miércoles, 30 de agosto de 2023

Novela, Cuento, Amistad con Escritores Jóvenes

Ya después de publicar mi primera novela,
las cosas cambiaron: me plagiaron un cuento en la Editorial Diana (El Cuento Erótico en México, recopilación de Enrique Jaramillo Levy, 1975) quien tenía por Director Editorial a un hombre apellidado Gayosso y que me concedió el descuento de autor en sus libros a cambio del robo. Don Edmundo Valadés—un ejemplo a seguir—me “plagió” otro para su prestigiada revista El Cuento y me atreví a llevar una colaboración a nada menos que la Revista de la UNAM, un cuento bellísimo (creo que de lo mejor que he hecho) dedicado a Marcelamia, titulado “Mariposa”. Fue curioso lo que pasó con ese cuento que tiene mucho de realismo mágico. Creo recordar (hace ya 52 años de esto) que íbamos Marcela y yo a entregar mi colaboración a la Dirección de General de Asuntos Culturales, de Don Gastón García Cantú, y la entregué en sobre cerrado a una de sus secretarias. No quería que Don Gastón me negara el privilegio en persona. Marcela y yo nos fuimos inmediatamente hacia los elevadores cuando escuché la voz de Don Gastón que gritaba: “¿Dónde está el alumno de Odontología que acaba de traer un cuento?”. Me estremecí y regresando sobre mis pasos le dije (traía sus lentes puestos sobre la calva coronilla) “Soy yo, Maestro…”. Me respondió algo que me enorgullece y que a la vez me entristece: “¡Felicidades, compañero! Es la primera vez que recibimos una colaboración de la Escuela de Odontología…”. Y se fue. Al poco tiempo, y con ilustraciones de Jaime Goded, apareció mi cuento en la mencionada y prestigiada Revista de la UNAM. Que yo sepa, soy el único odontólogo que ha publicado ahí. Desde 1968 me hice muy amigo de José Agustín,
ahora perjudicado por el Mal de Parkinson, y de René Avilés Fabila
(QEPD), los tres antiguos alumnos de Arreola, pero ellos con mucha más formación literaria que yo y, sobre todo, ellos muy influenciados por el célebre “alco-escritor” José Revueltas, comunista irredento y soez, aunque extraordinario escritor (ver “Los Muros de Agua” sobre sus experiencias en las Islas Marías, a donde fue enviado por antagonizar al régimen). Incluso Marcela y yo fuimos invitados a beber y cenar a casa del primero, en donde me hizo una “carta astral”, pues le daba por el budismo aunque era un descreído. Con René hice mejor y más duradera amistad a pesar de que el muy orate era comunista en ese entonces, incluso pertenecía al Partido Comunista. Cuando nos juntábamos los tres hacíamos sinergia en la creatividad, hablábamos de escritores, mujeres y chismes y nos contábamos chistes o los inventábamos, pero cuando ellos empezaban a meterse drogas, yo pasaba. A Agustín le gustaba todo además del alcohol aunque nunca soltaba la mota. A René le gustaban la mota y el alcohol. Este último, comunista-comunista, pero se compró coches caros deportivos—incluso con uno de ellos protagonizó un escándalo periodístico como en 1975—, era muy presumido y vestía muy bien (y no era mal parecido) y tenía mucho pegue con sus “nenas”, como les decía. Finalmente vivió en la Av. Zacaltépetl en el Pedregal de San Ángel. La única que pudo controlarlo, cuando éste ya era mayorcito fue su esposa Rosario Casco. La última vez que lo vi, siendo los dos profesores de la UAM-X (él era Jefe del Departamento de Política y Cultura), todavía traía novias arrastrando a pesar de que ya tenía 33 años. Esa fue parte de la “Generación de la Onda” como le puso la maestra Margo Glantz, y que nosotros reíamos al escuchar esa definición. Ellos dos, junto con el consentido de Agustín, el agobiante, sangrón y alcohólico (pero de veras) Parménides García Saldaña, que era muy loco, agresivo y grosero. Le echó a perder su fiesta a Carlos Fuentes en la cantina “la Ópera” por una borrachera que se puso e insultó a los presentes. sin duda fue el drogadicto mayor que he conocido. Hubo que internarlo en un siquiátrico más de una vez pues trató de matar a su propia madre. Se dejó morir en su casa en 1982. PD. Mi novela Los Hijos del Polvo estuvo 10 semanas entre los 10 libros más vendidos en México.

Mi coche y algunos recuerdos de la Prepa 5

Era 1962. Mi padre siempre me había amenazado con que yo “nunca tendría coche” o si acaso “una carcachita para que me entretuviera arreglándola” y eso a mí me daba coraje. ¿Para qué me restregaba lo que no iba a darme? De pronto, al notar la gran distancia que había entre la casa y la Prepa, y sin que yo se lo pidiera, me compró un Renault Gordini dorado. ¡Jalaba muy bien! Y yo lo estacionaba en el estacionamiento. Jamás nadie lo rayó, ni menos le robó alguna pieza. En la DINA Renault le conseguí unas calcomanías para las ventanas de las puertas traseras que decían “Renault Race Rats” y tenían un dibujo bien hecho de una rata con cara de maldosa. En él le iba dando aventones a lo largo de la avenida División del Norte y luego de la Calzada de Tlalpan a los que me lo pedían sin cobrarles ni un centavo. Eso sí: cabíamos cinco, nada más. Se lo agradecí a mi jefe—aunque pensaba yo que era como una pequeña compensación por haber hecho triste una parte de mi infancia— y me dio una gran movilidad. Ya podía yo irme a tomar refrescos con mis novias al “Naranjito” o ir “al Laguito” (que ahora es la pista de canotaje olímpico de Xochimilco). O ir a casa de algún compañero a estudiar, aunque pensándolo bien, no iba yo a casas de compañeros. De hecho, me cuesta mucho trabajo acordarme de compañeros por sus nombres. Recuerdo a Novaro (el de la editorial, que vivía en la mera plaza de Chimalistac), a Teyssier, al Monstruo, a Chainé (que luego se hizo policía de la DIP y que era malo), a García Garza (presidente de la sociedad de alumnos),a Héctor Galindo, u grillo, y ya. De las chicas me acuerdo de una que se maquillaba como muerta (le decían La Muerta), de Amparo Canto (guapa, de Campeche), y ya. ¿Tuve novias? Sí, varias, pero no recuerdo el nombre de ninguna.