Historia de la Odontología en México Parte 7
Junio 7 de 2018.
Vuelvo para contarles algunas
experiencias vividas en la ENO durante mis años como estudiante. Déjenme
recordarles que era una huelga para evitar que nos quitaran a los profesores
buenos para ponernos unos malos y que en la carrera tuve un promedio de 8.8, lo
que me hizo acreedor a una Mención honorífica en ella. Digo esto para que no
va6yan a creer que éramos unos vagos y fósiles. Ninguno de los que participamos
tuvo que repetir año. En primer lugar, déjenme aclarar que la huelga a la que
sometimos a la escuela (y a los pobres muchachos mayores que nosotros que
ansiaban recibirse de volada) duró muchos meses. De hecho, no fue sino hasta el
año de 1970 que la Junta de Gobierno de la UNAM, tras analizar detenidamente el
caso y los hechos del Dr. Jesús Sarabia decidió (por primera vez en la historia
de la UNAM) DESTITUIRLO de su puesto. O sea que no le dieron oportunidad de una
salida más digna, como la renuncia. Cuando esto sucedió, ya mi generación se
había recibido, pero quedaban otras generaciones muy aguerridas, como la de mi
hermano Jorge (69-72?), que descansaron de sus luchas y de los actos de represión
que las autoridades llevaban a cabo contra ellos.
Muchos estudiantes de mi
generación y de otras que nos seguían se distinguieron en la lucha. Magallanes,
Malpica, Mafud, Cameras, Bellamy Haro, Villaseñor, Oscar Lozano, Oscar Estrada, Castro
Núñez, Toledo y su muy amigo Juan, Martínez, Luis Sánchez Rucobo, y de
generaciones más “chicas” mi propio hermano Jorge, Adan Casasa, Luis Vélez, que
luego se dedicó al cine y a la TV (y le fue muy bien), Sergio Ojeda, María
Elena Llarena, Marcia Gutiérrez (quien luego fue integrante del Consejo
Nacional de Huelga). Y nuestras “adelitas”, Claudia García Moreno (a quien
golpearon los “distinguidos dirigentes” de la Unión de Profesores lidereada por
Sarabia, Lozano y Rey García). Además de la famosa Clo, quien luego fue esposa
de mi cuate Roberto Magallanes, estaban mi esposa, Marcela, Gaby García Moreno
y muchas más; las muchachas de un año posterior al nuestro. Eran un montón, y,
además de darnos apoyo moral, “boteaban” para conseguirnos alimentos y
refrescos. En una de esas boteadas le tocó a mi esposa detener el auto y
obtener ayuda del Secretario Particular del Rector, el Lic. Pedro Noguerón, de
grata memoria.
Otros muchos compañeros se han
de acordar de otros nombres. Y me da pena confesarlo, pero me cuesta trabajo
recordar los nombres de muchas compañeros y compañeras, tal vez debido a que
esto sucedió “apenas” hace 51 años.
Cuando teníamos “tomada” la ENO,
al principio éramos, como dije antes, unos cuantos estudiantes bien
intencionados en el sentido de que queríamos que se fuera un director que había
“corrido” a los buenos profesores para sustituirlos por malos, pero
incondicionales a él. Pero luego las cosas se complicaron: al Director se le
sumaron muchos pésimos profesores que lo fueron desviando y lavando el cerebro,
entre ellos los infames “once” que años atrás habían tratado de sacar a la
fuerza a unos de los mejores directores que tuvo la ENO, al Maestro (ese sí)
Ignacio “Nacho” Reynoso Obregón. Esos fueron los ganones al final, ya que para
sustituir a Sarabia llegó la funesta época de los doctores Zimbrón y Rey
García. Con decirles que ninguno de ellos ejercía la profesión en forma clínica
y daban clase de la materia que fuera.
Bueno, pero entre los alumnos
también se complicaron las cosas porque se fueron infiltrando elementos de
todas las tendencias: los de ultra derecha del MURO, los de ultraizquierda
trotskistas (esos querían acabar con todo en la sociedad), los policías y
militares encubiertos, los de la Federal de Seguridad, etc. Nuestra banda de
bien intencionados fue haciéndose minoría. Para qué decir que entre todas esas
facciones había guerras intestinas y que a ninguno de esos grupos le interesaba
la suerte de la Escuela y menos la de nosotros los líderes y participantes. En
general, la mayor parte del tiempo no circuló el alcohol dentro de la Escuela.
Juan Martínez y Miguel Toledo bromeando con Marcela y conmigo. Ca. de 1970. |
Una noche, uno de los “amigos”,
de primer nombre Nacho (y no diré nada más) nos enseñó a hacer bazukas. Sí, en
serio. Bazukas con tubos de cartón y apuntando con una lámpara de mano. El
primer disparo con un cuete poderoso (de esos que están sujetos a una vara, de
los que echan en las ferias de iglesias de pueblo) fue hacia la parte posterior
de la Facultad de Química. Fue un tiro bastante certero que hizo que los pobres
vigilantes que allá estaban gritaran que “no disparáramos” porque los podíamos
lastimar. Este “amigo” siempre fue sospechosos de haberse robado las piezas de
mano de alta velocidad que fue lo único que se perdió durante esta aventura,
que reportamos a las autoridades y que nunca nos cobraron. Otra noche, un elemento de las fuerzas de
Corona del Rosal, en un Chevrolet para uso oficial nos llevó a “regalar” una
caja de cartón llena de revólveres usados, tal vez requisadas por la policía
con quién sabe qué historial. Yo no tomé ninguna, porque sospeché que el fin
era obvio: que en una balacera muriera uno de nosotros para producir un mártir
que justificara la intervención de las autoridades en la UNAM o que iniciara el
movimiento del 68 mucho antes de lo previsto (que era durante la Olimpiada).
Otra noche fuimos atacados con ráfagas de metralleta y bombas Molotov que
afortunadamente no hirieron a nadie: un auto pasó por el Circuito de las
Facultades rociando balas y lanzando las Molotov. Inmediatamente avisé
telefónicamente a mi querido amigo (y después compadre) el Lic. Miguel González
Avelar (eran altas horas de la noche), quien inmediatamente dispuso se
apostaran unas “patrullas” VW de la Vigilancia de la UNAM alrededor de la
Escuela. Este amigo y funcionario fue uno de los tres de la Universidad que
siempre nos cumplieron, que no nos engañaron y que siempre nos ayudaron en lo
posible.
Lic. e Ing. Fernando Solana, Secretario General de la UNAM en 1968. |
Lic. Miguel González Avelar, quien fue Director Gral del Profesorado de la UNAM en 1968, en mi casa en 1978. |
Un día, al llegar a la
Escuela, se me acercó un muchacho ya bigotón (ya no tan muchacho), que me
preguntó si yo era sobrino del General de División Fulano de Tal, uno entonces
muy influyente. Le contesté que era mi tío. Este muchacho me dijo que le daba
gusto conocerme, pues daba la casualidad que mi tío era su compadre, ya que le
había bautizado a un hijo. Se me hizo raro. Mi tio, un revolucionario villista
de cepa (de los que sí echaron balazos) no era de los que andan bautizando sin
ton ni son. Y le hablé por teléfono para saber si esto era cierto. Mi tío desde
luego lo negó y me dijo, con su hablar acostumbrado al mando: “Traémelo a la
casa sin que se dé cuenta. No le digas nada.” Así lo hice: subí al cuate ese a
mi coche y lo perdí dando vueltas hasta llegar a casa de mi tío, quien fue
personalmente a abrir su puerta. El muchacho se bajó si saber en donde estaba
el pobre. Lo hice entrar a casa del tío y luego luego mi tío lo tomó
fuertemente de un brazo y le espetó: “¡Dame tu identificación oficial!”. Tras
unos balbuceos por parte de este muchacho (que luego me fue muy útil), del
bolsillo trasero del pantalón extrajo una carterita que tenía una credencial
que lo identificaba como agente informador de la Dirección Federal de
Seguridad. Inmediatamente, sin sentarnos, mi tío tomó el teléfono y llamó
imagino que a alguien (no quiero decir algo que no sé) muy muy influyente de
aquella Dirección y tuteándolo le dijo en pocas palabras que tenía frente a él
al agente Zutano de Tal, que se había tratado de hacerse pasar como su compadre
para acercarse a mí con el obvio objeto de vigilarme y enterarse de todo, y que
desde momento mi tío hacía responsable a quien le estaba hablando de mi
seguridad (y las mis cuates, por supuesto). Fue una plática de un general de
División con uno de grado inferior, porque no le dio tiempo al del otro lado
del teléfono de responder más que alguna excusa y una afirmación. Luego, ya
después de que colgó el teléfono, mi tío se volvió al sujeto y le dijo lo
mismo, salpicando la plática con algunos improperios (era y fue la única vez
que le oí decirlos, pues era muy educado). Desde entonces tuve acceso a cierta
información secreta, como por ejemplo: “No vayas a ir a la junta de esta noche
en casa de Fulano, porque va a haber redada”. No me sirvió de nada, porque la
absurda organización del Consejo Nacional de Huelga, y luego “De Lucha”, hacía
imposible que nos comunicáramos entre nosotros, como no fuera en las Asambleas
Generales. Teníamos prohibido darnos teléfonos e información general. Eso
condujo a muchas aprehensiones y malos entendidos. Se trataba de copiar la
estrategia del movimiento francés de mayo del 68 y del movimiento argelino
contra los franceses. Esto lo sé después de que cometimos esos errores. De
éstos también habla Luis González de Alba, en sus libros y artículos y también
los tilda de estupideces. Esta “protección” no me sirvió gran cosa, fuera de
evitar que me detuvieran las autoridades (y a mis cuates). Bueno, a uno sí lo
detuvieron porque se quedó en la escuela por la noche, a pesar de que me ofrecí
varias veces a llevarlo en mi auto hasta una parada de autobús. Yo no sabía que
iba a echar a pelear a los animales con una novia en las camas de los cuartos
de recuperación del 4º Piso. A ese sí se lo llevó esa noche el Ejército cuando
invadió los terrenos de la CU. Salió meses después, y cuando lo encontré ya
estaba “lisito” y dispuesto a cooperar con el gobierno.
Mi amigo y valiente Rector de la UNAM, Ing. Javier Barros Sierra |
Ahora les voy a platicar un
poco de nuestras vidas como estudiantes, no como participantes de un
movimiento. Mis amigos Raúl Cameras, Aurelio Ortiz Haro, Fernando Lagunas
Chávez, Charly Bellamy Haro —que toca la guitarra muy bien y llegó a ser campeón
nacional de 400 mts. planos, por lo que perteneció al equipo olímpico mexicano),
Raúl Castro Núñez, Roberto Magallanes Ramos, Carlos Cerda Lira, César Camón Alarcón,
Joaquin Zavala Cota, Alejandro Basurto, Luis Velasco Mancera, Rubén Malpíca
Domínguez, “Mon” Castillo Moya, Mario Uehara, Arturo Rosas, Lourdes Punzo,
Velia Ramírez Amador (que junto con Vicky
Rodríguez, Cecilia Villegas, Martha
Collado, Ma. Eugenia Sánchez Olivar y mi esposa atraían las miradas masculinas),
Manuel Regueiro, Gustavo Román, y Roberta Collado, Fernando Morales Garfias,
Fernando Mejía Tapia, Esperanza Ortiz Gea, Araceli Ortiz de Ora, Pepe Holguín,
Vicky Landeros, Armando Mafud, Mario Gatica, Judith Gómez, Alicia González
Calva, Cristina Hori Milanés, Edith Díaz Escobar, Mireya Feingold, Pedro
Flores, Tere Cordero, Eva Chernizky, Armando Salmón, Alejandro Cabello, Judith
Bello, Jorge Campos Molina, Alberto Carballo (un caballero y magnífico
conferencista), Enrique Bimstein, Mario Tobías, Carlos Zamora, Amir Gómez León,
muchos que se me escapan y yo éramos (y seguimos siendo, los que aún vivimos)
estudiantes de diez de calificación. Todos nos distinguimos en los estudios
(modestamente) y ahora como ciudadanos y profesionistas. Nadie nos regaló las
calificaciones; por el contrario, nos la ponían difícil y eso hizo que nos
atreviéramos como grupo completo a pedir el cambio de profesores cuando nos
llegaba a “tocar” uno de los que apoyaban al Dr. Sarabia. De esa manera hicimos
que regresaran a dar clases varios profesores que ya habían sido corridos y que
eran lo mejor en sus respectivas materias. De mi grupo, que en tercer año de la
carrera ha de haber constado de unos 60 muchachos, salieron como 10 parejas de
novios que se casaron al finalizar la carrera, entre ellos yo con mi
inigualable Marcela Vivanco Topete. De esos, luego se divorciaron como la mitad...
o más. Algunos de nosotros seguimos casados felizmente y hemos llegado a tener
familias sólidas y honradas, con buenos hijos y nietos.
De ese grupo también
salieron valiosos especialistas, maestros y conferencistas, autores de libros y
artículos, Presidentes de asociaciones y sociedades, que estudiamos en México y
en el extranjero. Curiosamente, el que puso la moda de estudiar en la Universidad
de Indiana, emulando a su amigo y mentor el Dr Eduardo Ortega Zárate —un
maestrazo y gran persona—, fue Roberto Magallanes, quien ha resultado ser (como
lo predijimos antes) un gran rehabilitador oral y experto en materiales
dentales.
Dos grandes maestros: Eduardo Ortega Zárate y Roberto Magallanes Ramos Foto de RMR, ca. de 2015 |
Como grupo éramos imbatibles.
Ni alumnos adictos a Sarabia o a Rey ni maestros nos pudieron dominar o doblar.
Éramos nosotros quienes los doblábamos.
Una muestra de los profesores que
tuvimos los de mi grupo (el otro tenía maestros clase B) Anatomía Humana con el
Dr. Enrique Costa Vidrio, Fisiología nada menos que con el Dr. José Nava Segura,
que nos daba una súper clase de Neurofisiología; Farmacología con el Dr.
Armando Nava Rivera (¡gran clase!), Histología con el recién desempacado de la
USC Dr. Víctor de la Rosa; Materiales Dentales con el recién desempacado de la
Universidad de Indiana el Maestro Eduardo Ortega Zárate; Microbiología con el
maestro Armando Bayona; Anatomía Patológica con el maestro Pedro Martínez Garza
padre (a las 7 AM y ¡nunca faltaba ni llegaba tarde!); Bioquímica con el
inenarrable Federico Fernández Gavarrón (yo fui durante unas clases su ayudante
debido a mi experiencia previa en Ciencia Químicas); Clínica Dental I con el
maestro Enrique Aguilar y sus ayudantes Pepe Raz Guzmán y Luis Sanchez Sotres;
y así por el estilo. No puedo dejar de nombrar a mi querido y admirado maestro
Pablo Serrano —hombre cultísimo a pesar de ser dentista, ja ja— en Clínica
Dental II junto con su gran ayudante, el Dr. Jorge Pérez Gavilán. Ya iré
mencionando a los que les siguieron en años posteriores. Con estos maestros no
había para dónde hacerse: o estudiabas o estudiabas. Nosotros, u grupo
compacto, nos juntábamos para estudiar básicamente en casa de Roberto
Magallanes en la Av. Barranca del Muerto (de ahí salieron los planes y estrategias
para “tomar” la Escuela en abril de 1968). También nos juntábamos en la biblioteca
de mi casa y en el depa de Raúl y Carlos Armando Castro Núñez.