lunes, 31 de julio de 2023

 

Cuando nos regalaron pistolas antes del movimiento del 68

Teníamos “tomada” la Escuela Nacional de Odontología en 1968. Adentro de la Escuela estábamos algunos alumnos, yo calculo que unos 25. Estábamos platicando en la biblioteca de aquella Escuela, en el primer piso, cuyas paredes y ventanales dan hacia el Paseo de las Facultades, la principal vía dentro de la Ciudad Universitaria. En eso, uno de los muchachos que estaban en la entrada de la Escuela, en la planta baja, subió a decirme que “afuera me hablaba un amigo”.

Intrigado, porque no sabía quién podía ser mi amigo, bajé a averiguar su identidad y para qué me quería. Y para ver cómo le había hecho para saber que yo estaría ahí esa noche.

Nomás llegue a la puerta e identifiqué a quien me buscaba. Era “El Cash”*, como llamábamos a uno de los más eficaces buscadores de camorras entre estudiantes de todo CU. Nos conocíamos de la Facultad de Ciencias Químicas, en donde me había sido recomendado por otro compañero hijo de un político muy importante y cuyo apellido no viene al caso. En CQ había sido uno de los patrocinadores de la Planilla que yo presidía para ver quién sería el líder de la Generación, votación que ganó mi compañero el ahora exRector Francisco “Paco” Barnés de Castro.

Qué tal, Manuel… Hace mucho que no nos vemos…

Quihubo, Cash, ¿Qué se te ofrece?

Quería yo saber cómo estabas y cómo iba “tu” movimiento… ¿Podríamos platicar en un sitio más reservado?y con la cabeza señaló su auto, un Chevrolet del año estacionado enfrente de la Escuela.

Claro

Nos subimos al auto aquel, en el que de entrada identifiqué como de uso oficial por la calcomanía de las placas del auto que se usaba en aquel entonces y que se pegaba en el interior del parabrisas, que era de otro color en los autos oficiales.

Pues tu dirás…

¿Me da gusto verte y verte bien, caracho!dijo. Como tú ya debes saber (yo no sabía nada) trabajo para el XXXXXX de la Ciudad. Por eso supe en dónde estabas.

Era una época en la que no existían los teléfonos celulares ni otras tecnologías que te permitieran “localizar” a alguien.

Siguió hablando. El “licenciado” tiene mucho interés en que tu movimiento en Odontología se acabe de una vez por todas porque teme que éste podría ser la mecha que hiciera estallar un movimiento más grande…y más peligroso.

¡Es fácil!repuse. Que nos ayude a retirar al actual Director y a que pongamos uno con verdadera capacidad… Con sus influencias no dudo que pueda…

El Cash sonrió y negó con la cabeza.

Y siguió: —No es tan fácil… Eso de la Autonomía Universitaria… El Rector está  terco en que no se toque ni con el pétalo de una rosa.

Y entonces se me ocurrió (hizo énfasis en el pronombre “me”) que sería más fácil que tú nos ayudaras y calmaras las aguas.

¿Yo? ¿Me estás pidiendo que me les voltee a mis propios compañeros?

Mira, Farill. Todo mundo tiene un precio. ¿Qué te parecería estudiar un postgrado en Harvard? (era la segunda vez que me proponían ir a Harvard), ¿o tal vez tener una flota de taxis? ¿O las dos cosas? La vida te sería mucho más fácil así, ¿no?

Me enojé muchísimo, pero no lo mostré. En vez, le reviré:

Mañana por la tarde va a tener lugar una Asamblea General de la Escuela para ver qué pasos tomamos… ¿Por qué no asistes en forma anónima?

¿En dónde va a ser? ¿Cómo siempre, en el Aula grande tu Escuela?

Así es. En donde siempre… Yo no voy a venir a la Escuela durante la mañana, pero en la tarde, a las cinco nos vemos…

—¿Tú crees que podrías “arreglar” este asunto?

Pues por eso te pido que me dejes pensarlo con la almohada… Y vamos a ver qué dice la Asamblea.

Se agachó y sacó un bello estuche de cuero bajo del asiento corrido del Chevrolet. Yo pensaba que era un regalo para mí, pero no.

—Mira el nuevo juguetito que nos dieron…—procedió a abrir el broche del estuche. Era un audífono como el de los estetoscopio (un auricular para cada oído)  conectado con un cable corto a una caja pesada de unos 20 x 15 cms. Del otro lado de la misma caja tenía un cable de medio metro que conectaba a un micrófono muy largo y delgado.

Yo estaba boquiabierto, dejándole hacer.

—Tus cuates estarán en la Biblioteca, ¿verdad…?

—Yo creo….—en política nunca hay que dar información no requerida.

—Pues mira—movió algunos botones de la caja y se puso los audífonos en los oídos, hasta que hizo cara de satisfacción. Me dio el aparato aquel y me dijo:

Prueba…

Me coloqué los audífonos tras de limpiar discretamente la parte que se inserta en los oídos y apunté el micrófono hacia la biblioteca. ¡Pude escuchar claramente, al punto que podía distinguir quien estaba hablando, las voces de mis compañeros, que hablaban del futbol o algo intrascendente!

Oye, esto está como de película de ciencia ficción…

Aumenta la vibración de los sonidos que se da en paredes y vidrios y los transmite a este súper-receptor…

Así que se acabó la privacidad…

Tienes que irte muy lejos de las paredes o ventanas para que no alcance a captar vibración…

Lo tendré en cuenta, dije mientras abría la portezuela del auto disponiéndome a bajar.

Nos veremos mañana en la tarde, ¿a las cinco dijiste, verdad?

Asentí.

Lo primero que hice fue entrar como de rayo a la Escuela y alejara  mis amigos de la Biblioteca para enterarlos del aparato que tenía El Cash. Me miraron con incredulidad y boquiabiertos. Seguro no me creyeron.

Al otro día, llegué a la Escuela pasada la hora de comer y noté que mis amigos traían revólveres en la cintura. Estaban cargados con balas de verdad. Me sorprendí y asusté.

¿Y esas pistolas? pregunté a Rubén Malpica.

Las trajo en una caja de cartón El Cash como a las nueve de la mañana. Quesque para protegernos… Que te ve en la Asamblea de las cinco…

Yo no sé, pero creo que nos mandaron pistolas puede que para que nos diéramos de balazos, hubiera muertos y mártires, y así apresurar  (o cancelar)  el surgimiento del movimiento del 68. Afortunadamente mis amigos y yo tuvimos sentido común y decencia y eso no sucedió.

Otro día les cuento lo que pasó en la Asamblea de las cinco de la tarde.

*Nombre cambiado

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