Otra de policías y ladrones.
De
1984 a 1986, noviembre a noviembre, fungí como Presidente Electo de la ADDF
entonces bajo la Presidencia de mi colega y amigo el Dr. Alberto Cota Ducoing.
Como
tal, además de asistir dizque a adquirir conocimientos sobre la misma
Asociación para empaparme de sus problemas y virtudes, debía escoger un cargo y
como a mí se me da (modestamente) lo de ser Editor, pues escogí algo que hago
en cualquier puesto que tenga: Ser el Director Fundador de un periódico
bimestral llamado “Boletín” oficial
de la ADDF. En su última página siempre insertaba yo un soneto y si había
espacio, un cuentecito. Igual hice años después cuando fui Presidente del International College of Dentists.
Bueno,
pues ese Boletín, así ya sin comillas, nos lo pagaron generosamente dos empresas:
los fabricantes de Prodolina y la prestigiada empresa 3M de México.
Cada
dos meses, el Boletín les era enviado por correo de papel a todos los socios y
a sus miembros estudiantiles, que eran unos tres mil.
Una
tarde, me fueron a visitar al consultorio dos detectives de la Policía
capitalina. Tras identificarse, noté que estaban vestidos apropiadamente, que
hablaban buen español y me dijeron el propósito de su visita: había un
delincuente desalmado, al que había apodado El
Chimuelo, que atacaba a los consultorios en donde había estudiado que sólo atendía
una mujer dentista joven… y guapetona. Estudiaba sus horas de consulta y cuando
ya estaba decidido, tocaba la puerta (o la cortina) del consultorio faltando 5
minutos para que cerrara aduciendo que se “le había caído un diente de
enfrente”. El tipo aquel efectivamente tenía una placa removible de acrílico
con dientes del mismo material y desprendía un incisivo central antes de hacer
tan prudente petición.
La
doctora (las escogía guapas y jóvenes) tras meditarlo un poco (“en diez minutos
le pego con acrílico rápido este diente o le hago otra plaquita de acrílico y
me gano unos pesitos”) accedía al tratamiento y le indicaba al maldito aquel
que pasara a “sentarse al sillón”, a lo que este respondía:
—Doctora,
vengo muy nervioso. ¿Me permite pasar a su baño un momentito?
—¡Claro!
Pásele—y le indicaba por dónde quedaba el WC
El despiadado
sujeto aprovechaba estar solo para despeinarse completamente (se me olvidaba
decir que usaba bigote), abrirse completamente la camisa, y de entre sus ropas
sacaba un puñal de cacería y un trozo de cuerda, que tomaba con una mano y en
la otra mano sujetaba una pistola.
¡De
pronto, todo era un rebumbio! Porque al salir del baño el individuo, ya con
facies de loco y la boca abierta, sin los dientes del frente, gritaba a todo
volumen como un loco y se le abalanzaba sobre la pobre y crédula doctora, a la
que sometía en un dos por tres, la tiraba boca abajo y la amarraba, golpeándola
durante este procedimiento y sin dejar de emitir gruñidos y luego le arrebataba
la ropa y la hacía presa de su más bajos instintos, violándola, golpeándola y sobajándola sin cesar.
Una
vez hecho todo este pavoroso acto, se dedicaba a robar al consultorio (¿Qué
pueden haber tenido de valor las doctoras jóvenes y solitarias, por Dios?) y
las dejaba avergonzadas, llorando y golpeadas severamente, y sin poder moverse
por lo menos un rato.
Volvamos
a mi narración original, la de los policías en mi consultorio.
—Doctor,
sabemos que usted publica un periódico que llega a una gran cantidad de
dentistas…
No
mentía. Porque antes de que la ADM se ensañara contra la ADDF, esta última
tenía mucho más socios que la propia ADM.
—Efectivamente!—repuse.
—¿En qué les puedo ayudar?
El
policía se removió en su silla y me contestó:
—En
publicar el dibujo que tenemos describiendo al Chimuelo para que quien lo haya visto nos lo comunique…—y me enseñó
el grabado del perverso sujeto. Se me puso la piel de gallina. Desgraciadamente,
aunque tuve el grabado en mi poder una semana, no le saqué copias para
mostrárselas a ustedes, pacientes lectores.
Desde
luego, ante una petición así no había motivo para consultar al Presidente de la
ADDF.
Bueno,
tuve el grabado y me disponía a insertarlo en la última página del Boletín
siguiente cuando recibí la llamada de uno de los policías que me habían
entrevistado.
—Doctor
Farill: ya no va a ser necesario que publique la foto…. ¡Lo agarramos!
—¿Quee?
¿Al Chimuelo? ¿Cuándo? ¿Cómo?
Pues
resulta que a una de las dentistas jóvenes que entrevistamos nos avisó que
conocía al sujeto, que le había avisado que se le había caído un diente y que
iba hacia su consultorio, cuando ella se dio cuenta de la trampa y le dijo que
ya había cerrado. Que fuera a la misma hora al día siguiente. Lo que le dio
tiempo para avisarnos.
—¡Qué
valiente muchacha!
—¡Ah,
eso desde luego! ¡Más valiente que muchos hombres! Pues nos dio tiempo de
llegar a su consultorio en la mañana y esconder a dos elementos (agentes) en su
pequeño consultorio.
Cuando
el malvado sujeto se apersonó unos minutos antes de que ella cerrara el
consultorio por la noche, él hizo lo mismo de siempre. Sólo que al salir se
topó con dos agentes armados que lo sometieron y sin querer lo golpearon un
poco porque no se quería rendir por las buenas… usted sabe… y lo aprehendieron.
Luego
supe, porque estuve muy pendiente del caso a través del periódico amarillista “Alarma” que tras juzgarlo, el juez le
dictó 30 años de condena, así que si no se murió ya, por ahí debe seguir.
¡Viva
la valentía de esa doctora y de todas las doctoras del mundo!
Y
cuídense de esas ofertas aparentemente fáciles cuando estén solos o solas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario