Confi-Dental
La Odontología Mexicana de 1965 a 2010
Martes, 29 de julio de 2014
Dr. Manuel Farill Guzmán
Creo que debo advertir que mi
paso por Ciencias Químicas me dejó marcado para bien. Aprendí a tener un enorme
respeto por las ciencias exactas y por la ciencia en general. Dada la seriedad
de los estudios aprendí a priorizar los asuntos y eso me ha ayudado a lo largo
de mi vida. Estudiar esos años me hizo pensar más, pero más claramente, con
mayor rigor y a ordenar y compartamentalizar—¿así se dirá?— mis pensamientos. Y
desde luego, recuerdo con gusto a algunos de mis estupendos compañeros: mi
tocayo Manuel Aysa Bernat, Carlos Longares, Enrico Martínez, Leonardo Zamora
Lira, Francisco Barnés (luego Rector de la UNAM), Goyo Osuna, Chito de la
Huerta, Miguel Brinckman (inteligentísimo, buena gente y con una sola mano,
pues la otra la había perdido en un accidente), Rogelio Rebolledo, los gemelos
Beraza, Eustaquio Ybarra, etc.
Marcela y yo en una cena baile de la Generación 63-67 de Ingenieros Químicos. Destaca mi Tocayo Manuel Aysa con Gloria, su primera esposa (Ca. 1975) |
Esto hizo que cuando entré a
Odontología yo ya llevara una buena experiencia en el sistema universitario, lo
que me daba ciertas ventajas. Sigo viendo a varios de mis amigos de ese tiempo,
y siempre lo hago con gusto. Y sí: todavía sé muchas cosas de química, procuro
leer sobre esta materia, me sé las valencias y puedo balancear fórmulas y
cuando se trató de estudiar Bioquímica—en segundo año de la carrera—, el
Maestro Federico Fernández Gavarrón me pidió que le ayudara a explicarles algunos
temas a mis compañeros de clase, a mi manera, cosa que hice con gusto. Recuerdo
que una de aquellas explicaciones fue la diferencia entre diversas clases de
soluciones: en porcentaje, las molales, las molares (de la palabra MOL, no de dientes),
etc.
Este maestro era un pozo de
ciencia, pero no era lo que podríamos decir muy didáctico, y tenía la
particularidad de complicarse al explicar los temas más sencillos. No cabe duda
de que era una luminaria de la Bioquímica, pero creo que más bien debió haberse
dedicado a la investigación. Era muy buena persona, de unos 50 años en aquella época,
claudicaba al caminar y tenía un tipo clavado de español. Incluso, algo le
quedaba del acento peninsular. Mi credencial de Ciencias Químicas |
PARTE 3
LA ESCUELA DE ODONTOLOGIA
La Ciudad Universitaria, inaugurada en marzo de 1954,
estaba concebida en tres zonas. La primera, llamada Zona Escolar
estaba subdividida a su vez en otras secciones: A partir de la Rectoría
y en sentido de las manecillas del reloj: Humanidades, Ciencias, Ciencias
Biológicas—aquí está nuestra Facultad— y Artes (arquitectura)), construida
alrededor de una explanada con jardines en la cual se ubicarían los edificios
administrativos y la majestuosa biblioteca central. La segunda zona estaría
destinada a los campos deportivos de diversas disciplinas. Y, por último, la
zona del Estadio Universitario, que en 1968 pasó a ser el Estadio Olímpico
Universitario. La primera generación de cirujanos dentistas que estudió en CU
en su totalidad fue aquella a la que pertenecieron los doctores Saúl Rotbgerg
Jankla y “El Chilaquiles” (QEPD), como le decíamos a un buen profesor de exodoncia cuyo nombre se me
escapa. Mil disculpas.
Mapa moderno de la Ciudad Universitaria |
En el post anterior hay una foto de la ENO para poder explicarles mejor lo que sigue. La pata de la T, en la planta
baja correspondía al área administrativa y la Dirección. En el primer piso,
esta misma área era la magnífica biblioteca.
Arriba de ella en los pisos siguientes estaban las aulas, siendo la mayor
de la Escuela la del segundo piso. En los pisos superiores había más aulas
chicas, medianas y grandes. En el cuarto piso estaba el área de cirugía y
exodoncia, en donde había hasta dos cuartos de recuperación tipo hospital, con
camas y todo—muchos compañeros (cuyos nombres guardaré) hicieron uso de esa
camas con otros fines más venéreos, y muchos otros se quedaron con las ganas.
Todavía podía subirse a pie otro piso, en donde estaba un aula que no tenía más
que una entrada y que llamábamos “el
campanario”. Si caminabas hacia el otro lado de ese piso, que en realidad
era la azotea, salías al aire libre, en donde había laboratorios de
investigación de ciencias básicas, porque ya desde la administración anterior a
la del Dr. Santos Oliva, la del Dr. Ignacio Reynoso Obregón, se planeaba volver
Facultad a nuestra Escuela. Además estaba el sótano que ya he descrito. Del Dr.
Reynoso sólo puedo decir que ha sido el mejor líder que ha tenido la
odontología en México.
Maestro Ignacio Reynoso Obregón caminando por el Campus. (Foto del autor, 1968) |
Por otra parte, supuestamente se podía escoger ir a clases en turno matutino o vespertino. Yo siempre fui en el matutino, por lo que salía de clases cuando mucho a las 2, excepcionalmente a las 3 pm. Eso sí: la mayoría de mis clases empezaban a las siete de la mañana y reconozco con pena que usualmente llegaba un poco tarde a esas clases a pesar de que vivía en la Av. Universidad, a escasos dos kilómetros de la escuela. Alguna vez me tocó ir a alguna clase los sábados por la mañana, lo cual era raro.
Ni a los profesores ni a las autoridades ni—menos—a los alumnos nos gustaba
aquello. Creo que la clase de clínica del Primer Curso de Clínica Dental, que ofrecía el Dr. Enrique Aguilar auxiliado entonces por los doctores José Raz Guzmán y Roberto Sánchez Sotres (todavía no entraba en acción el Dr. Aurelio Herrero, quien era mi compañero de la generación anterior) era los sábados—tres horas seguidas y si no llegabas a tiempo ya no entrabas— en un laboratorio que estaba al final del pasillo oriental del primer o segundo piso. Tenía uno que ir cargando el maletín con el motor eléctrico, fresones, dientes de yeso tamaño pterodáctilo, un trapito para colocar los instrumentos y los mismos instrumentos (que eran fácilmente desaparecidos en un descuido).
Maestros Eduardo Ortega Zárate, Javier Sánchez Torres y Enrique C. Aguilar en una comida, (Foto del autor, Ca. 1980) |
Marcela Vivanco en una unidad Siemens, clínica de Odontología Infantil, Foto del autor,1968 |
PARTE 4
En 1965, tras de pasar el temido
examen de admisión a la UNAM por segunda vez, ingresé a la ENO en el Grupo 1
matutino. El primer día de clases, por ahí de inicios del mes de febrero
(entonces se entraba a la escuela casi siempre el primer lunes de febrero),
subí las escaleras hasta que me encontré a un tipo de rasgos orientales y de
mediana estatura. Órale, me dije, ya hasta Japón llegó la fama de la UNAM. Algo
le pregunté en español lento y claro mientras él me miraba con algo de recelo y
ante mi gran sorpresa me contestó no sólo en español, sino que con un marcado
acento norteño que luego supe era sonorense. Era mi amigo querido Mario Uehara,
el primero de mi generación con el que hice contacto. Cuando me repuse de la
sorpresa, vi que la hebilla de su ancho cinturón con el que ajustaba sus Levi´s
(que mostraban abajo sus botas) decía con letras negras “Ciudad Obregón”.
¡Sorpresas te da la vida! Desde entonces, hemos continuado la amistad, ahora
por correo electrónico, porque él vive en Sinaloa, donde está felizmente casado
y con familia.
Ya en el Aula Principal de la
escuela, que entonces era la número 4, y que era la única en la que cabíamos
todos los que ese grupo, me dirigí a la parte trasera del las butacas para
observar la llegada de mis compañeros. Nunca me ha gustado sentarme hasta
adelante. Poco a poco fueron llegando, todos con cara de azorados. La inmensa
mayoría pisaba la UNAM por primera vez (yo ya había estado dos años en Prepa 5
y dos en CQ) y estaban sacados de onda. Identifiqué a las compañeras—todas
bellas—que se sentaron hasta adelante, a los que se sentaban cerca de las
salidas laterales y empecé a ver quiénes se sentaban conmigo hasta atrás. Hasta
la fecha sigo siendo amigo de éstos últimos: Raúl Cameras Meneses, chiapaneco;
Raúl Castro Núñez, oaxaqueño; Armando Salmón, citadino; Joaquín Zavala Cota,
tijuanense; Aurelio Ortiz Haro, citadino y con el cutis muy blanco; Fernando
Lagunas, citadino; un espiritifláutico, narigón, tímido, Rubén Malpica
Domínguez, veracruzano; Raúl Benito
Hernández, del estado de México; Carlos Bellamy Haro, citadino, con un cuerpo
espigado y atlético (luego nos enteramos que era Campeón Nacional de 400 metros
planos). Unas filas adelante, sentado entre mujeres, un tipo bien parecido y
sonriente: Roberto Magallanes Ramos (citadino), y un poco más allá un grandote
con cara de pocos amigos, pero muy buena gente: Luis Velasco Mancera y un muchacho
moreno, potosino, Guillermo Santos. Recuerdo muy bien a Pedro Flores, Oscar,
Carmen Chávez, Gustavo Román Pulido, la amable Yolanda Federico Arreola, Manuel
Mata Quiñones (quien era mucho mayor que todos nosotros), Ramiro González
(tijuanense también), Martha Collado, Mireya Feingold y Eva Cherninsky, Roberta
Collado, Velia Ramírez, Vicky Rodríguez, Alba de Dios, Cecilia Villegas y su
música, Marcela Vivanco (mi esposa, pero entonces no éramos novios, ya veremos
esa historia), Esperanza Ortiz Gea, Cristina Nieto, Georgina González
Hermosillo, Gabriela García Moreno, Virginia de los Cobos, Luis Schilinsky
(espero se escriba así), Luis Stern (que sólo estuvo un año con nosotros), el
brillante Enrique Bimstein y el inquieto Mario Tobías. Y cómo olvidar a Pepe Yokoyama, quien luego
fue novio de Silvia Izurieta (ahora son esposos, recuerden el Gene
del Eugenol), Edith Díaz Escobar, Guillermo Cervantes, el gentil Alejandro
Cabello, junto con sus inseparables Fernando Morales Garfias y Jorge Campos
Molina; al sonorense Chuy Tirado (el
Alma Grande), así como a otro muy buen estudiante: Fernando Mejía Tapia y al
ahora finado Carlos Nussbaumer. No puedo ni requiero nombrar a todo mi salón,
pero cuando me junto con mis compañeros de salón siento que estoy en mi primera
juventud. Ofrezco una disculpa a los que no he nombrado o nombraré, pero la
memoria no es muy fiel a nuestra edad, confío que al seguir utilizándola para
ir escribiendo y al recibir comunicaciones de mis lectores habrá de mejorar. No
por ello los quiero menos. Lo mismo sucede con los del Grupo 2, también
matutino, entre los que hice y mantengo buenas amistades que se han tornado
excelentes con el paso de los años. Para Ripley: de los que mencioné líneas arriba,
16 nos casamos con dentistas (unos duraron, otros no), muchos del mismo salón. El
Gene del
Eugenol es obsesivo-compulsivo…
Haciendo una extracción a Raúl Cameras, Raúl Castro con los "fórceps", Armando Salmón arriba y Guillermo Cervantes (Foto del autor, 1968) |
Mi amigo y maestro Eduardo Ortega
(ver foto, arriba) todavía acude a su consultorio en Las Lomas, y tiene un hijo que ha
salido tan buen dentista como él. De él siempre he aprendido muchas cosas, pero
destacan su simpatía e inteligencia, su calidad humana y su sencillez. Con el
maestro Víctor de la Rosa y Huesca fundamos la UNITEC allá por 1969 y sigo
sintiendo gran admiración por él y su bondad. Estos dos maestros, Ortega Zárate
y De la Rosa nos dieron clases cuando acababan de regresar de sus estudios el
primero en Materiales Dentales en la Universidad de Indiana (de sus imitadores
salió la “moda” de estudiar en Indiana), el segundo de la Universidad de Loma
Linda, California, así que ya se darán cuenta los lectores de la calidad y
actualización de sus clases.
Decían que una buena carrera se
llevaba así: en primer año con el Dr. Ortega, en segundo con el Dr. Enrique
Aguilar, en tercero con el maestro Pablo Serrano—uno de los hombres y dentistas
más inteligentes, cultos y con gran calidad humana que he conocido—, en cuarto
con Espinosa de la Sierra y Carlos Rosas… Yo traté de seguirlos. Y me dan pena
aquellos estudiantes de hoy que sólo tienen “profesores vedettes” que los hacen
sufrir injustificadamente y gozan tratándolos mal. ¿No será por la falta de
seguridad en sí mismos de estos profesores?