las placas del auto que se usaba en aquel entonces y que se pegaba en el interior del parabrisas, que era de otro color en los autos oficiales.

Pues tu dirás…

¿Me da gusto verte y verte bien, caracho!dijo. Como tú ya debes saber (yo no sabía nada) trabajo para el XXXXXX de la Ciudad. Por eso supe en dónde estabas.

Era una época en la que no existían los teléfonos celulares ni otras tecnologías que te permitieran “localizar” a alguien.

Siguió hablando. El “licenciado” tiene mucho interés en que tu movimiento en Odontología se acabe de una vez por todas porque teme que éste podría ser la mecha que hiciera estallar un movimiento más grande…y más peligroso.

¡Es fácil!repuse. Que nos ayude a retirar al actual Director y a que pongamos uno con verdadera capacidad… Con sus influencias no dudo que pueda…

El Cash sonrió y negó con la cabeza.

Y siguió: —No es tan fácil… Eso de la Autonomía Universitaria… El Rector está  terco en que no se toque ni con el pétalo de una rosa.

Y entonces se me ocurrió (hizo énfasis en el pronombre “me”) que sería más fácil que tú nos ayudaras y calmaras las aguas.

¿Yo? ¿Me estás pidiendo que me les voltee a mis propios compañeros?

Mira, Farill. Todo mundo tiene un precio. ¿Qué te parecería estudiar un postgrado en Harvard? (era la segunda vez que me proponían ir a Harvard), ¿o tal vez tener una flota de taxis? ¿O las dos cosas? La vida te sería mucho más fácil así, ¿no?

Me enojé muchísimo, pero no lo mostré. En vez, le reviré:

Mañana por la tarde va a tener lugar una Asamblea General de la Escuela para ver qué pasos tomamos… ¿Por qué no asistes en forma anónima?

¿En dónde va a ser? ¿Cómo siempre, en el Aula grande tu Escuela?

Así es. En donde siempre… Yo no voy a venir a la Escuela durante la mañana, pero en la tarde, a las cinco nos vemos…

—¿Tú crees que podrías “arreglar” este asunto?

Pues por eso te pido que me dejes pensarlo con la almohada… Y vamos a ver qué dice la Asamblea.

Se agachó y sacó un bello estuche de cuero bajo del asiento corrido del Chevrolet. Yo pensaba que era un regalo para mí, pero no.

—Mira el nuevo juguetito que nos dieron…—procedió a abrir el broche del estuche. Era un audífono como el de los estetoscopio (un auricular para cada oído)  conectado con un cable corto a una caja pesada de unos 20 x 15 cms. Del otro lado de la misma caja tenía un cable de medio metro que conectaba a un micrófono muy largo y delgado.

Yo estaba boquiabierto, dejándole hacer.

—Tus cuates estarán en la Biblioteca, ¿verdad…?

—Yo creo….—en política nunca hay que dar información no requerida.

—Pues mira—movió algunos botones de la caja y se puso los audífonos en los oídos, hasta que hizo cara de satisfacción. Me dio el aparato aquel y me dijo:

Prueba…

Me coloqué los audífonos tras de limpiar discretamente la parte que se inserta en los oídos y apunté el micrófono hacia la biblioteca. ¡Pude escuchar claramente, al punto que podía distinguir quien estaba hablando, las voces de mis compañeros, que hablaban del futbol o algo intrascendente!

Oye, esto está como de película de ciencia ficción…

Aumenta la vibración de los sonidos que se da en paredes y vidrios y los transmite a este súper-receptor…

Así que se acabó la privacidad…

Tienes que irte muy lejos de las paredes o ventanas para que no alcance a captar vibración…

Lo tendré en cuenta, dije mientras abría la portezuela del auto disponiéndome a bajar.

Nos veremos mañana en la tarde, ¿a las cinco dijiste, verdad?

Asentí.

Lo primero que hice fue entrar como de rayo a la Escuela y alejara  mis amigos de la Biblioteca para enterarlos del aparato que tenía El Cash. Me miraron con incredulidad y boquiabiertos. Seguro no me creyeron.

Al otro día, llegué a la Escuela pasada la hora de comer y noté que mis amigos traían revólveres en la cintura. Estaban cargados con balas de verdad. Me sorprendí y asusté.

¿Y esas pistolas? pregunté a Rubén Malpica.

Las trajo en una caja de cartón El Cash como a las nueve de la mañana. Quesque para protegernos… Que te ve en la Asamblea de las cinco…

Yo no sé, pero creo que nos mandaron pistolas puede que para que nos diéramos de balazos, hubiera muertos y mártires, y así apresurar  (o cancelar)  el surgimiento del movimiento del 68. Afortunadamente mis amigos y yo tuvimos sentido común y decencia y eso no sucedió.

Otro día les cuento lo que pasó en la Asamblea de las cinco de la tarde.

*Nombre cambiado

miércoles, 12 de julio de 2023


 

EL MAESTRO GEORGE BROTHERS DEL MAS

Era 1958 y en la segunda generación de alumnos de la Escuela Moderna Americana, a la que de aquí en adelante me referiré como MAS por Modern American School en inglés,  teníamos clase de inglés todo el día y diariamente y nada menos que con un profesor que fue inolvidable e indispensable para  mí y mis compañeros: Mister George Brothers. Si pudiera filmar una película sobre un excelente maestro, indudablemente que él sería el personaje principal.

Antigua fachada del MAS en la col. del Valle

Brothers era un hombre de unos 50 años entonces (se acuerdan que cuando son jóvenes ven viejos a todos los mayores), era corpulento y no demasiado alto, calvo, con cabellos parados como chayote, lentes redondos con armazón de alambre y siempre de traje oscuro. Lo que lo distinguía de los demás maestros, pues este sí era maestro, era que tenía un gran sentido del humor seco y de la oportunidad (no hacía chistes, tenía puntadas) y sabíamos claramente cuando estaba hablando en serio y cuando se prestaba a chanzas.

Cuando nos arremolinábamos a preguntarle o pedirle algo, nos corría haciendo girar su mano sobre su cabeza y nos decía: “Don´t breathe my oxygen!” (¡No respiren mi oxígeno, aléjense!). Él se sabía querido y admirado. Daba unas clases excelentes, pero además nos enseñaba cómo era la vida. A pesar de que en primer año llevábamos la parte menos interesante del idioma, que es la gramática, él la aderezaba con anécdotas y personajes,  nos recomendaba libros y llevábamos un libro que conservo a la fecha porque nunca he encontrado uno mejor, que se llama “Man´s History”. Nos enseñó el mejor inglés posible, pero además nos conminaba a que aprendiéramos todos los días el slang, que es el verdadero inglés actual, el que hablan los estadunidenses. A que viéramos las películas americanas sin leer los subtítulos.

Nunca le pregunté de qué parte de EEUU era, pero su acento sonaba californiano (de ninguna manera bostoniano), Tenía un par de hijos en la escuela, menores que nosotros, que apenas éramos la segunda generación del MAS. Vivía por la colonia del Valle, cerca del mercado de esa colonia y hablaba un español perfecto, de mexicano. Cuando hablaba español (sin acento, claro) podía pasar por un connacional.

A él le llevábamos la queja de otros profesores, a él le confiábamos nuestros secretos (no todos, claro está. ¿Qué adolescente cuenta todo lo que le pasa o lo que siente? ¡Si ni siquiera el susodicho lo sabe!), nos aconsejaba qué hacer con nuestros amigos y amigas, y nunca lo hizo ver como si fuera una “lección”. Algo que no he dicho, pero que ahora diré, ¡cómo agradezco que la MAS fuera una escuela mixta, laica y nacionalista¡ Nunca metería a mis hijos o nietos a una escuela confesional y menos de puros varones. Ya les platicaré más adelante mi única y triste experiencia en una escuela llamada CUM. Pero algunos de ustedes dirán “¿nacionalista? Si hasta el nombre está en inglés”. Y yo respondo: nacionalista en el sentido en que te enseñaban como era y es México, con sus grandes contrastes, con sus desigualdades (entonces más que ahora), pero te enseñaban a amarlo. A tratarlo de mejorar, a respetar al país y sus símbolos: nunca vi una bandera gringa, y sí muchas mexicanas, empezando por la ceremonia de todos los lunes, con la bandera y el Himno Nacional. Y les pondré un ejemplo: muchos de mis compañeros y exalumnos se han distinguido por su labor política y tecnocrática a favor de México. A pesar de que aún teníamos varios compañeros extranjeros, eran mucho menos numerosos que los que teníamos en el Panamerican Workshop, que era una de las escuelas favoritas para los diplomáticos estadunidenses o de otros países. Desde ese entonces, la MAS se distinguió, hasta estos días, como la mejor escuela privada de la ciudad, pésele a quien le pese. 

 

Otra de policías y ladrones.

De 1984 a 1986, noviembre a noviembre, fungí como Presidente Electo de la ADDF entonces bajo la Presidencia de mi colega y amigo el Dr. Alberto Cota Ducoing.

Como tal, además de asistir dizque a adquirir conocimientos sobre la misma Asociación para empaparme de sus problemas y virtudes, debía escoger un cargo y como a mí se me da (modestamente) lo de ser Editor, pues escogí algo que hago en cualquier puesto que tenga: Ser el Director Fundador de un periódico bimestral llamado “Boletín” oficial de la ADDF. En su última página siempre insertaba yo un soneto y si había espacio, un cuentecito. Igual hice años después cuando fui Presidente del International College of Dentists.

Bueno, pues ese Boletín, así ya sin comillas, nos lo pagaron generosamente dos empresas: los fabricantes de Prodolina y la prestigiada empresa 3M de México.

Cada dos meses, el Boletín les era enviado por correo de papel a todos los socios y a sus miembros estudiantiles, que eran unos tres mil.

Una tarde, me fueron a visitar al consultorio dos detectives de la Policía capitalina. Tras identificarse, noté que estaban vestidos apropiadamente, que hablaban buen español y me dijeron el propósito de su visita: había un delincuente desalmado, al que había apodado El Chimuelo, que atacaba a los consultorios en donde había estudiado que sólo atendía una mujer dentista joven… y guapetona. Estudiaba sus horas de consulta y cuando ya estaba decidido, tocaba la puerta (o la cortina) del consultorio faltando 5 minutos para que cerrara aduciendo que se “le había caído un diente de enfrente”. El tipo aquel efectivamente tenía una placa removible de acrílico con dientes del mismo material y desprendía un incisivo central antes de hacer tan prudente petición.

La doctora (las escogía guapas y jóvenes) tras meditarlo un poco (“en diez minutos le pego con acrílico rápido este diente o le hago otra plaquita de acrílico y me gano unos pesitos”) accedía al tratamiento y le indicaba al maldito aquel que pasara a “sentarse al sillón”, a lo que este respondía:

—Doctora, vengo muy nervioso. ¿Me permite pasar a su baño un momentito?

—¡Claro! Pásele—y le indicaba por dónde quedaba el WC

El despiadado sujeto aprovechaba estar solo para despeinarse completamente (se me olvidaba decir que usaba bigote), abrirse completamente la camisa, y de entre sus ropas sacaba un puñal de cacería y un trozo de cuerda, que tomaba con una mano y en la otra mano sujetaba una pistola.

¡De pronto, todo era un rebumbio! Porque al salir del baño el individuo, ya con facies de loco y la boca abierta, sin los dientes del frente, gritaba a todo volumen como un loco y se le abalanzaba sobre la pobre y crédula doctora, a la que sometía en un dos por tres, la tiraba boca abajo y la amarraba, golpeándola durante este procedimiento y sin dejar de emitir gruñidos y luego le arrebataba la ropa y la hacía presa de su más bajos instintos, violándola, golpeándola y sobajándola sin cesar.

Una vez hecho todo este pavoroso acto, se dedicaba a robar al consultorio (¿Qué pueden haber tenido de valor las doctoras jóvenes y solitarias, por Dios?) y las dejaba avergonzadas, llorando y golpeadas severamente, y sin poder moverse por lo menos un rato.

Volvamos a mi narración original, la de los policías en mi consultorio.

—Doctor, sabemos que usted publica un periódico que llega a una gran cantidad de dentistas…


                                       Muestra del periódico de la ADDF

No mentía. Porque antes de que la ADM se ensañara contra la ADDF, esta última tenía mucho más socios que la propia ADM.

—Efectivamente!—repuse. —¿En qué les puedo ayudar?

El policía se removió en su silla y me contestó:

—En publicar el dibujo que tenemos describiendo al Chimuelo para que quien lo haya visto nos lo comunique…—y me enseñó el grabado del perverso sujeto. Se me puso la piel de gallina. Desgraciadamente, aunque tuve el grabado en mi poder una semana, no le saqué copias para mostrárselas a ustedes, pacientes lectores.

Desde luego, ante una petición así no había motivo para consultar al Presidente de la ADDF.

Bueno, tuve el grabado y me disponía a insertarlo en la última página del Boletín siguiente cuando recibí la llamada de uno de los policías que me habían entrevistado.

—Doctor Farill: ya no va a ser necesario que publique la foto…. ¡Lo agarramos!

—¿Quee? ¿Al Chimuelo? ¿Cuándo? ¿Cómo?

Pues resulta que a una de las dentistas jóvenes que entrevistamos nos avisó que conocía al sujeto, que le había avisado que se le había caído un diente y que iba hacia su consultorio, cuando ella se dio cuenta de la trampa y le dijo que ya había cerrado. Que fuera a la misma hora al día siguiente. Lo que le dio tiempo para avisarnos.

—¡Qué valiente muchacha!

—¡Ah, eso desde luego! ¡Más valiente que muchos hombres! Pues nos dio tiempo de llegar a su consultorio en la mañana y esconder a dos elementos (agentes) en su pequeño consultorio.

Cuando el malvado sujeto se apersonó unos minutos antes de que ella cerrara el consultorio por la noche, él hizo lo mismo de siempre. Sólo que al salir se topó con dos agentes armados que lo sometieron y sin querer lo golpearon un poco porque no se quería rendir por las buenas… usted sabe… y lo aprehendieron.

Luego supe, porque estuve muy pendiente del caso a través del periódico amarillista “Alarma” que tras juzgarlo, el juez le dictó 30 años de condena, así que si no se murió ya, por ahí debe seguir.

¡Viva la valentía de esa doctora y de todas las doctoras del mundo!

Y cuídense de esas ofertas aparentemente fáciles cuando estén solos o solas.

domingo, 9 de julio de 2023

 

El Negro Durazo y yo en unas fotos.

 

Allá por 1975 iban a efectuarse unas Jornadas Científicas de la ADDF en la Ciudad de México y me habían encargado ser el Presidente de la Comisión de Difusión del congreso. Con tal motivo, el Presidente del Comité Organizador, que creo que era el Dr. Ernesto Acuña, organizó una tarde, una conferencia de prensa en un salón del Hotel Camino Real de esta ciudad.

Iba yo tarde a la cita, vestido de traje y corbata,  y al llegar a la gran manzana que alberga a dicho Hotel de cinco estrellas, me di cuenta de que no había ni un lugar en las aceras para estacionarse: es más, estaban custodiados estos lugares por elementos del Ejército armados. El estacionamiento estaba totalmente lleno, ni hacerle la lucha, así que viéndome en la forzosa necesidad de asistir y participar en la conferencia de prensa, decidí confiarme a mi buena suerte y estacioné mi auto en una esquina en la que de milagro  no había vigilancia, pero quedó estorbando el paso peatonal. Ni modo, me dije.

Arturo Durazo con uniforme de general
Me tocó caminar la larguísima acera frente al Hotel, cuando unos autos elegantes se detuvieron a mi lado y de ellos se bajaron 5 generales de División. Uno de ellos, el Jefe, era Arturo “El Negro” Durazo, entonces Jefe de la Policía Capitalina., quien de inmediato se dirigió a mí. “Muerto soy”, pensé. Lo seguían ceremoniosos los que han de haber sido los subjefes de la Policía del entonces DF. Vestían uniformes muy vistosos.




Ahora bien: toda mi etapa más o menos de juvenil a la de mediana edad me dijeron que yo era parecido al Lic. Jesús Silva Herzog Flores (quien luego fue conocido y amigo mío, gran conversador), a la sazón Secretario de Hacienda y Crédito Público, ya que en esas fechas estaba iniciando el período presidencial de José López Portillo.

Pues el señor general se dirigió a mí, y como si hubiéramos venido de la cantina, o digo, restaurante, trenzó su brazo con el mío indudablemente confundiéndome con el Lic. Silva Herzog porque nunca tuve el ¿gusto? de haberlo conocido o tratado antes… o después.  Él me platicaba con gran familiaridad y reía de alguna ocurrencia cuando nos descubrieron los fotógrafos. Resulta que estaban ahí porque el Presidente Electo había asistido a no sé qué fiesta.

Los fotógrafos nos empezaron a retratar muchas veces con aquellas camarotas con flashes electrónicos y el señor General hasta posaba un poco para ellos, siempre sonriendo (¿de qué sonreiría?). Para eso, los otros generales, se habían detenido a unos veinte pasos atrás de nosotros.

Grande fue su sorpresa cuando empezó a subir unas escaleras hacia la fiesta, y yo me zafé amablemente y le dije:

—Pues hasta aquí llego yo… Tengo otro compromiso en otro salón…

Se ha de haber quedado momentáneamente sorprendido porque ¿a qué celebración más importante podría asistir yo que a la que asiste el propio Presidente de la República?

Bueno, pues llegué tarde a la conferencia de prensa pero no la afecté en nada.

Cuento esto porque por ahí deben haber fotos mías del brazo con el Negro Durazo y si alguno de los lectores llega a ver una, esto lo explica todo.

 


martes, 4 de julio de 2023

 

LA VEZ QUE CREÍMOS QUE NOS IBAN A ASALTAR

Debe haber sido por 1980. Entonces, mi consultorio estaba en Av. Universidad 1854, en donde ahora está la librería de libros usados “Salvador Novo”, a la que invito a mis lectores que conozcan porque se van a llevar gratas sorpresas. Hay desde enciclopedias y novelas hasta libros de medicina, odontología y química. Tiene hasta sección en inglés.

Mi secretaria, la fiel Silvia (lleva conmigo 45 años), era una chavita y una tarde entró nerviosa en mi despacho y me dijo:

–Doctor: creo que ahora sí nos vienen a asaltar– dijo temblorosa

Para aquellos de mis lectores que conocieron aquel gran consultorio (teníamos 4 sillones de odontología infantil y general y 4 de ortodoncia), a pesar de tener vidrio antibalístico en la recepción y puertas esclusas para poder entrar a la recepción, cuando un grupo de maleantes vienen decididos a entrar, estas barreras sólo les sirven como estorbos en los que perderán un poco más de tiempo. Por cierto que, fuimos el único negocio que nunca asaltaron de esa cuadra

Naturalmente, salí con cierto temor a la recepción a ver a qué se refería Silvia y, en efecto, encontré que en los sillones de la recepción estaban sentados dos tipos con la peor facha del mundo y uno estaba parado a su lado. Uno de los sentados llevaba lentes RayBan oscuros de gota.

Cautelosamente les pregunté en qué podríamos servirlos y uno de ellos, creo que el que estaba parado, me repuso:

Pos aquí mi Comanche que dizque le duele mucho una muela…

No digo: me duele mucho, ¡muchísimo!farfulló el de los RayBan

Se identificaron conmigo mostrándome sus “charolas” metálicas de policías de investigación. Yo no sabía si reír o llorar. En ese entonces les teníamos más miedo a los polis que a los rateros (creo que como ahora). Pude notar que el “Comanche” (por comandante) estaba llorando a lágrima viva y usaba los lentes para ocultarlo. 

Como todo dentista debe hacer, no me quedó otro remedio que pasarlos a un cubículo y sentar al Comanche. Los otros dos se quedaron a sus lados, estorbando muchísimo. Entonces, sacando fuerza de mi interior, con voz más ronca, les pedí que se pararan enfrente del sillón para que yo tuviera libertad de movimientos, pero el Comanche me rogó que uno de ellos ¡le diera la manita!

Silvia se asomó aún temerosa, pero ya más calmada y llamó a su hermana, que era mi asistente.

¡Juaniiita!como por arte de magia se apareció la susodicha. ¿Qué se le ofrece, doctor?

La instruí para sacar unas radiografías periapicales y de mordida y así lo hicimos. Luego vino lo duro, porque el Comache seguía llorando ante la mirada atónita de sus secuaces, digo, ayudantes. Al ver las Rx, comprendí que había que hacer unas extracciones: una muela más o menos entera y unos restos radiculares contiguos con sendos abscesos periapicales.

Al tomar las radiografías noté que algo me estorbaba en el vientre del Comanche y se lo hice notar. Levantándose la camisa (por eso llevan la camisa suelta, para que no se note) mostró que traía una escuadra calibre 45 plateada que yo vi gigantesca, sobre todo el agujero del cañón.

Haciendome el Harry El Sucio, lo más macho que pude, le dije:

Le voy a suplicar que la pongamos en uno de los mostradores y que le “eche un ojo” uno de sus amigos.

Accedió no muy contento, dándole instrucciones a uno de sus gatos a que la cuidara y nadie, pero nadie, la tocara. Pensé “¡Por mí, mejor!”

Debieron ustedes haber visto al Comanche llorar y retorcerse cuando alcanzó a ver la jeringa con su aguja larga (entonces yo empleaba jeringas ahora ya no, uso la Wand). Sus socios o compadres le sujetaron los brazos y la cabeza y acerté a darle una anestesia regional muy buena. Y volví a pensar: “¿Pues no que muy macho?”. Ahí aprendí que mientras más macho parece un paciente (fuertotes, instructores de pesas, charros, policías, etc.), más cobarde es para el dentista.

Para no hacer el cuento largo, y a pesar de que me cercioré de que  tuviera una anestesia profunda y de explicarle lo que iba a sentir, el Comanche aulló como coyote (¿le habrá salido natural?) cuando hice palanca sobre la muela y más cuando emplee el elevador de raíces para quitarle los restos radiculares. Aunque no lo crean, su sangre teñía de rojo, como la canción. Por suerte no tuve complicaciones.

Si me preguntan ahora, lo confesaré: hice todo el procedimiento sin antibiótico y, por si siguen preguntando, ni se usaban guantes y cubrebocas en aquellos años. El horno “no estaba para bollos”, como dicen. Eso sí: estoy plenamente seguro de que no le dolió nada porque hubiera tomado la pistola y me hubiera cosido a balazos.

Salió como un lloroso fardo o como dicen: de aguilita. Uno de sus compinches de cada lado sosteniéndole los brazos. Silvia le cobró (estuve tentado a cobrar de más, pero no lo hice). Pagaron y afortunadamente salieron y nunca, nunca más volví a saber de ellos…

 

lunes, 3 de julio de 2023

 

 QUIÉN ME ENSEÑÓ A QUITARME LA TAQUICARDIA

Durante mi adolescencia y primera juventud tuve la molestia de que al menor pretexto me daban taquicardias (ritmo acelerado de las pulsaciones del corazón). Era, como se dice en medicina, “muy lábil” a ese trastorno (que no enfermedad en mi caso). Una vez, estando yo en el consultorio ayudando a mi padre a atender al Maestro Ignacio Chávez, le comenté  a éste último brevemente este problema—mi padre no me hubiera permitido quitarle mucho tiempo al Maestro ni a ningún otro paciente— y él me dijo que si me volvía suceder le avisara.

Quiso el destino que me diera un ataque de taquicardia estando él en el sillón. Mientras que mi padre hacía alguna otra cosa fuera de la boca del Doctor, éste se levantó y me hizo sentarme a mí en el sillón (recuerdo aquel sillón bien. Era eléctrico marca Ritter, colores azul con gris y hacía juego con la unidad de robot de esas que se abrían y se desplegaba ante los azorados ojos de los pacientes todas las piezas de mano y jeringa triples) y acto seguido llevó su mano derecha a mi cuello, justo debajo de mi mandíbula. Es lo que se llama “seno carotídeo”.

Apretó con dos dedos con cierta fuerza justo donde los vasos latían y uno o dos minutos después la taquicardia cedió. Así que no me pueden decir que no haya sido un experto quien me enseñó. Curiosamente, más o menos a esa edad se me quitaron esas molestias llamadas “taquicardias paroxísticas benignas”. 

Otra anécdota del Maestro Chávez

Tras haber sido ignominiosamente “derrocado” y expulsado de su oficina en la Rectoría de la UNAM en abril de 1966—yo estudiaba el segundo año de Odontología—seguramente por órdenes o con la anuencia del Presidente Gustavo Díaz Ordaz, tuve el atrevimiento de inquirirle al Maestro Chávez, ahora exRector,  qué había sucedido y esto fue más o menos lo que me dijo: “Entró una turba de muchacho, muchos de los cuales se veían mayores a la edad universitaria, blandiendo garrotes y bates de béisbol y, con un lenguaje propio de los verduleros, me instaron a salir so pena de darme de palos. Lo mismo hicieron con mis colaboradores y secretarias. Ante esa amenaza tuve que salir por el elevador privado acompañado de estos vándalos. Habían hecho pintas y destrozado muebles tanto en mi oficina como el las adyacentes y en la planta baja de la Rectoría. Me insultaron y escupieron amparados por el cobarde anonimato. Yo ya sabía de parte de quién venían. Logré llegar a mi auto, en el sótano del edificio y me largué con mi chofer hacia mi casa en Av. De la Reforma. No sé qué emoción me dominaba más: si el temor, la indignación, la impotencia, la vergüenza de haber sido injuriado y maltratado o la rabia de saber que el mismo Presidente de la República había ordenado aquella salida ignominiosa. ¿En qué país vivíamos? ¿Qué le diría yo a Celia mi esposa y a mis hijos? En fin, me refugié en la casa teniendo como consuelo miles, literalmente miles de llamadas telefónicas de todo el mundo expresando su solidaridad y su indignación por lo que me habían hecho pasar.

En casa me esperaban mis colaboradores más cercanos, junto con los que me enteré que la Junta de Gobierno se hallaba reunida para nombrar a un nuevo Rector. Días después supe que el nombramiento recayó en mi amigo el Ingeniero Javier Barros Sierra, a quien yo conocía de hace tiempo por sus gestiones en diversos cargos públicos y docentes en la UNAM. Esto fue el 5 de mayo de 1966. Pero, lo muy malo, es que el Presidente le impuso a un empleado de la Presidencia como Secretario General, ese empleado fue Fernando Solana…”

Para quienes quieran saber más de este último personaje, les recomiendo lean su entrada en Wikipedia.