Bueno, pues el viernes 25 de abril de 1969 fue removido de
su cargo (aunque los diarios dicen que “renunció”) el Dr. Sarabia Aguilar.
Entonces ocurrió lo que nos había predicho el Rector Barros Sierra: ¿a quién
ponemos? En política no es sólo la cuestión de “retirar” a alguien, sino hay
que saber a quién poner. En política
nunca existe un vacío: alguien inmediatamente lo llena. Desgraciadamente
los profesores que quedaban en la ENO tenían currículas pobres, sobre todo sin
experiencia en el manejo de personas e instituciones (cosa que les falta a
muchos colegas), y así, tras de algunos meses, fue electo el Dr. Manuel Rey
García. ¡Muerte, me sigues!
Este asunto ya les tocó resolverlo a las generaciones que
nos siguieron, porque después del Dr. Rey siguió su compadre el Dr. Zimbrón
Levy, de igual “calidad”.
Mi generación, conocida también como “la del 68”, “la del Movimiento”,
fue disolviéndose al irnos recibiendo profesionalmente los que la integrábamos.
Yo me recibí el 31 de marzo de 1970.
Los grillos tenían tanta prisa porque me
largara y dejara de dar lata que hasta me dijeron “escoge a tu Jurado”. Me quedó un sabor amargo en la boca al
recordar lo que aquellos pillos nos habían hecho sentir: miedo, angustia, dolor,
impotencia, sorpresa, desesperación. Pero también nos sirvió para darnos cuenta
de quienes eran los amigos, para tener momento de gloria al dirigirnos a
nuestros compañeros, para hacernos sentir a algunos el amor por la política
honrada y bien entendida, para hacernos de nuevos aliados, de participar en
actividades que finalmente produjeron un crecimiento de la democracia en el
país.
A mediados de 1969 recibí por boca de mi amigo y maestro,
el Rector Barros Sierra, el encargo de ser miembro del equipo fundador de la primera
escuela de odontología privada, la de la UNITEC. Cosa muy necesaria entonces, pero que a la larga produjo un infinito número de escuelas privadas de odontología. Ese Consejo Directivo estaba
formado por el Presidente del mismo, el valioso Maestro Víctor de la Rosa, como
Secretario el Dr. Víctor López Cámara, y los tres vocales éramos un cirujano
bucal poco conocido entonces, de origen escocés (y quien después estudió
Medicina en México): el Dr Robin Grey McLeod. El otro era (es) un
extraordinario rehabilitador de un magnífico carácter y gran inteligencia, el
Dr. José Luis Sánchez Sotres (recién desempacado de su Maestría en los EEUU) y
su servidor, que era (y sigo siendo) el más joven de todos ellos. Desgraciadamente
el Maestro De la Rosa ya se nos fue.
En juntas maratónicas, lideradas por el inefable Rector y
después multimillonario dueño
—gracias a la escuela de odontología— CP Ignacio Guerra
Pellegaud, por las noches nos juntábamos en la entonces modesta Dirección de la
UNITEC en Av. Marina Nacional 162 y mientras dilucidábamos, pensábamos,
ideábamos, inventábamos cosas, escogíamos a los profesores que nos seguirían en otras materias,
tomábamos refrescos y a veces whiskey o coñac. Escuchábamos al FFCC que pasaba a metros de nosotros hacerse para adelante y para atrás. Hacíamos “tormentas de cerebros”
y otras actividades cerebrales creativas (que les falta a la mayoría de los
colegas) y nos apretábamos el coco para resolver los problemas que se nos iban
presentando, entre otras cosas para actualizar y modernizar el programa de
estudios sin que lo notaran en la UNAM.
Nos acompañaba a veces el buen amigo
Alberto Singer, coordinador de Relaciones Públicas de aquella Universidad, que
entonces constaba sólo de unos edificios de dos pisos que rodeaban un patio con
canchas de basquetbol y ofrecía dos o tres carreras además de la Preparatoria.
Ni pensar en que hubiera un Anfiteatro con cadáveres ahí, y, sin embargo, lo
hicimos.
El CP Guerra Pellegaud era un hombre extraordinariamente inteligente y simpático, aunque muy enérgico y con mucha empatía. Tenía un agradable aspecto físico (era rubio y de ojos claros).
En un principio, el Dr. De la Rosa iba a dar Histología y
Embriología y yo iba a tener el honor de ser su ayudante (con orgullo digo que había
sacado 10 de calificación en su clase cuando fue nuestro Maestro); Robin Grey
iba a dar Anatomía Humana; López Cámara, Odontología Preventiva; Luis Sánchez Sotres, Materiales Dentales y
alguien —no sabíamos quién—debería dar la clase de Anatomía Dental. El Sr.
Guerra, en un acto que lo honra, me propuso a mí (que en la única materia que
había sacado 6 durante la carrera era precisamente en Anatomía Dental) y yo,
claro, acepté.
Tuve que estudiar y aprendí una gran lección que comparto con
las generaciones posteriores: me supe rodear de colegas que de esto sabían más
que yo y que tenían un entusiasmo enorme por dar clases: en orden alfabético
fueron adjuntos de mi clase los ahora doctores Carlos Bellamy Haro (que
modelaba muy bien); Raúl Cameras Meneses de gran inteligencia, simpatía y
disciplina y Rubén Malpica Domínguez, que era quien yo pienso era el que mejor
modelaba los cubitos de cera en esa materia.
Éramos inseparables. Luego, ellos
ascendieron, como debe de ser. Y cuando yo ya me había ido a fundar la
UAM-Xochimilco en 1974 (esta historia viene en otro Blog), Raúl se fue a la
clase de Prótesis Fija y Removible con el Dr. Jesús Santos Sotres; Malpica
posteriormente dio clases, si no me equivoco, de Exodoncia y de Cirugía Bucal y
Carlos es, ahora que escribo estas líneas, el Decano de los profesores de la
UNITEC. Debo reconocer que ganábamos muy bien y a todos nos alcanzó para
adquirir auto y a mi, hasta para casarme felizmente con mi querida Marcela. ¡Ah,
cómo recuerdo con agrado aquellas comilonas y bebilonas de horas que nos dábamos
los días en que nos pagaban! Eran los felices tiempos de la Zona Rosa como
lugar respetable y hasta de lujo, en donde primero aparecieron las minifaldas y
los buenos restaurantes, como el Focolare, el Bellinghausen, el Loris, Alfredo´s,
La Calesa de Londres, Can Cán, etcétera. Era de lujo tener un negocio y más un
consultorio dental en aquella colonia Juárez. Varios queridos maestros tenían
consultorios ahí: el Dr. Samuel Fastlicht, el Maestro Espinosa de la Sierra,
etc.
Tuve mi nombramiento de Profesor Titular de la UNAM (Unitec
estaba afiliada a la UNAM) antes de recibirme. En ese entonces, no sé ahora, el
Título Profesional de la Unitec era exactamente igual al de la UNAM, haciendo
la aclaración que los estudios se habían llevado a cabo en la Unitec. Es más:
los Certificados que nos acreditan como Miembros del Consejo Directivo Fundador
de la Escuela de Odontología de la UNAM, firmados por el Sr. Guerra y por el
Maestro De la Rosa están firmados ¡un día antes de que yo me recibiera en la
UNAM!
Se ve fácil, pero éramos Maestros de Medio Tiempo (todas
las mañanas) y en la primera generación recibimos lo que fue una gran sorpresa:
tres grupos de 60 alumnos para iniciar. De manera es que salíamos de una clase
teórica para media hora después entrar a una práctica y así. Teníamos pocos ratos
libres hasta que me pidieron que fuera yo quien hiciera los horarios de la
siguiente generación y entonces me las ingenié (si es que eso es ingenio) para
darnos una mañana libre. Se preguntarán ustedes, ¿y quién quedó de ayudante del
Maestro De la Rosa? Pues nada menos que el Dr. Alfredo Crespo Oviedo, quien fue
una figura muy querida por los alumnos de esa Universidad, básicamente por su
buen humor y amplitud de criterio...
Ahora, al asomarme a Internet, veo el portal de Unitec y
veo una universidad enorme, de lujo, con muchos campus inclusive en el
extranjero porque fue comprada por un sistema llamado Laureate Universities, que casi abarca al mundo americano del
norte, del centro y del sur.
Para mí, Unitec significó una gran experiencia, pues además
de inaugurarme como Profesor, lo hice como Ejecutivo. Hay que ser Maestro
alguna vez en la vida, pero no hay que dejarse llevar por esa vocación para
siempre, porque por muy bien pagados que estén los profesores, nunca ganarán lo
que se puede ganar honradamente en nuestro propio negocio. La experiencia es
vital, porque además nos hace darnos cuenta de que para prosperar en la vida
profesional y humana hay que estudiar y aprender cada día todos los días. Es
como ser padre: la vida nunca será igual si no se es padre. Puede parecerse
mucho a la vida normal, pero no lo es. Lo siento.
En la Unitec dimos clase a 10 generaciones de alumnos.
Cuando me retiré, me perdí de darle clases a una de las Generaciones más
valiosas que han egresado de esa escuela, la que tenía entre sus miembros a
Fanny Yacamán, Chucho Herrera, Arturo Hernández, Alfredo Sakar, Federico Pérez
Díez, Miguel Ángel Colín, Poncho y Joaquín González Campderá, Miguel Angel
Sánchez Aedo, Polo Becerra, Tonatiuh Rodríguez, Susana Ponce, María Elena
Morera, et al. Fue una generación de muchos inteligentes y capaces y la más
parecida a mi generación años antes en la UNAM.