miércoles, 18 de octubre de 2023

¿Cómo se siente atender a un Presidente de México?

Por ahí de finales de 1982, porque asumió la Presidencia el 1º de diciembre de aquel año, hizo una cita odontológica conmigo el personal del Presidente Electo Miguel de la Madrid Hurtado (MMH). Nos conocíamos porque yo había trabajado en la Secretaría de Programación y Presupuesto bajo su mandato, colaborado en su campaña política y le había atormentado con dos o tres discursos durante su campaña. Desde antes, le había entregado semanalmente las publicaciones que bajo mi responsabilidad en la Dirección Editorial se hacían en esa Secretaría de Estado. Además, también durante su Campaña le había organizado un “encuentro con la profesión” en la fastuosa y elegante Aula de la Academia Nacional de Medicina en el Centro Médico Nacional. Aquí hay una foto de eso acto. Socialmente, habíamos estado juntos en dos convites en casa de Miguel González Avelar, en donde me tocó oírlo rasgar la lira y cantar y conocí su ingenio y excelente sentido del humor, acompañado de su inseparable esposa Paloma. Le dieron la cita odontológica el día y la hora que escogieron sus ayudantes (no recuerdo el día entre semana, pero sí la hora: las 7 AM). Ignoro si acudió por su voluntad o por la recomendación de Miguel González Avelar o de mi otro amigo, su médico personal, el Dr. Leobardo Ruiz, a la sazón Director General del IMAN. Apercibí a mi personal a que estuviera puntualísimo tres cuartos de hora antes de la cita y que comprobara que todo funcionaba (sí: funcionaba) y que echara a “andar” la compresora y el sistema de vacío. Llegué a mi consultorio en Av. Universidad a las 6:20 aproximadamente con la sorpresa de que no había ni un automóvil estacionado en ambas aceras de la avenida (muy transitada, era a 1.5 km. de la entrada de CU). Ignoraba yo que las grúas de tránsito se los habían cargado a todos a los corralones. Eso me atrajo la mala voluntad de varios vecinos. Al llegar a mi consultorio noté que había varios hombres vestidos de oscuro con traje y corbata pululando por el garaje de 6 autos que solíamos tener y que la puerta de entrada estaba abierta, con la cuidadora del consultorio caminando como gallina sin cabeza entre aquellos “elementos”. Fue un alivio para ella verme llegar. —Doctor, estos hombres son del Estado Mayor. Que dizque va a venir el Presidente… —Si, Luz—un personaje inolvidable—. Así es. No debe tardar en llegar. ¿Quiere que se lo presente? —UUy, entonces mejor voy y me pongo algo más elegante… Estacioné el auto y entre al consultorio: había gente del EM en la azotea, en el jardín que había atrás de los consultorios y, en general, en todos lados. Gente muy correcta eso sí. Muy saludadores y respetuosos. MI personal estaba listo y vestido como debía ser. Me tocó ver cómo llegaba el Presidente: viajaba en caravana de “hilito” (uno tras otro) de unos 5 o 6 autos. Al llegar a cierto punto de la avenida, dos de ellos con precaución bloquearon el paso de autos por la avenida—en la que por la hora no había mucho tráfico—, mientras que el auto en donde viajaba el Presidente entró en el garaje, el que inmediatamente fue tapado por los demás autos para que no le bloqueara nadie el paso o la salida. En esa ocasión viajaba en una camioneta negra Ford Fairmont. También negros eran los otros autos. Entró MMH vestido con un traje gris perla con su acostumbrado paso marcial y muy erguido, seguido por dos militares. Uno era un Capitán y otro un Coronel (aún no lo habían ascendido). Nos saludamos afectuosamente y lo invité a pasar a hacerle unas radiografías de control. Al ir a entrar al cubículo que teníamos dispuesto para atenderlo, quiso entrar el coronel y le supliqué me dejara solo con el Presi. No quería, pero el mismo Presidente le indicó que lo esperara en la sala de recepción (en el consultorio no tenemos sala de ESPERA, porque no hacemos esperar, sino de RECEPCIÓN). No le gustó nada. Revisé la boca del Presidente. Sus radiografías estaban como si le acabaran de salir los dientes y molares. Mientras comentábamos y revisaba yo su boca, porque él la tenía abierta, le indiqué cómo prevenir las enfermedades estomatológicas—aunque creo que no me hizo mucho caso, porque cuando lo volví a ver, años después en el consultorio que le pusieron en su casa, ya tenía dos trabajos en la parte superior de su boca. En verdad, el sentimiento que tuve fue de mucho respeto y afecto y poniendo un cuidado extra al normal porque él me había confiado su salud bucal. Y una cosa es el amigo y el funcionario y otra muy diferente el encargado de cuidar de ésta. Al salir, tras de dejarle impecable su boca y dientes y aplicarle fluoruro, que funciona mejor en adultos que en niños, salió con una gran sonrisa dándole las gracias a todos, incluso a Luz. El coronel, muy serio, lo seguía tratando de apresurar su paso y eso me hizo pensar: —Perdón— le dije a éste último—¿a quién le mandamos el recibo de honorarios? —¿Le va usted a cobrar al señor Presidente de la República?—acotó el coronel, haciéndose el sorprendido. —Sí, señor coronel. Yo les tengo que pagar horas extras a mi personal y mi tiempo lo vale, así que ¿a dónde paso a recoger el cheque? Para esto, el Presidente se estaba subiendo a su camioneta. —¡Ejem!—espetó el coronel. —Mande usted el recibo a…. y me dio una dirección cercana mientras me echaba una mirada eléctrica. El Presidente se despidió de todos nosotros. Me visitó una o dos veces más (el coronel para entonces ya era General) y luego ya no supe dentalmente nada de él porque creo que lo empezaron a atender los dentistas militares. Uno o dos años después me llevó el Dr. Leobardo Ruiz a la casa del Presidente a que le colocara una Prótesis de Avance Mandibular, cosa que hice en su consultorio particular (que por cierto era una unidad con su sillón de Dentadec). Pero ahora ya sabía en dónde entregar mi recibo. Años después tuve el gusto de recibirlo en mi casa, porque un grupo de jóvenes con ansias políticas lo invitaron a que les diera una ponencia sobre su entonces más reciente libro. Ahora era Director del Fondo de Cultura Económica. Adjunto la foto cuando me está dedicando un ejemplar. ¡Un tipazo honrado, bien plantado, enérgico y sumamente simpático y agradable al que le tocó una época económica y políticamente muy difícil, no sólo nacionalmente, sino en todo el mundo! Las mujeres decían, además, que él era guapo. .

No hay comentarios: