martes, 21 de octubre de 2014

Vida dentro de la Ecuela que invadimos en 1968


Historia de la Odontología en México 1965-2010

Entrada 11 y final.

Dr. Manuel Farill Guzmán

Miércoles 22 de octubre de 2014. 

Mil disculpas por no haber escrito últimamente, pero mil cosas se atravesaron y tuve que resolverlas.

El caso en que íbamos en los finales de 1965, nuestro primer año. El año siguiente fue uno de gran acción, ya que una turba de maleantes lograron que el Rector Chávez renunciara tras de vejarlo a él y a algunos de sus funcionarios. Fue un momento de pena para la UNAM. Todos los Directores de Escuelas y Facultades se adhirieron al Rector y se solidarizaron presentando sus renuncias, pero hubo algunas excepciones. En el caso de la ENO, el Dr. Santos Oliva presentó su renuncia en forma “irrevocable” esto es, que no se puede echar para atrás.

De esa frase se aprovechó, ese fue el momento en que el Dr. Jesús Sarabia, quien ya tenía todo listo, aprovechó para hacerse de la dirección.  En mi ingenuidad me extraña que las Escuelas de Odontología hayan sido tan codiciadas, cosa que no sucedía—o por lo menos no con igual fervor—en otras escuelas y facultades. Me pregunto cuál sería la razón.

Debo hacer una aclaración. Desde tiempos de la dirección del Dr. Reynoso Obregón, se estaba impartiendo en la Escuela, la Maestría de Ortodoncia a cargo de prestigiados profesores provenientes de los EEUU. Para tomar esos cursos había que pasar un examen de selección, inscribirse en tiempo y forma, pagar las cuotas, aprender y ser aprobado, etcétera.  Ser ortodoncista era muy cotizado en aquellos tiempos, porque como no había más que dos o tres especialistas egresados de escuelas reconocidas (los demás se “decían” especialistas), los que se dedicaban a ésta ganaban mucho dinero. El Dr. Rojo de la Vega alguna vez llamó públicamente a esta especialidad “la emperatriz de la odontología”.

Por lo que nos hemos enterado desde aquel entonces, el Dr. Jesús Sarabia, en su calidad de Secretario General de la ENO se “olvidó” de inscribirse y cuando el curso terminó, dos años después y tras de haber asistido como oyente a unas cuantas clases, se presentó a recibir su título—esperando que se lo dieran sólo por ser Secretario General de la Escuela y amigo de los que sí se habían inscrito—  cosa que no se hizo realidad, por lo que (se decía) desahogó su furia precisamente contra el grupo de los ortodoncistas: entre ellos los doctores Roberto Ruff, Alicia Lazo de la Vega, Roberto Sánchez Woodworth, Juan Borrego, fueron algunos de los profesores que primero despegó de sus clases. Todos ellos una pléyade de buenos ortodoncistas que sí había cursado los estudios correspondientes y que, además, eran excelentes personas y profesores de la Escuela. Luego siguieron otros profesores, empezando con mi amigo el Dr. Abraham Raich, hasta llegar casi a sesenta según cuenta la historia.  Como en ese entonces sólo existía la ADM, todos ellos eran socios de ella.

El Dr. Jesús Sarabia, parado atrás extrema izquierda. Foto del
autor. Ca. 1965
En este momento recuerdo al Dr. Sarabia como ser humano. Era un hombre alto, bien plantado, sinaloense, con acento marcado, muy inteligente, simpático y sagaz—como lo eran todos los colaboradores del Maestro Reynoso Obregón—; moreno, con lentes. En esos días aciagos tuvimos algunas conversaciones con él  algunos compañeros y yo. Desafortunadamente puso en práctica ese refrán: “quien no está conmigo está contra mí” porque seguramente dejó que sus emociones y sentimientos interfirieran con su lógica. Por ello, no sólo se deshizo de excelentes maestros cuya única culpa era no congeniar con sus ideas, con su manera de manejar la Escuela, sino que con el paso del tiempo se rodeó de elementos retrógrados—muchos de ellos ni siquiera ejercían la odontología, menos la buena odontología, ni hablar de asistir a congresos, ofrecer conferencias o a actualizarse—, apodados “Los Once”, que causaron mucho daño a la escuela, al prestigio de la profesión y a la misma profesión. No voy a poner aquí sus nombres, pero ellos saben muy bien de quién hablo. Eran los que anhelaban el poder, ¡por fin se les hizo! Y poco a poco fueron desplazando a los pocos profesores neutrales o regulares que iban quedando, incluyendo al mismo Director. Muchas décadas después, sabía yo que el Dr. Sarabia pasaba con cierta frecuencia cerca de mi consultorio, y me daban unas ganas inmensas de platicar con él (todavía me gustaría) ya sin animosidad, de inquirirle sus razones para haber hecho lo que hizo, siendo el tan inteligente. Ha de haber tenido razón en parte, porque en la vida siempre es así: las cosas nunca son en blanco y negro, sino en technicolor y con muchas gamas de grises.

Regresando dos párrafos, eso produjo un hecho insólito y perverso: el Presidente Electo de la ADM estaba corriendo de la ENO a los profesores distinguidos de esa misma agrupación. Mal aconsejado, tal vez en algún momento de enojo supremo, de frustración, renunció a sus cargos en la ADM y en la Academia Nacional de Estomatología.
En la ADM tuvo que elegirse un Presidente que lo sustituyera, que afortunadamente fue el Dr. Jorge Alemán Muciño (quien organizó con mucho éxito el único Congreso Nacional e Internacional de la ADM fuera de la Capital del país, en Guadalajara, Jalisco) y el Director y sus adláteres no tuvieron más remedio que fundar el Colegio Nacional de Cirujanos Dentistas (CNCD) para tratar de contrarrestar a la ADM, con los profesores de la escuela incondicionales a ellos. No lo lograron. Este  Colegio, ahora, es afortunadamente ya otra cosa.

Más o menos al mismo tiempo, en el año de 1967, hubo que protocolizar la fundación de la
Asociación Dental del Distrito Federal, AC, Colegio de Cirujanos Dentistas, porque era el Colegio “estatal” que faltaba en la ADM para que ésta fuera verdaderamente nacional: había una asociación por cada estado, y en algunos casos, como lo es ahora, había Asociaciones regionales. Su primer Presidente fue el Dr. Enrique C. Aguilar, quien ya había sido Presidente de la ADM. Fuente: (http://books.google.com.mx/books?id=2TWaAAAAIAAJ&pg=PA210&lpg=PA210&dq=Dr.+Jesus+Sarabia+Aguilar+dentista&source=bl&ots=fg_Yjd3NfK&sig=4uEfRXYuaCN35kqE-b7U0FHp_ik&hl=es&sa=X&ei=vfw_VO-SMOac8QGtoYB4&redir_esc=y#v=onepage&q=Dr.%20Jesus%20Sarabia%20Aguilar%20dentista&f=falseverdad). Antes de que la ADDF existiera, los mismos dentistas del DF eran los dirigentes de la odontología de todo el país y no había ningún problema. Fue en ese entonces cuando la ADM tuvo grandes cantidades de socios y mucha honradez entre sus dirigentes, que aceptaban los cargos como honoríficos y traían la camiseta bien puesta.

No había envidias entre los estados y el DF (esas son recientes, y a mi juicio, causadas por malos Presidentes). Ese tipo de animosidad y odio-envidia sólo debe darse entre equipos deportivos, no en una institución gremial profesional con la calidad y antigüedad de la ADM. Es inaudito políticamente hablando. Imagínense a los Diputados o Senadores de los estados sintiendo (y mostrándolo) envidia de los del D.F. Todos son iguales (para bien o mal). Pero eso sólo sucede cuando la gente sabe verdaderamente de política.

Poco a poco, fueron separados de sus cargos más de 60 profesores de los buenos, siendo reemplazados por elementos no siempre idóneos, pero siempre leales al Dr. Sarabia y a su grupo. Llegó el momento en que un mismo “profesor” daba “clases” de hasta 5 ó 6 materias diferentes. ¡Esos sí eran todólogos! Naturalmente, dedicaban todo el tiempo a la ENO y eso solamente les debía haber impedido tener prácticas clínicas exitosas.

Aspectos de la "pinta" de la
ENO. Abajo, R. Magallanes,
Raquel Zagorín, Rbén Malpica
en camino a Rectoría.
Foto del autor, 1968.
Muchos alumnos estábamos descontentos con esta situación: no nos estaban preparando correctamente. Tuvimos pláticas con el Director y con las autoridades universitarias de nivel intermedio sin tener éxito en ellas, Llegamos a apelar hasta la Junta de Gobierno de la UNAM, pero les pareció poca cosa nuestro problema, o esa impresión nos dieron (ya no hay ningún miembro de esa Junta). Por ello un grupo de nosotros decidimos hacer púbica esta actuación injusta y decidimos ocupar la Escuela.

La madrugada del 1º de abril de 1968, once alumnos de 4º año y 5º años, sin hacer uso de la violencia, entramos sin violencia a la ENO y la cerramos, esperando que de un momento a otro nos fueran a sacar a golpes los alumnos o los esquiroles afines al grupo contrario.
Aspecto del patio de entrada a la ENO, 7 AM, abril 1, 1968.
Nunca lo hicieron, hasta el día negro, meses después,  en que el director y algunos profesores entraron a la escuela golpeando a nuestras compañeras. Entonces sí nos hicieron caso las más altas autoridades universitarias, empezando por el nuevo Rector, del que fui gran amigo, el Ing. Javier Barros Sierra, con su Secretario General, el Lic. Fernando Solana y su Director General del Profesorado, el joven licenciado Miguel González Avelar, entre otros.

Esa madrugada, llevábamos una sudadera negra a la que habíamos pegado tela adhesiva en la parte superior de los brazos para reconocernos entre nosotros. El vigilante de la escuela nos permitió la entrada sin grandes aspavientos. Algunos de los compañeros con pintura blanca en aerosol hicieron pintas en las paredes exteriores de la Escuela exigiendo la renuncia del director. Nadie escribió nada ofensivo ni malas palabras. Éramos simples estudiantes universitarios a los que se nos regateaba una buena preparación.

Suena extraño en estas épocas actuales que entonces exigiéramos más estudio, mejores profesores, más calidad en la enseñanza y en la práctica de la misma, pero así fue.

Al otro día, empezaron a llegar los alumnos de la mayoría silenciosa. Muchos se nos agregaron. Aceptamos sólo a aquellos que sabíamos apoyaban nuestra conducta. Tuve que salir a explicarles por qué habíamos tomado esa decisión que debía ser para mejoramiento de todos los alumnos y creo que lo entendieron. Recuerdo que de los nervios tenía la boca tan seca que no podía hablar, hasta que uno de los alumnos a los que me iba a dirigir me ofreció una pastilla de menta y empecé a salivar. Nunca más he tenido ese problema.
El autor haciendo uso de la palabra, Nótense la sudadera
y las marcas blancas en los brazos. Abril 1, 1968.
Empezaba la huelga de Odontología del 68, que luego todo el mundo político quiso aprovechar para “jalar agua a su molino” porque sabían o adivinaban que se venía un movimiento más grande. Tengo volantes y recortes tremendos de los periódicos de aquella época. Unos meses, después—el 26 de julio, en la Ciudadela— empezaba el movimiento nacional del 1968 que habría de rebasar al nuestro. Fue como una ola gigantesca que engulló el problema en Odontología.

El Rector Baros Sierra y su Gabinete encabezando
una marcha silenciosa en 1968.
Les recomiendo la lectura de un libro de Luis González de Alba, dirigente de la Facultad de Ciencias (que estuvo por ello largo tiempo en prisión), llamado “Las mentiras de mis maestros” e donde viene la mejor recapitulación de ese movimiento del que ya nadie se acuerda correctamente. La versión de González de Alba es la más cercana a la realidad que viví.

Y listo. A partir de la semana que entra trataré de tocar temas más festivos y útiles. Muchos saludos.







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