lunes, 29 de enero de 2024

La influencia de José Agustín en mi vida.

Era 1964 cuando entré a la gigantesca tienda de Aurrerá—ahora Walmart— que quedaba frente a mi casa en la Av. Universidad y al llegar a la caja, vi un exhibidor con las novedades en libros. Uno de ellos me llamó la atención por su portada y por el nombre, tanto del título como del autor. Decía: “La Tumba” escrito por un tal José Agustín.
Era un librito breve, de unas 100 o ciento y tantas páginas. No era caro y lo compré. Tenía que ir a la Universidad a clases. Pero no fui. Estacioné mi auto bajo un árbol y abrí aquel librito y me puse a leerlo. Noté un gran desenfado, una enorme creatividad, una ligereza, en el autor: escribía como hablaba, con todo y malas palabras (¿no habrá otra manera de describir estas palabrejas?) y hablaba de emborracharse, de fumar mariguana, de robar licor de casas ajeas, de fornicar con las nenas que se pudiera pero llevando todo esto a través de una trama y de dos palabras claves: “clic- clic”, que el autor nunca explica a qué se deben. Para no hacer el cuento más largo, terminé la novela en hora y media y me dije: “esta novela la pude haber escrito yo”. Recordemos que para ese entonces yo ya había publicado un par de cuentos de ciencia ficción, que me sigue gustando mucho. Me ayudaba mucho haber aprendido a leer y escribir a los tres años de edad, gracias a mi hermano mayor Hugo, quien se cansó de tenerme que leer comics. Su paciencia y perseverancia iban dando frutos. En cuanto entré a Odontología, junto con una entonces compañera, Marcela Vivanco (hoy mi esposa y compañera) nos propusimos fundar un grupo de teatro, algo que indicara que había actividad artística en el entonces Escuela. No se pudo (eso ya lo he narrado en otra parte del Blog). Pero en cambio, la Maestra (con M mayúscula) Margo Glantz, a la que conocía desde Prepa 5 fundó una revista en la UNAM que fue determinante para muchos escritores en ciernes como yo. La Revista se llamaba Punto de Partida y era totalmente escrita por estudiantes de cualquier Facultad, Escuela o Prepa. Me propuse publicar cuentos en aquella Revista y lo logré. Recuerdo con emoción, cuando escuché por primera vez en Radio Universidad que la Revista siguiente tendría una colaboración mía (¡y dijeron mi nombre!). En ella publiqué en cada número de aquellos primeros unos 6 cuentos y ensayos, tanto que me saqué el Premio en la sección Varia Invención (en homenaje a mi maestro Juan José Arreola).
Al entregarme mi premio, mi amigo el Rector Barros Sierra (quien desde entonces me llamó “mi joven escritor”), le ofrecí a Emmanuel Carballo, el más influyente de los críticos literarios de aquel entonces y perteneciente a la famosa “Mafia” que había fundado Luis Guillermo Piazza (quien también bautizó a la Zona Rosa con ese nombre) una novela que dizque estaba escribiendo. No estaba escribiendo nada, pero en tres meses le entregué el manuscrito de “Los Hijos del Polvo”, que se publicaría bajo su sello editorial en agosto de 1968 y que estaría durante 10 semanas éntre los 10 libros más vendidos de México.
De ahí, de esa novela, conocí a mi ídolo José Agustín.
Organizados por la UNAM se llevaron a cabo varias reuniones y lecturas de obra de los escritores jóvenes de aquella época y conocí a los que luego llamó Margo Glantz la Generación de la Onda. Ahí me hice muy amigo de JA y de René Avilés Fabila (RAF)
, además de que conocí a los demás jovenzuelos (algunos ya no tanto). Nos invitaron a Marcela y a mí José Agustín y su bella y simpática Margarita a su depa en la colonia Del Valle; el mismo JA me hizo una carta astrológica (que ya no conservo), fuimos a varias actividades y conferencias sobre la literatura mexicana moderna en varios foros juntos (y con RAF) y luego íbamos a tomar las copas. Más adelante tuve el gusto de revisar su boca y proponerle soluciones, pero no lo quiso hacer conmigo (me veía yo demasiado joven para el problema). En fin: en su libro “La Contracultura en México” me menciona. Me enteré de su estado de salud por RAF, quien igual que yo era maestro de la UAM Xochimilco. Luego, no lo volví a ver hasta ahora, cosa de la que me arrepiento horrores. De entonces acá no creo haberlo hecho tan mal: he escrito y publicado otra novela (“El País Dorado”)
y siete libros de odontología, marcadamente de mercadotecnia odontológica
que han vendido más libros que mi primera novela. Además he publicado en revista importantes cuentos míos y crónicas sobre mi profesión. Todo gracias a José Agustín, a quien le deseo lo mejor se encuentre en donde se encuentre. Si me preguntan mi profesión les diré que Cirujano Dentista,bastante pasable pero mi vocación sigue estando en la literatura y en las ciencias químicas. Y mis aficiones en la lectura, el buceo y el box. Raro, ¿no?

jueves, 25 de enero de 2024

NO MAS PROPINAS

De los más de 30 mil pesos o más que gastaré este año en propinas, ayer me gaste 30 pesos. Sí. En México les pagamos a los empleados—que ni siquiera son nuestros—lo que sus patrones les deberían pagar… y deducir de impuestos. En cambio nosotros no podemos deducir nada.No conozco lugares en Europa, Sudamérica o Asia en donde se paguen trantas propinas. Le pagamos a los meseros de los restaurantes y bares muy buenas propinas. Porque además de todo, los patrones y las Cámaras de Patrones (se llamen como se llamen) nos “sugieren” cuánto hay que pagarles. Entonces, quien da una propina de 5 o 6% es un pichicato que merece que le escupan en su sopa o le “echen” agua a sus tragos. Lo normal sería entre 10 y 15%, que debería venir incluido en el total de manera que los clientes pudiéramos deducirlo. Allá los del personal que se deben encargar de repartirlo entre galopinas, el Chef, los que limpian los cubiertos y baños, etc. Lo mismo sucede en las gasolinerías. Porque un individuo abra la tapita de mi tanque de gasolina y le conecte una manguera que casi siempre es automática, y se haga tonto unos minutos, debo darle mínimo 20 pesos (según el sapo es la pedrada: marca y modelos del auto, cantidad de gasolina vendida, vestimenta del conductor, etc.) Lo más que puede hacer el empleado es ofrecernos “revisar” los niveles del agua del limpiaparabrisas, del aceite del motor, del agua del acumulador, etc. Para lo cual siempre tienen un producto que vendernos… caro. Pero también pagamos los conductores de automóviles (que somos los que mayoritariamente mantenemos al país) por estacionarnos. Existen unos seres, a quieneds mi padre llamaba “los dueños de la calle” que reservan el espacio público para echar dinero a sus bolsillos. A lo mejor ni manejar saben, pero son los que con autoridad (algunos traen silbato o silban) nos dicen “viene… viene… o con un trapazo sobre la carrocería de nuestro auto gritan “¡Hasta ahí! O “”¡Aguas!” para que frenemos de golpe. En algunos casos, como en las calles aledañas al centro de Coyoacán ¡te cobran antes de que te bajes del auto por si ellos tuvieran que irse o temiendo que te les vayas a escapar. Y no cobran poco, lo usual son $50 sin que te garanticen que no te van a robar el auto, que no lo van a rayar o que no le van a hacer daño al estacionar los autos del frente y de atrás del tuyo. Si algo le pasa a tu auto, basta con que ellos no se presenten mientras te hartas de esperar y te largues. Pero vamos a ver: además de estas propinas, están las del bolero o limpiabotas, al que añades unos pesitos a su cuota por haber hecho un buen trabajo. Y ¿entonces qué esperabas? ¿Pagarle por hacer un mal trabajo? También está las del cartero (Recuerden el 12 de noviembre) aunque no sé quien, aparte de l ineficiente gobierno envía cartas por correo de a pié… o de moto. Y todas las relativas a Navidad y Año Nuevo (por ejemplo, los del gas butano), las de los repartidores de comida o medicinas (y tienen la cachaza de sugerirte desde la aplicación de Uber lo que te ofreces a darle al pobre cuate que te lleva la comida y por la que no te dan factura.) También están los pesitos que le regalas al taxista cuando te lleva más o menos rápido en un taxi que esté más o menos limpio y que no apeste. Y no hablemos de las “mordidas”… o los “coyotes” afuera de las oficinas de gobierno. Porque en este sexenio de la cachetada ya se acabó la corrupción, je je! Por eso propomgo seriamente una campaña nacional que se llame "NO MÁS PROPINAS", y espero tener seguidores... muchos seguidores.

lunes, 15 de enero de 2024

UNA ANECDOTA DE MI TIO EL DR. JUAN FARILL

Mi padre y su hermano, mi Tío Juan Farill,
famoso ortopedista, tuvieron sus consultorios en los mismos edificios hasta la muerte del segundo. Como en los años setenta y tantos, mi tío Juan terminaba su consulta más temprano que nosotros––mi padre y yo–, por no ir a su casa vacía, con frecuencia (casi diario) iba a nuestro consultorio a platicar con nosotros unos minutos mientras mi padre se cambiaba su ropa (él atendía vestido de blanco con corbata, y para salir se ponía su ropa de calle). Ese lapso lo aprovechábamos para platicar con mi tío, quien era muy gracioso e inteligente. Creo que a mí me quería bien (creo que tuvo que ver que fui el único de sus sobrinos que le paró los tacos una vez que quiso rebatirme algo que hice en la boca de su nieta). Nos platicó una anécdota—nos platicaba muchas mientras le daba vuelta a su bastón—que vale la pena reproducir: cuando él era un joven estudiante de medicina, en algún hospital–probablemente el Hospital Juárez–en el que estudiaba, llegó un militar revolucionario bigotón muy macho y dirigiéndose a él—que usaba muletas para caminar, tenía Pié de Bot—le solicitó que lo operara de una circuncisión que requería. Mi tío le habló claro y le dijo que todavía no se recibía, era un interno, y no tenía mucha experiencia. El militar le insistió y mi tío tuvo que llevar a cabo la operación aquella, desde luego bajo anestesia general (se usaba éter). Mi tío nos confesó que la operación había resultado un reverente fracaso: el borde de la herida le había quedado muy disparejo y lleno de carnosidades. El aspecto del pene era horrible, nos confesó que “parecía una torre de ajedrez”. Mi papá y yo reíamos a gusto.
Unos meses después—siguió contando—llegó otro militar, medio parecido al primero, hasta el grupito de estudiantes que se asoleaban en las afueras del hospital. Éste preguntó quién era Juan Farill. Mi tío sintió que el piso se derrumbaba: seguramente, pensó él, venía a vengar al otro militar. Para acabarla, mi tío aún no se operaba del Pie de Bot y usaba forzosamente muletas: no podía salir corriendo. Cuando aquel militar se identificó como el hermano del primero, mi tío se sintió aún peor, pensando en una venganza inminente por el fracaso de la primera intervención, pero cuál sería su sorpresa cuando trató de explicarse argumentando su falta de experiencia y el militarote le dijo: “No, doctor, si no vengo a reclamar, al revés: vengo a pedirle que me opere también a mí y me la deje exactamente igual… No sabe qué éxito (con el sexo opuesto, se entiende) ha tenido el desgraciado de mi hermano desde que usté lo operó”. Y mi tío se desternillaba de risa. Sin duda, era un personaje inolvidable. Y para los que se pregunten: sí, lo operó.

lunes, 8 de enero de 2024

UNA PROBADITA AL POPOCATEPETL

Años después, ya en la Prepa 5, ingresé a un grupo de excursionismo, animado por mi amigo Emilio, llamado “Los amigos del bosque”. Con ellos fui muchas veces a Cruz Blanca, en el estado de México, a la parte de atrás (lejos de la carretera) de La Marquesa y a Tlamacas y Paso de Cortés, que es el valle que divide al Popo del Iztaccihuatl, y y se llama así precisamente porque por ahí pasaron Hernán Cortés y sus aventureros al iniciar la conquista del Tenochtitlán. ¡Qué maravillosa vista de aquella ciudad lacustre han de haber tenido! Tlamacas es el último sitio al que podías llegar en auto y de ahí principiaba el ascenso. En una ocasión, la segunda o tercera, que estuvimos en Tlamacas, arriba de Amecameca y tras de transitar por una peligrosa y solitaria carretera de terracería a la que ni de chiste iría ahora, empezamos a subir por diversión al Popo con ayuda de piolets, botas de excursionismo y gruesas chamarras y guantes. Ahí el suelo es de pura arena negra volcánica muy profunda, lo que hace difícil caminar ya que cuesta mucho trabajo ir desenterrando las botas de la arena en la que se sumergen a cada paso. Llegamos a donde iniciaba la nieve y seguimos subiendo otro poquito hasta llegar al entonces primer refugio para montañistas, llamado entonces El Queretano (creo que ahora está destruido), que es (o era) uno como tráiler metálico con camas en su interior. Claro que no llevábamos equipo especial para escalar ni crampones para los zapatos, pero sin querer llegamos a casi los 4,500 metros de altitud. Ahí fue donde al querido Emilio le dio “mal de montaña” por la falta de oxígeno. Se mareó, hablaba con trabajos, tuvo alucinaciones (dijo que veía a “procesiones de personas subiendo la montaña”), y nos tuvimos que bajar a toda prisa, pero sin resbalar en la nieve, hasta que él se normalizó al llegar a nuestro campamento base, el albergue “Tlamacas”. Nos dio un buen susto que afortunadamente no pasó a mayores. Ahora que veo la majestuosidad del volcán, y lo “nervioso” que está teniendo erupciones, temblores y fumarolas constantemente pienso que cuando uno es chavo no mide los peligros.

miércoles, 3 de enero de 2024

¡La experiencia va dando frutos!

CDMX, 3 de enero de 2024. Este próximo 31 de marzo cumpliré mis primeros 54 años de vida profesional. No es ocioso ni gratuito: también cumplo este año casi 52 de casado con mi novia-amiga-amante-compañera Marcela, la misma adorable mujer y profesionista; cumplí 11 años de ser profesor de odontología en tres escuelas y facultades (que equivalen a unas 30 generaciones); más de 45 como conferencista en la ADM, FDI, ADDF y en forma independiente; muchos de ser padre —que no es cosa fácil—, pocos de ser abuelo—que es una delicia—, muchos de ser dirigente y lo que se llama líder de opinión (sea lo que sea) y más de 54 de ser escritor —que no es otra cosa que ser una especie de conciencia de nuestro país, de nuestra profesión, de nuestro tiempo y nuestra circunstancia. Soy de los que verdaderamente vivieron—junto con algunos otros colegas fui actor y testigo— el movimiento estudiantil-popular de 1968, fui fundador de tres escuelas o áreas de odontología, de dos o tres asociaciones profesionales, uno de los iniciadores de las clínicas de multiservicios en nuestra profesión y otra en la especialidad de odontología del sueño en México; el primer dentista en escribir y publicar dos novelas y muchos cuentos breves, cerca de 100 artículos científicos o profesionales, en dar cursos de mercadotecnia odontológica en el mundo de habla hispana, en ser portavoz de tres compañías mundiales y de escribir cinco libros sobre este tema (uno con dos ediciones). También tengo experiencia en fundar escuelas de odontología: he fundado tres, que ahora inmediatamente cerraría. ¿Por qué? Porque he presenciado—igual que todos ustedes—la debacle que han formado en nuestra profesión la indiscriminada formación de dentistas sin controles de calidad en sus estudios y la abundancia de escuelas de odontología basadas en mezquinos intereses comerciales y, sobre todo, por la falta de control por parte DE LAS AUTORIDADES Y ASOCIACIONES GREMIALES correspondientes. Ya no hay pacientes para todos. No de los que puedan pagar, y el gobierno sigue sin asumir su responsabilidad en atender a los que no pueden hacerlo. Todos sabemos que cuando la oferta de servicios supera a su demanda, todos tenemos que bajar nuestros honorarios y disminuir el número de posibles pacientes. La teoría es asesinada por la experiencia, dicen que dijo Albert Einstein. Les puedo asegurar que, como todos, he cometido muchos errores, que son el impuesto que pagamos por vivir. Son las cicatrices de la vida, como las canas. Pero no me arrepiento de lo que he hecho. Y me arrepiento mucho de no haber hecho más cosas y de lo que no-he-hecho. ¿No les hubiera gustado dar la vuelta al mundo, conocer más miembros del sexo opuesto, comer en los mejores restaurantes, divertirse más y explorar el Amazonas o volar un jet de combate? ¿O fundar una empresa, filmar una película, cantar profesionalmente o fundar una empresa de inteligencia artificial? Miren esta imagen cinematográfica: La vida es un larguísimo pasillo que lleva del nacimiento hasta la muerte y que tiene muchas puertas cerradas a ambos lados. La mayor parte de la gente pasa por el pasillo y no abre ninguna puerta: llegan a la muerte sin haber conocido muchas cosas. Yo pienso que hay que ir abriendo las puertas que se nos van presentando a izquierda y derecha. Al asomarnos al interior de éstas, veremos cosas nuevas y diferentes, y sabremos qué es lo que nos atrae y qué no lo hace. A veces son oportunidades mucho mejores que la que hemos escogido. Porque debemos reconocer que uno escoge su carrera en la peor etapa de su vida: cuando nos falta experiencia, no sabemos la importancia de ganar un buen salario, y ni idea tenemos de los enormes gastos e inversiones que nos esperan en el futuro… o la salud que nos depara nuestra vida. Los que me leen ahora, ¿volverían a estudiar odontología? La respuesta es fácil: muchos de ustedes no lo harían. A esa edad no sabemos lo que queremos, en la gran mayoría de los casos ni sabemos cuántas carreras hay y nos dejamos guiar por nuestros amigos y parientes; creemos que vamos a salvar a la humanidad (que luego ni nos hace caso), y somos, en general, quijotes. De joven uno puede darse el lujo de ser quijote, pero cuídense, porque de viejo se vuelve uno un “que-hijote”. Volviendo a hablar del pasillo largo que es la vida: en este camino les sugiero que abran las puertas laterales, tómense el tiempo necesario dentro de aquellas que les satisfagan. Yo lo hice. ¿Y adivinen qué? Eso me llevó a conocer la literatura, la política, las buenas relaciones públicas, las artes, la ciencia (que es lo único en lo que creo), la buena comida y bebida,, muchas personas inigualables de las que aprendí enormidades y con las que me divertí mucho, problemas a los que con ayuda de otros afortunadamente encontré solución—y experiencia—y al conocimiento (modesto, si se quiere) y a la inquietud por seguirme superando y—por qué negarlo—a situaciones de las que alcancé a salir vivo sólo por un pelo, pero de las que aprendí mucho a pesar de los golpes que me llevé o me dieron. Por lo menos aprendí a no meterme en esos caminos. Hubo otras, afortunadamente pocas, en las que fracasé. Pero hasta de eso aprendí. ¡Aprende uno hasta de sus fracasos! Que no les cuenten: estoy convencido de que el verdadero infierno es el temor al cambio, el miedo, el creer en todo lo que nos dicen nuestros maestros y políticos; en nuestra ignorancia y en la de los demás—pocas cosas tan temibles como la ignorancia en acción—, el fundamentalismo religioso y político, el rencor, pero sobre todo la envidia, la ingratitud y la soberbia—que son de los pecados inconfesables, porque todo ello nos inmoviliza. Podemos confesar muchas cosas, pero la envidia y la ingratitud de y con otras personas, nunca. ¿Verdad? Cuando hemos ido teniendo éxito, muchos de nuestros conocidos nos profesan la envidia al éxito. Éxito a qué? ¿Al profesional, al sexual al familiar? No quiero que ustedes, mis amigos, vivan un infierno. Así que—aunque cueste mucho trabajo— hay que librarse de estos pecados indecibles que a veces son peores que muchos de los católicamente llamados “mortales”. ¿Cómo se libra uno de ellos? Cambiando los caminos trillados con cultura y mente amplia, valentía, con seguridad en nosotros mismos, moviéndonos, avanzando, leyendo, cultivándonos y mejorándonos… y aguantando y tratando de mejorar a los idiotas, a los ignorantes y conservadores. A veces—muchas—hay que cambiar de “amigos”. Ni modo. Cámbienlos a tiempo y no permitan que sean un lastre en sus vidas (que es la única que tendrán). Hay personas que se esfuerzan porque el globo aerostático no vuele. Recuerden que hay que viajar ligeros, y eso incluye deshacerse de las personas tóxicas. ¿Cómo reconocerlas? Son las que sacan lo peor de nosotros, las que nos hacen sentirnos devaluados, delincuentes, ignorantes, enojados, débiles, atemorizados, inadecuados, enojados- (¡Ah, la gran culpa judeo-cristiana!) Las personas más exitosas son aquellas que saben aplicar el plan B (cambiar de ambiente, amigos y personal) y se rodean de personas que sacan lo mejor de nosotros y nos hacen valiente y amigos, seguros de nosotros mismo, valiosos, capaces, amados, respetados y apreciados. ¿Se han fijado que los que vamos teniendo experiencia queremos dejar la vida a los que nos siguen, para que les sea menos dura? Y generalmente los jóvenes, arrogantes y escépticos, no la acogen ni mucho menos la aprecian o agradecen. El error de la juventud es pensar que la astucia y el intelecto primario compensa la falta de experiencia, en tanto que el error de los adultos es pensar que la pura experiencia sustituye a la inteligencia nata y a la actualización. Hablando a los más jóvenes: curiosamente, quienes hablamos de la feria es porque ya hemos estado en ella un buen rato. No hemos llegado a esta edad cometiendo, perdón, pendejadas. Nos han pasado las cosas que NO queremos que les pasen a ustedes. Dicen que un hombre sabio escarmienta al ver lo que sucede a los demás Y que uno más sabio no se espera a ver lo que le sucede a los demás, sino que aprende de lo que le dicen. Nunca he visto esto. Para llegar a esta mi edad siendo productivo he aprendido muchas cosas: que tenemos desde jovenzuelos que fijarnos objetivos ambiciosos, pero logrables (y luego fijarnos otros más y más altos); que hay que ser cultos, astutos, pacientes y perseverantes, a aprender de los demás, y si se puede, conseguirnos un buen mentor que nos guíe; a ser buenas personas, generosas y éticas, ser fieles a nuestros valores personales; a ser congruentes entre lo que hacemos, decimos y pensamos; a estar dispuestos a cambiar nuestras creencias cuando se presenten otras más verdaderas. Dicen que en la vida no hay nada constante, excepto el cambio. El hombre debe ser siempre flexible como una caña, no rígido como el cedro. Hay que amar y disfrutar a tiempo (como dijeron José José y Marco Antonio); a vivir el presente y reconocer que hay una edad para cada cosa. Después de todo, el pasado no se puede cambiar y el futuro aún no llega. Hay que deshacerse a tiempo—lo repito—de compromisos y conocidos intrascendentes, fatuos y que no nos aporten nada. Reconozcan siempre a sus verdaderos amigos como aquellos que sacan lo mejor en ustedes; que desean que ustedes mejoren, no los que quieran que ustedes vean y cometan errores. Reconozcan como sus enemigos a quienes les hagan sacar su peor parte—tener bajos valores en la vida, faltar a sus familias, embriagarse, consumir drogas, delinquir, engañar a los demás, maldecir, ser crueles, débiles, pesimistas e intolerantes—y quienes los quieran llevar al pasado. Desháganse de ellos de una buena vez. Y desconfíen profundamente de quienes se vanaglorian de sus éxitos y conocimientos y no los aportan al bien común. Esos son huecos y no merecen ser amigos de nadie. Algo muy importante: Nunca cambien un solo día de éxitos profesionales por un día de alegría y sin remordimientos con su familia y amigos. Hay que aprender que los pequeños asuetos esporádicos son muy necesarios… y sabrosos. Sin importar credos ni religiones (que siempre nos hablan de un posible más allá siempre que nos portemos bien según sus reglas o “leyes”) debemos concentrarnos en el aquí y en el ahora, con nuestras familias, amigos, empleados, pacientes y colegas y no colegas —pero sobre todo, y les juro que no exagero, con la frase del prócer Vicente Guerrero tamborileando en nuestra mente, “la Patria es primero…la Patria es primero…” Esto último es sorprendente para casi todos los dentistas y médicos que lo escuchan por primera vez, pero hay que recordar que lo poco o mucho que tenemos, lo que han hecho nuestras familias, nuestros antepasados, se lo deben a este país que merece mucho mejores dirigentes y políticos y salir de la idioticracia: México. Tras esto escrito, les deseo a todos los que me escuchan o leen, las mejores fiestas del 2023 y el mejor 2024, sin los obstáculos que nos perjudicaron un sexenio. PD: Estoy muy triste por el pobre estado de salud de mi amigo y admirado escritor, José Agustín.