miércoles, 12 de julio de 2023

 

Otra de policías y ladrones.

De 1984 a 1986, noviembre a noviembre, fungí como Presidente Electo de la ADDF entonces bajo la Presidencia de mi colega y amigo el Dr. Alberto Cota Ducoing.

Como tal, además de asistir dizque a adquirir conocimientos sobre la misma Asociación para empaparme de sus problemas y virtudes, debía escoger un cargo y como a mí se me da (modestamente) lo de ser Editor, pues escogí algo que hago en cualquier puesto que tenga: Ser el Director Fundador de un periódico bimestral llamado “Boletín” oficial de la ADDF. En su última página siempre insertaba yo un soneto y si había espacio, un cuentecito. Igual hice años después cuando fui Presidente del International College of Dentists.

Bueno, pues ese Boletín, así ya sin comillas, nos lo pagaron generosamente dos empresas: los fabricantes de Prodolina y la prestigiada empresa 3M de México.

Cada dos meses, el Boletín les era enviado por correo de papel a todos los socios y a sus miembros estudiantiles, que eran unos tres mil.

Una tarde, me fueron a visitar al consultorio dos detectives de la Policía capitalina. Tras identificarse, noté que estaban vestidos apropiadamente, que hablaban buen español y me dijeron el propósito de su visita: había un delincuente desalmado, al que había apodado El Chimuelo, que atacaba a los consultorios en donde había estudiado que sólo atendía una mujer dentista joven… y guapetona. Estudiaba sus horas de consulta y cuando ya estaba decidido, tocaba la puerta (o la cortina) del consultorio faltando 5 minutos para que cerrara aduciendo que se “le había caído un diente de enfrente”. El tipo aquel efectivamente tenía una placa removible de acrílico con dientes del mismo material y desprendía un incisivo central antes de hacer tan prudente petición.

La doctora (las escogía guapas y jóvenes) tras meditarlo un poco (“en diez minutos le pego con acrílico rápido este diente o le hago otra plaquita de acrílico y me gano unos pesitos”) accedía al tratamiento y le indicaba al maldito aquel que pasara a “sentarse al sillón”, a lo que este respondía:

—Doctora, vengo muy nervioso. ¿Me permite pasar a su baño un momentito?

—¡Claro! Pásele—y le indicaba por dónde quedaba el WC

El despiadado sujeto aprovechaba estar solo para despeinarse completamente (se me olvidaba decir que usaba bigote), abrirse completamente la camisa, y de entre sus ropas sacaba un puñal de cacería y un trozo de cuerda, que tomaba con una mano y en la otra mano sujetaba una pistola.

¡De pronto, todo era un rebumbio! Porque al salir del baño el individuo, ya con facies de loco y la boca abierta, sin los dientes del frente, gritaba a todo volumen como un loco y se le abalanzaba sobre la pobre y crédula doctora, a la que sometía en un dos por tres, la tiraba boca abajo y la amarraba, golpeándola durante este procedimiento y sin dejar de emitir gruñidos y luego le arrebataba la ropa y la hacía presa de su más bajos instintos, violándola, golpeándola y sobajándola sin cesar.

Una vez hecho todo este pavoroso acto, se dedicaba a robar al consultorio (¿Qué pueden haber tenido de valor las doctoras jóvenes y solitarias, por Dios?) y las dejaba avergonzadas, llorando y golpeadas severamente, y sin poder moverse por lo menos un rato.

Volvamos a mi narración original, la de los policías en mi consultorio.

—Doctor, sabemos que usted publica un periódico que llega a una gran cantidad de dentistas…


                                       Muestra del periódico de la ADDF

No mentía. Porque antes de que la ADM se ensañara contra la ADDF, esta última tenía mucho más socios que la propia ADM.

—Efectivamente!—repuse. —¿En qué les puedo ayudar?

El policía se removió en su silla y me contestó:

—En publicar el dibujo que tenemos describiendo al Chimuelo para que quien lo haya visto nos lo comunique…—y me enseñó el grabado del perverso sujeto. Se me puso la piel de gallina. Desgraciadamente, aunque tuve el grabado en mi poder una semana, no le saqué copias para mostrárselas a ustedes, pacientes lectores.

Desde luego, ante una petición así no había motivo para consultar al Presidente de la ADDF.

Bueno, tuve el grabado y me disponía a insertarlo en la última página del Boletín siguiente cuando recibí la llamada de uno de los policías que me habían entrevistado.

—Doctor Farill: ya no va a ser necesario que publique la foto…. ¡Lo agarramos!

—¿Quee? ¿Al Chimuelo? ¿Cuándo? ¿Cómo?

Pues resulta que a una de las dentistas jóvenes que entrevistamos nos avisó que conocía al sujeto, que le había avisado que se le había caído un diente y que iba hacia su consultorio, cuando ella se dio cuenta de la trampa y le dijo que ya había cerrado. Que fuera a la misma hora al día siguiente. Lo que le dio tiempo para avisarnos.

—¡Qué valiente muchacha!

—¡Ah, eso desde luego! ¡Más valiente que muchos hombres! Pues nos dio tiempo de llegar a su consultorio en la mañana y esconder a dos elementos (agentes) en su pequeño consultorio.

Cuando el malvado sujeto se apersonó unos minutos antes de que ella cerrara el consultorio por la noche, él hizo lo mismo de siempre. Sólo que al salir se topó con dos agentes armados que lo sometieron y sin querer lo golpearon un poco porque no se quería rendir por las buenas… usted sabe… y lo aprehendieron.

Luego supe, porque estuve muy pendiente del caso a través del periódico amarillista “Alarma” que tras juzgarlo, el juez le dictó 30 años de condena, así que si no se murió ya, por ahí debe seguir.

¡Viva la valentía de esa doctora y de todas las doctoras del mundo!

Y cuídense de esas ofertas aparentemente fáciles cuando estén solos o solas.

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