lunes, 8 de febrero de 2021

Sucedidos en Odontología. El Señor Argüelles y su memoria increíble

Dr. Manuel Farill Guzmán

Cuando mi generación estudió (o asisitió, a secas) a la Escuela Nacional de Odontología en la CU, de 1965 a 1969, no había un Grupo Nacional Estudiantil de la ADM. 

Sí: habían existido Grupos Estudiantiles temporales, de corta vida. Por eso, en 1967 nos abocamos a fundar uno de carácter nacional, que también duró unos cuatro años, pero que en cambio organizó el Primer Congreso Nacional de Estudiantes de Odontología en el bello puerto de Veracruz, bajo la mirada estricta de la Dra. Isabel Carreón de López, una de las primeras ortodoncistas afamadas.

La Asociación Dental Mexicana llevaba desde su fundación apenas 23 años y su sede estaba en un edificio ubicado en la calle de Sinaloa 9 entre Insurgentes y la Av. Oaxaca en la Colonia Roma (no recuerdo si en el 2º o 4 piso, con elevador). Era una oficina pequeña, ya se imaginarán que no era ni la mitad del piso, y saliendo del elevador había una recepción de madera tras la cual despachaban un hombre, el Sr. Argüelles y una mujer, Queta (luego entró a trabajar Lolita).

El señor Argüelles era el Administrador de la ADM. Era un personaje inolvidable para muchos de nosotros. De unos 55 años, de estatura baja y complexión delgada (entonces eran escasos los obesos), pelo ralo y cano, siempre vestido de traje (preferentemente gris) y corbata y con mucha energía es sus movimientos: era el famoso Sr. Argüelles, quien fue el administrador de la ADM durante décadas. Tenía una sonrisa pícara y era de carácter afable, con quiens lo tratábamos educadamente.

Tenía una memoria de computadora ya que conocía a todos los dentistas de la Ciudad de México y de todo el país (eran unos 5 mil). Y cuando digo conocía, me refiero a que sabía sus nombres, los cargos que ostentaban en sus estados y sus teléfonos de memoria. Siempre se refería a ellos con mucho respeto. ¡Lo que ha de haber sabido de ellos y que nunca contó!

El archivo de la ADM se guardaba en cajitas de madera, en donde cabían perfectamente las tarjetas con los datos de cada miembro y su sello de “pagado” por cada año. No dejaba que pasara el tiempo: si uno no pagaba durante los tres primeros meses del año, lo llamaba por teléfono (o le decía en persona) que lo tendrían que dar de baja y perdería así su antigüedad. No eran muchos los socios, tal vez unos dos o tres mil en todo el país, pero esos estaban al día en sus cuotas. 

Cuando llegábamos los del Grupo Estudiantilhaciendo barullonos callaba poniendo un dedo sobre su boca, porque estaban los grandes gurús ofreciendo alguna o algunas conferencias, a las que podíamos entrar si había cupo. Ahí conocimos a los grandes maestros de la odontología de entonces. La oficina tenía dos aulas regulares (tamaño recámara) y una un poco más pequeña. Una sala de espera pequeña y un cubículo dentro de la recepción que se usaba para que el Presidente de la ADM tomara llamadas telefónicas, recibiera a alguna persona o firmara algunos documentos. Las paredes eran de cristal. Ninguno de los Presidentes, ni los miembros de sus Comités Directivos cobraba (en mi gestión tampoco cobrábamos ninguno) honorario alguno, ya que así lo prescriben los Estatutos de la ADM y de la ADDF.  La compañía Colgate Palmolive, que siempre ha ayudado a la Asociación, se encargaba de pagar los gastos derivados de los traslados de los conferencistas y de los encargados de tomar las protestas de los Comités Directivos de rigor en los estados a otras partes de la República.

¡Qué diferencia con los dentistas de ahora, que cuando sabían que iba a haber cambios en la ADDF se me acercaban para preguntarme “¿Cuánto gana el Presidente?” ¡Qué vergüenza! Y puedo decir nombres…

En fin. Si estaba uno de buenas y era una persona “decente”un día tenemos que ponernos a pensar qué significa exactamente esta definición y correcta con el Sr. Argüelles podía uno contar con su ayuda y sus influencias. Cuando el Sr. Argüelles faltó fue reemplazado por otro personaje digno de estar en estas páginas, el caballeroso y eficiente Sr. García Escamilla.

Ir a la ADM significaba para nosotros, los estudiantes, vestirnos tan bien como podíamos y usar corbata, aunque fuera con suéter o chamarra. Los dentistas iban de traje. Era un lujo acudir a nuestra agrupación nacional. Después de salir de la conferencia, nos íbamos a cenar,y si teníamos suerte, nos acompañaba alguno de los maestros de la odontología mexicana.

sábado, 6 de febrero de 2021

Sucedidos en Odontología. El Primer Congreso Internacional de Estudiantes de Odontología

 


Dr. Manuel Farill Guzmán


Corría el año de 1967, creo, cuando la ENO fue una de las organizadoras del Primer Congreso Internacional de Estudiantes de Odontología en CU. Mi grupo estaba en segundo año (cuarto semestre). Desde luego, varios compañeros y compañeras nos inscribimos. Las reuniones científicas tendrían lugar en el Auditorio que gentilmente había prestado la Facultad de Medicina de la UNAM para ello, que es por cierto muy bello.

La verdad, yo no pude asistir a muchas de estas sesiones por estar inmiscuido tanto en mis estudios como en la grilla de la Escuela.

Pero a las fiestas y convivios sí fui, acompañado por mis amigos y compañeras. Habíamos estudiantes y profesores (que eran algunos ponentes) de nuestro país y de Chile, Ecuador, Bolivia, Colombia, que recuerde yo. Tal vez había de más países, pero no los recuerdo. Hicimos migas inmediatamente, sobre todo con las compañeras y con la profesoras de estos países.

Recuerdo que ya para terminar el Congreso, unas compañeras que iban uno o dos años delante de mi grupo (mayores que nosotros, pues), organizaron una tardeada en una casa en el retorno de la calle de Cerro Xico, en Copilco Universidad. Dicha casa era casi vecina de la mía porque estaba a espaldas de la Av. Universidad en un sitio muy bonito. Las ventanas del estudio de la casa tenían la vista del retorno.

Pues serían las siete de la noche en la casa donde se llevaba a cabo aquella tardeada, unos bailaban, otros platicaban, otros bebían, cuando de pronto tocaron violentamente la puerta de la calle y una de nuestras compañeras, Margarita se llamaba, abrió para que entraran empujándola unos señores que tenían la pinta de policías de película mexicana: gabardina, bigotes, sombreros, cigarros en los labios y eran seguidos por policías de los que llamábamos “azules”. ¡Todos nos sobresaltamos, claro!

Gritaron un nombre que no viene al caso. Buscaban a un muchacho ecuatoriano del que no diré el nombre. Y ahí estaba él, que tardó un rato en aparecer: un muchacho bien parecido, blanco y creo que de ojos claros con un acento característico en su hablar. Buena persona, normal, no se había metido con nadie.

Lo tomaron de los brazos y se lo llevaron ante el estupor de los asistentes (yo entre ellos). “¿Qué paso? ¿Quién era? ¿Por qué se lo llevaron?” Eran las preguntas que todos nos hacíamos. “¿Quiénes eran estos que vinieron? ¿De qué policía eran?”  (habían muchas policías entonces: de aduanas, tutelares, de la Federal de Seguridad (temibles), de la DIP, de muchas partes: había hasta Policias Forestal, Aeropuertaria y de Hacienda. Pues con la pena: la fiesta siguió, pero ya con menos ánimos. Pronto nos fuimos despidiendo de los dueños de la casa que no recuerdo quiénes eran. Me regresé a la casa caminando.

Pasó el tiempo y años después me encontré con este cuate ecuatoriano en algún Congreso o en alguna Escuela de las tres que me tocó fundar. Le pregunté, claro, qué había sucedido y me dijo que entonces andaba metido en algún movimiento guerrillero o sedicioso en su país y que lo habían deportado y él había sufrido cárcel en el Ecuador unos meses.

Años después volví a saber de él: era Director de la Facultad de Odontología de Ecuador y años más tarde fue Ministro de Salud de aquel país. ¡Las vueltas que le dio la vida!

Nunca se repitió aquel Congreso, por lo menos no en México.