miércoles, 18 de noviembre de 2020

MI PRIMERA LECCIÓN PRÁCTICA DE MERCADOTECNIA ODONTOLÓGICA

Dr. Manuel Farill

Estaba yo recién recibido de Cirujano Dentista, allá por los años setenta, cuando una mañana con el cielo azul cobalto, propio de la Ciudad de México en aquel entonces, mi padre me avisó que el Dr. Samuel Fastlicht, su queridísimo amigo y primer ortodoncista serio del país, (un hombre admirable de origen europeo, pero amante de México, tal vez de la misma edad que él), me invitaba a comer a un restaurante muy elegante de la Zona Rosa, justo debajo de donde el Dr. Fastlicht tenía su exitosísimo consultorio en la calle de Hamburgo casi con Niza, en la Zona Rosa. El restaurante era El Focolare. El motivo era que "quería platicar conmigo". ¡Zas! ¿De qué?

Me dio miedo ir a comer con el "viejo" (así lo veía yo), porque ¿de qué podía platicar yo con él? Era un hombre sumamente culto, autor de varios libros ya por aquel entonces. Tras de sentirme atemorizado, hice una cita telefónica con él y luego de ponerme traje y corbata, acudí a la cita, sin dejar de sentir miedo. ¿Qué me iba a decir o a preguntar?

Llegué puntualísimo al restaurante y él me estaba esperando en la banqueta, afuera del restaurante. Nos saludamos afectuosamente, me felicitó por mi recepción y, sin decirme nada, me avisó que ya estaba hecha la reservación y que pronto nos pasarían a comer. Había mucha gente esperando y como no cabían adentro, había personas esperando en la banqueta.

Efectivamente, unos minutos después, el Maitre dijo el nombre de mi anfitrión, al que conocía bien, y entramos, no sin antes advertirnos, que nos pasarían a la barra unos minutos, porque todavía no se levantaban los que iban a dejar la que sería nuestra mesa. Pedimos una copa y platicamos de cosas intrascendentes. Yo me preguntaba, “¿Qué querrá el doctor?”

Un rato después, antes de acabarnos la copa, nos pasaron a una mesa en donde nos esperaban los meseros. Pedimos de comer y yo me repetía angustiado la misma pregunta, ¿Qué me iría a decir el doctor? Acabó la comida, durante la cual platicamos de todo y de nada. El doctor, al ver que habíamos terminado, pidió la cuenta, que le trajeron rápidamente. ¿Qué sería lo que me iba a decir?, ya quedaba poco tiempo.

La cuenta venía en una carterita de piel y contra lo que yo estaba acostumbrado, me mostró el total, que era una cuenta abultada, y usando una de las primeras tarjetas de crédito, una Carnet, que había en México, la pasó al mesero. Yo pensé, “qué mal gusto de enseñarme la cuenta. ¿Habrá querido decirme que yo debía pagar la mitad?”.

Desde luego no era el caso: el Dr. Fastlicht no era de ese tipo. Entonces me dio la primera lección de mercadotecnia de mi vida. Me dijo:

—Mira el restaurante. Está completamente lleno, ¿verdad?

Efectivamente, estaba de bote en bote.

—Así es, doctor—

—¿Viste lo que costó nuestra comida, Manuel?—dijo mientras firmaba el voucher, tras añadirle una generosa propina.

—Claro, doctor. Y muchas gracias por la invitación.

—¿Tú crees que por esa cantidad que acabo de pagar no podrías haber comido más sabroso en tu propia casa?

—Yo creo que sí, doctor…

—Y con alimentos de mejor calidad que los que acabamos de engullir?

—Sí. Creo que sí, doctor— Yo quería decirle “¿a dónde quiere ir, doctor?

—¿Y tú crees que toda esta gente que está aquí no sabe lo mismo que nosotros?—dijo volteando a ver a la concurrencia. Era un restaurante de unas 50 mesas. Casi todos eran varones vestidos elegantemente.

—Yo creo que sí lo saben, doctor.

—Entonces, ¿sabes por qué están aquí?

—La verdad, no, doctor. ¿Por negocios?

—Están aquí porque a pesar de que estarían más a gusto en sus casas y comerían mejor, aquí les dan mejor servicio… ¡Servicio! Eso es lo que paga la gente sin protestar y lo que tú debes darles a tus pacientes…

Bendito doctor Samuel Fastlicht.