martes, 4 de julio de 2023

 

LA VEZ QUE CREÍMOS QUE NOS IBAN A ASALTAR

Debe haber sido por 1980. Entonces, mi consultorio estaba en Av. Universidad 1854, en donde ahora está la librería de libros usados “Salvador Novo”, a la que invito a mis lectores que conozcan porque se van a llevar gratas sorpresas. Hay desde enciclopedias y novelas hasta libros de medicina, odontología y química. Tiene hasta sección en inglés.

Mi secretaria, la fiel Silvia (lleva conmigo 45 años), era una chavita y una tarde entró nerviosa en mi despacho y me dijo:

–Doctor: creo que ahora sí nos vienen a asaltar– dijo temblorosa

Para aquellos de mis lectores que conocieron aquel gran consultorio (teníamos 4 sillones de odontología infantil y general y 4 de ortodoncia), a pesar de tener vidrio antibalístico en la recepción y puertas esclusas para poder entrar a la recepción, cuando un grupo de maleantes vienen decididos a entrar, estas barreras sólo les sirven como estorbos en los que perderán un poco más de tiempo. Por cierto que, fuimos el único negocio que nunca asaltaron de esa cuadra

Naturalmente, salí con cierto temor a la recepción a ver a qué se refería Silvia y, en efecto, encontré que en los sillones de la recepción estaban sentados dos tipos con la peor facha del mundo y uno estaba parado a su lado. Uno de los sentados llevaba lentes RayBan oscuros de gota.

Cautelosamente les pregunté en qué podríamos servirlos y uno de ellos, creo que el que estaba parado, me repuso:

Pos aquí mi Comanche que dizque le duele mucho una muela…

No digo: me duele mucho, ¡muchísimo!farfulló el de los RayBan

Se identificaron conmigo mostrándome sus “charolas” metálicas de policías de investigación. Yo no sabía si reír o llorar. En ese entonces les teníamos más miedo a los polis que a los rateros (creo que como ahora). Pude notar que el “Comanche” (por comandante) estaba llorando a lágrima viva y usaba los lentes para ocultarlo. 

Como todo dentista debe hacer, no me quedó otro remedio que pasarlos a un cubículo y sentar al Comanche. Los otros dos se quedaron a sus lados, estorbando muchísimo. Entonces, sacando fuerza de mi interior, con voz más ronca, les pedí que se pararan enfrente del sillón para que yo tuviera libertad de movimientos, pero el Comanche me rogó que uno de ellos ¡le diera la manita!

Silvia se asomó aún temerosa, pero ya más calmada y llamó a su hermana, que era mi asistente.

¡Juaniiita!como por arte de magia se apareció la susodicha. ¿Qué se le ofrece, doctor?

La instruí para sacar unas radiografías periapicales y de mordida y así lo hicimos. Luego vino lo duro, porque el Comache seguía llorando ante la mirada atónita de sus secuaces, digo, ayudantes. Al ver las Rx, comprendí que había que hacer unas extracciones: una muela más o menos entera y unos restos radiculares contiguos con sendos abscesos periapicales.

Al tomar las radiografías noté que algo me estorbaba en el vientre del Comanche y se lo hice notar. Levantándose la camisa (por eso llevan la camisa suelta, para que no se note) mostró que traía una escuadra calibre 45 plateada que yo vi gigantesca, sobre todo el agujero del cañón.

Haciendome el Harry El Sucio, lo más macho que pude, le dije:

Le voy a suplicar que la pongamos en uno de los mostradores y que le “eche un ojo” uno de sus amigos.

Accedió no muy contento, dándole instrucciones a uno de sus gatos a que la cuidara y nadie, pero nadie, la tocara. Pensé “¡Por mí, mejor!”

Debieron ustedes haber visto al Comanche llorar y retorcerse cuando alcanzó a ver la jeringa con su aguja larga (entonces yo empleaba jeringas ahora ya no, uso la Wand). Sus socios o compadres le sujetaron los brazos y la cabeza y acerté a darle una anestesia regional muy buena. Y volví a pensar: “¿Pues no que muy macho?”. Ahí aprendí que mientras más macho parece un paciente (fuertotes, instructores de pesas, charros, policías, etc.), más cobarde es para el dentista.

Para no hacer el cuento largo, y a pesar de que me cercioré de que  tuviera una anestesia profunda y de explicarle lo que iba a sentir, el Comanche aulló como coyote (¿le habrá salido natural?) cuando hice palanca sobre la muela y más cuando emplee el elevador de raíces para quitarle los restos radiculares. Aunque no lo crean, su sangre teñía de rojo, como la canción. Por suerte no tuve complicaciones.

Si me preguntan ahora, lo confesaré: hice todo el procedimiento sin antibiótico y, por si siguen preguntando, ni se usaban guantes y cubrebocas en aquellos años. El horno “no estaba para bollos”, como dicen. Eso sí: estoy plenamente seguro de que no le dolió nada porque hubiera tomado la pistola y me hubiera cosido a balazos.

Salió como un lloroso fardo o como dicen: de aguilita. Uno de sus compinches de cada lado sosteniéndole los brazos. Silvia le cobró (estuve tentado a cobrar de más, pero no lo hice). Pagaron y afortunadamente salieron y nunca, nunca más volví a saber de ellos…

 

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