LA VIDA DENTRO DE LA ENO EN
AQUELLAS CIRCUNSTANCIAS
Mantuvimos el control de la
ENO desde el 1º de abril de 1968 hasta que nos corrió el Ejército Mexicano
debido a la orden que dio el maquiavélico Secretario de Gobernación Luis
Echeverría. El Presidente Díaz Ordaz tal vez ni se enteró.
Mientras estuvimos dentro,
que no tomé fotos, dormíamos como podíamos. El Oso Lozano (muchos años después
Procurador de Querétaro), consiguió el apoyo telefónico de los estudiantes de
la Universidad Complutense de Madrid, España y de otros sitios.
Yo dormía, cuando me
dejaban, en el piso de la Secretaría General de la ENO. Me tapaba con una manta
que llevé de mi casa. Así lo hacían algunos otros: era el sitio con menos
chiflones de la ENO y, por consiguiente, el más calientito… o menos frío. No
entré nunca a la Dirección, por respeto.
En las paredes de ella estaban los retratos de todos los directores hasta
entonces, entre ellos el de mi padre —que misteriosamente ha desaparecido—, quien había sido Director de la misma allá por
1933, con el Rector Dr. Salvador Zubirán (el que le dio el nombre al Instituto
Nacional de la Nutrición).
fue Director solamente uno o dos meses porque él nunca quiso
serlo y lo nombraron para quitarse de encima a varios candidatos que, ya desde
ese entonces, anhelaban la Dirección como modus
vivendi. Siempre ha habido y habrá de ésos personajes siniestros (con
honradas excepciones, como el actual y varios de sus antecesores), porque las
escuelas de odontología son un excelente negocio. ¿Por qué piensan ustedes que
hay tantas? ¿Por qué los dueños son buenas gentes? Son excelentes medios para
lavar dinero además. Si quieren ver cuántas hay en la República busquen en http://imco.org.mx/comparacarreras/#!/
y en el buscador pongan “odontología y estomatología”. Se van a ir de espaldas.
Y más cuando vean cuántos estudiantes de odontología hay actualmente en el país
y cuántos somos en total.
En esa sala de la
Dirección, en la que yo me acostaba a dormir, estaban también los bustos de los
fundadores en 1904 de la ENO. Mismos que luego fueron usados como blanco por
algunos desalmados que había poseído pistolas chuecas, de los que desconozco
sus nombres, cortesía, dicen, del Regente de la Ciudad en aquel entonces.
Jorge Farill Guzmán, Ca. 1968 (ahora PhD) |
Debo admitir que mis padres
se mostraron preocupados, pero muy orgullosos de mí. Me apoyaron en todo, como
lo hicieron mis hermanos. Recuerdo que una noche me siguió un auto viejo por
toda la Av. Insurgente Sur. No había celulares. No podía comunicarme a casa
para pedirle a mi hermano Jorge me abriera la puerta del garaje. Vivíamos a un
kilómetro de la entrada a CU. El auto me seguía a toda velocidad. Aunque yo
tenía un Volvo, que era muy veloz, el auto viejo nose amilanaba. La solución la
obtuve cuando desde Av. Insurgentes me metí a la colonia Chimalistac (frente a
mi casa) y en sus muchas callecitas perdí a los del auto viejo que no tenían
ninguna buena intención. Hubiera sido la segunda vez que me golpeaban (la
primera fue con las hebillas de los cinturones, a plenos día, frente a lo que
después fue la tienda “De Todo”, en la esquina de Universidad y Eje 10). En un
teléfono público de casetita llamé a la casa y le pdí a mi hermano me abriera
la puerta en un minuto. Los del coche viejo no aparecían, pero podían hacerlo
en cualquier momento. Mi corazón
palpitaba fuertemente, la adrenalina hacía efecto. Tomé el Volvo y crucé
Chimalistac y me metí en sentido contrario unos 30 metros en Av. Universidad y
¡la puerta del garaje estaba abierta!. Mi hermano tenía un rifle calibre 22 en
las manos, para protegernos. En cuanto entré con el auto, cerró las puertas.
¡Qué alivio me había producido mi hermano, que siempre fue y es muy valiente!
Si no, que lo digan sus compañeros de la Prepa 5 y de la Escuela, en donde
también fue líder.
Mi padre nos llevó a la
Escuela cajas de tortas que compraba quien-sabe-dónde y que repartíamos entre
los compañeros. Él, más que nadie, sabía que luchábamos por una causa justa:
ser mejores profesionistas para dar mejor servicio al público. Eso sí: todos
esos profesores hablantes nunca nos llevaron nada, eran nuestras compañeras
quienes nos proveían de escasos fondos para adquirir alimentos.
Luz María Guzmán de Farill (Lucha) |
Con mi madre, la
inolvidable Lucha, tuve que alejarme del movimiento cuando me atacó una úlcera
gastro-duodenal y bajé de golpe como 8 kilos. Si yo ya era muy delgado,
imaginen cómo estaba tras de vomitar sangre y no poder comer sino algunas
cosas. Eran tiempos en que no se sabía el origen de las úlceras ( ahora se sabe
que es una bacteria llamada Helicobacter
pilori). Me pusieron a dieta de leche y plátanos (ahora ninguno de los dos
se recomienda) y me pidió el doctor Salvador Aceves que descansara unas
semanas, en tanto la úlcera cicatrizaba. Mi hermano Hugo, médico cirujano,
convocó a mis compañeros a la casa y les dijo más o menos; “o lo dejan
descansar o se lo vuelven a llevar al movimiento y nos devuelven su zalea…” De ahí que algunos olvidadizos piensen que
“abandoné” el movimiento, al que me reincorporé semanas después. No teníamos
falta de líderes. Todos mis compañeros (los originales) podían llevar a cabo
esa responsabilidad. Pues mi madre me acompañó en aquella aventura dietética y
juro que hubo autos policiacos que nos siguieron hasta los límites del estado
de Querétaro.