lunes, 31 de julio de 2023

 

Cuando nos regalaron pistolas antes del movimiento del 68

Teníamos “tomada” la Escuela Nacional de Odontología en 1968. Adentro de la Escuela estábamos algunos alumnos, yo calculo que unos 25. Estábamos platicando en la biblioteca de aquella Escuela, en el primer piso, cuyas paredes y ventanales dan hacia el Paseo de las Facultades, la principal vía dentro de la Ciudad Universitaria. En eso, uno de los muchachos que estaban en la entrada de la Escuela, en la planta baja, subió a decirme que “afuera me hablaba un amigo”.

Intrigado, porque no sabía quién podía ser mi amigo, bajé a averiguar su identidad y para qué me quería. Y para ver cómo le había hecho para saber que yo estaría ahí esa noche.

Nomás llegue a la puerta e identifiqué a quien me buscaba. Era “El Cash”*, como llamábamos a uno de los más eficaces buscadores de camorras entre estudiantes de todo CU. Nos conocíamos de la Facultad de Ciencias Químicas, en donde me había sido recomendado por otro compañero hijo de un político muy importante y cuyo apellido no viene al caso. En CQ había sido uno de los patrocinadores de la Planilla que yo presidía para ver quién sería el líder de la Generación, votación que ganó mi compañero el ahora exRector Francisco “Paco” Barnés de Castro.

Qué tal, Manuel… Hace mucho que no nos vemos…

Quihubo, Cash, ¿Qué se te ofrece?

Quería yo saber cómo estabas y cómo iba “tu” movimiento… ¿Podríamos platicar en un sitio más reservado?y con la cabeza señaló su auto, un Chevrolet del año estacionado enfrente de la Escuela.

Claro

Nos subimos al auto aquel, en el que de entrada identifiqué como de uso oficial por la calcomanía de las placas del auto que se usaba en aquel entonces y que se pegaba en el interior del parabrisas, que era de otro color en los autos oficiales.

Pues tu dirás…

¿Me da gusto verte y verte bien, caracho!dijo. Como tú ya debes saber (yo no sabía nada) trabajo para el XXXXXX de la Ciudad. Por eso supe en dónde estabas.

Era una época en la que no existían los teléfonos celulares ni otras tecnologías que te permitieran “localizar” a alguien.

Siguió hablando. El “licenciado” tiene mucho interés en que tu movimiento en Odontología se acabe de una vez por todas porque teme que éste podría ser la mecha que hiciera estallar un movimiento más grande…y más peligroso.

¡Es fácil!repuse. Que nos ayude a retirar al actual Director y a que pongamos uno con verdadera capacidad… Con sus influencias no dudo que pueda…

El Cash sonrió y negó con la cabeza.

Y siguió: —No es tan fácil… Eso de la Autonomía Universitaria… El Rector está  terco en que no se toque ni con el pétalo de una rosa.

Y entonces se me ocurrió (hizo énfasis en el pronombre “me”) que sería más fácil que tú nos ayudaras y calmaras las aguas.

¿Yo? ¿Me estás pidiendo que me les voltee a mis propios compañeros?

Mira, Farill. Todo mundo tiene un precio. ¿Qué te parecería estudiar un postgrado en Harvard? (era la segunda vez que me proponían ir a Harvard), ¿o tal vez tener una flota de taxis? ¿O las dos cosas? La vida te sería mucho más fácil así, ¿no?

Me enojé muchísimo, pero no lo mostré. En vez, le reviré:

Mañana por la tarde va a tener lugar una Asamblea General de la Escuela para ver qué pasos tomamos… ¿Por qué no asistes en forma anónima?

¿En dónde va a ser? ¿Cómo siempre, en el Aula grande tu Escuela?

Así es. En donde siempre… Yo no voy a venir a la Escuela durante la mañana, pero en la tarde, a las cinco nos vemos…

—¿Tú crees que podrías “arreglar” este asunto?

Pues por eso te pido que me dejes pensarlo con la almohada… Y vamos a ver qué dice la Asamblea.

Se agachó y sacó un bello estuche de cuero bajo del asiento corrido del Chevrolet. Yo pensaba que era un regalo para mí, pero no.

—Mira el nuevo juguetito que nos dieron…—procedió a abrir el broche del estuche. Era un audífono como el de los estetoscopio (un auricular para cada oído)  conectado con un cable corto a una caja pesada de unos 20 x 15 cms. Del otro lado de la misma caja tenía un cable de medio metro que conectaba a un micrófono muy largo y delgado.

Yo estaba boquiabierto, dejándole hacer.

—Tus cuates estarán en la Biblioteca, ¿verdad…?

—Yo creo….—en política nunca hay que dar información no requerida.

—Pues mira—movió algunos botones de la caja y se puso los audífonos en los oídos, hasta que hizo cara de satisfacción. Me dio el aparato aquel y me dijo:

Prueba…

Me coloqué los audífonos tras de limpiar discretamente la parte que se inserta en los oídos y apunté el micrófono hacia la biblioteca. ¡Pude escuchar claramente, al punto que podía distinguir quien estaba hablando, las voces de mis compañeros, que hablaban del futbol o algo intrascendente!

Oye, esto está como de película de ciencia ficción…

Aumenta la vibración de los sonidos que se da en paredes y vidrios y los transmite a este súper-receptor…

Así que se acabó la privacidad…

Tienes que irte muy lejos de las paredes o ventanas para que no alcance a captar vibración…

Lo tendré en cuenta, dije mientras abría la portezuela del auto disponiéndome a bajar.

Nos veremos mañana en la tarde, ¿a las cinco dijiste, verdad?

Asentí.

Lo primero que hice fue entrar como de rayo a la Escuela y alejara  mis amigos de la Biblioteca para enterarlos del aparato que tenía El Cash. Me miraron con incredulidad y boquiabiertos. Seguro no me creyeron.

Al otro día, llegué a la Escuela pasada la hora de comer y noté que mis amigos traían revólveres en la cintura. Estaban cargados con balas de verdad. Me sorprendí y asusté.

¿Y esas pistolas? pregunté a Rubén Malpica.

Las trajo en una caja de cartón El Cash como a las nueve de la mañana. Quesque para protegernos… Que te ve en la Asamblea de las cinco…

Yo no sé, pero creo que nos mandaron pistolas puede que para que nos diéramos de balazos, hubiera muertos y mártires, y así apresurar  (o cancelar)  el surgimiento del movimiento del 68. Afortunadamente mis amigos y yo tuvimos sentido común y decencia y eso no sucedió.

Otro día les cuento lo que pasó en la Asamblea de las cinco de la tarde.

*Nombre cambiado

miércoles, 12 de julio de 2023


 

EL MAESTRO GEORGE BROTHERS DEL MAS

Era 1958 y en la segunda generación de alumnos de la Escuela Moderna Americana, a la que de aquí en adelante me referiré como MAS por Modern American School en inglés,  teníamos clase de inglés todo el día y diariamente y nada menos que con un profesor que fue inolvidable e indispensable para  mí y mis compañeros: Mister George Brothers. Si pudiera filmar una película sobre un excelente maestro, indudablemente que él sería el personaje principal.

Antigua fachada del MAS en la col. del Valle

Brothers era un hombre de unos 50 años entonces (se acuerdan que cuando son jóvenes ven viejos a todos los mayores), era corpulento y no demasiado alto, calvo, con cabellos parados como chayote, lentes redondos con armazón de alambre y siempre de traje oscuro. Lo que lo distinguía de los demás maestros, pues este sí era maestro, era que tenía un gran sentido del humor seco y de la oportunidad (no hacía chistes, tenía puntadas) y sabíamos claramente cuando estaba hablando en serio y cuando se prestaba a chanzas.

Cuando nos arremolinábamos a preguntarle o pedirle algo, nos corría haciendo girar su mano sobre su cabeza y nos decía: “Don´t breathe my oxygen!” (¡No respiren mi oxígeno, aléjense!). Él se sabía querido y admirado. Daba unas clases excelentes, pero además nos enseñaba cómo era la vida. A pesar de que en primer año llevábamos la parte menos interesante del idioma, que es la gramática, él la aderezaba con anécdotas y personajes,  nos recomendaba libros y llevábamos un libro que conservo a la fecha porque nunca he encontrado uno mejor, que se llama “Man´s History”. Nos enseñó el mejor inglés posible, pero además nos conminaba a que aprendiéramos todos los días el slang, que es el verdadero inglés actual, el que hablan los estadunidenses. A que viéramos las películas americanas sin leer los subtítulos.

Nunca le pregunté de qué parte de EEUU era, pero su acento sonaba californiano (de ninguna manera bostoniano), Tenía un par de hijos en la escuela, menores que nosotros, que apenas éramos la segunda generación del MAS. Vivía por la colonia del Valle, cerca del mercado de esa colonia y hablaba un español perfecto, de mexicano. Cuando hablaba español (sin acento, claro) podía pasar por un connacional.

A él le llevábamos la queja de otros profesores, a él le confiábamos nuestros secretos (no todos, claro está. ¿Qué adolescente cuenta todo lo que le pasa o lo que siente? ¡Si ni siquiera el susodicho lo sabe!), nos aconsejaba qué hacer con nuestros amigos y amigas, y nunca lo hizo ver como si fuera una “lección”. Algo que no he dicho, pero que ahora diré, ¡cómo agradezco que la MAS fuera una escuela mixta, laica y nacionalista¡ Nunca metería a mis hijos o nietos a una escuela confesional y menos de puros varones. Ya les platicaré más adelante mi única y triste experiencia en una escuela llamada CUM. Pero algunos de ustedes dirán “¿nacionalista? Si hasta el nombre está en inglés”. Y yo respondo: nacionalista en el sentido en que te enseñaban como era y es México, con sus grandes contrastes, con sus desigualdades (entonces más que ahora), pero te enseñaban a amarlo. A tratarlo de mejorar, a respetar al país y sus símbolos: nunca vi una bandera gringa, y sí muchas mexicanas, empezando por la ceremonia de todos los lunes, con la bandera y el Himno Nacional. Y les pondré un ejemplo: muchos de mis compañeros y exalumnos se han distinguido por su labor política y tecnocrática a favor de México. A pesar de que aún teníamos varios compañeros extranjeros, eran mucho menos numerosos que los que teníamos en el Panamerican Workshop, que era una de las escuelas favoritas para los diplomáticos estadunidenses o de otros países. Desde ese entonces, la MAS se distinguió, hasta estos días, como la mejor escuela privada de la ciudad, pésele a quien le pese. 

 

Otra de policías y ladrones.

De 1984 a 1986, noviembre a noviembre, fungí como Presidente Electo de la ADDF entonces bajo la Presidencia de mi colega y amigo el Dr. Alberto Cota Ducoing.

Como tal, además de asistir dizque a adquirir conocimientos sobre la misma Asociación para empaparme de sus problemas y virtudes, debía escoger un cargo y como a mí se me da (modestamente) lo de ser Editor, pues escogí algo que hago en cualquier puesto que tenga: Ser el Director Fundador de un periódico bimestral llamado “Boletín” oficial de la ADDF. En su última página siempre insertaba yo un soneto y si había espacio, un cuentecito. Igual hice años después cuando fui Presidente del International College of Dentists.

Bueno, pues ese Boletín, así ya sin comillas, nos lo pagaron generosamente dos empresas: los fabricantes de Prodolina y la prestigiada empresa 3M de México.

Cada dos meses, el Boletín les era enviado por correo de papel a todos los socios y a sus miembros estudiantiles, que eran unos tres mil.

Una tarde, me fueron a visitar al consultorio dos detectives de la Policía capitalina. Tras identificarse, noté que estaban vestidos apropiadamente, que hablaban buen español y me dijeron el propósito de su visita: había un delincuente desalmado, al que había apodado El Chimuelo, que atacaba a los consultorios en donde había estudiado que sólo atendía una mujer dentista joven… y guapetona. Estudiaba sus horas de consulta y cuando ya estaba decidido, tocaba la puerta (o la cortina) del consultorio faltando 5 minutos para que cerrara aduciendo que se “le había caído un diente de enfrente”. El tipo aquel efectivamente tenía una placa removible de acrílico con dientes del mismo material y desprendía un incisivo central antes de hacer tan prudente petición.

La doctora (las escogía guapas y jóvenes) tras meditarlo un poco (“en diez minutos le pego con acrílico rápido este diente o le hago otra plaquita de acrílico y me gano unos pesitos”) accedía al tratamiento y le indicaba al maldito aquel que pasara a “sentarse al sillón”, a lo que este respondía:

—Doctora, vengo muy nervioso. ¿Me permite pasar a su baño un momentito?

—¡Claro! Pásele—y le indicaba por dónde quedaba el WC

El despiadado sujeto aprovechaba estar solo para despeinarse completamente (se me olvidaba decir que usaba bigote), abrirse completamente la camisa, y de entre sus ropas sacaba un puñal de cacería y un trozo de cuerda, que tomaba con una mano y en la otra mano sujetaba una pistola.

¡De pronto, todo era un rebumbio! Porque al salir del baño el individuo, ya con facies de loco y la boca abierta, sin los dientes del frente, gritaba a todo volumen como un loco y se le abalanzaba sobre la pobre y crédula doctora, a la que sometía en un dos por tres, la tiraba boca abajo y la amarraba, golpeándola durante este procedimiento y sin dejar de emitir gruñidos y luego le arrebataba la ropa y la hacía presa de su más bajos instintos, violándola, golpeándola y sobajándola sin cesar.

Una vez hecho todo este pavoroso acto, se dedicaba a robar al consultorio (¿Qué pueden haber tenido de valor las doctoras jóvenes y solitarias, por Dios?) y las dejaba avergonzadas, llorando y golpeadas severamente, y sin poder moverse por lo menos un rato.

Volvamos a mi narración original, la de los policías en mi consultorio.

—Doctor, sabemos que usted publica un periódico que llega a una gran cantidad de dentistas…


                                       Muestra del periódico de la ADDF

No mentía. Porque antes de que la ADM se ensañara contra la ADDF, esta última tenía mucho más socios que la propia ADM.

—Efectivamente!—repuse. —¿En qué les puedo ayudar?

El policía se removió en su silla y me contestó:

—En publicar el dibujo que tenemos describiendo al Chimuelo para que quien lo haya visto nos lo comunique…—y me enseñó el grabado del perverso sujeto. Se me puso la piel de gallina. Desgraciadamente, aunque tuve el grabado en mi poder una semana, no le saqué copias para mostrárselas a ustedes, pacientes lectores.

Desde luego, ante una petición así no había motivo para consultar al Presidente de la ADDF.

Bueno, tuve el grabado y me disponía a insertarlo en la última página del Boletín siguiente cuando recibí la llamada de uno de los policías que me habían entrevistado.

—Doctor Farill: ya no va a ser necesario que publique la foto…. ¡Lo agarramos!

—¿Quee? ¿Al Chimuelo? ¿Cuándo? ¿Cómo?

Pues resulta que a una de las dentistas jóvenes que entrevistamos nos avisó que conocía al sujeto, que le había avisado que se le había caído un diente y que iba hacia su consultorio, cuando ella se dio cuenta de la trampa y le dijo que ya había cerrado. Que fuera a la misma hora al día siguiente. Lo que le dio tiempo para avisarnos.

—¡Qué valiente muchacha!

—¡Ah, eso desde luego! ¡Más valiente que muchos hombres! Pues nos dio tiempo de llegar a su consultorio en la mañana y esconder a dos elementos (agentes) en su pequeño consultorio.

Cuando el malvado sujeto se apersonó unos minutos antes de que ella cerrara el consultorio por la noche, él hizo lo mismo de siempre. Sólo que al salir se topó con dos agentes armados que lo sometieron y sin querer lo golpearon un poco porque no se quería rendir por las buenas… usted sabe… y lo aprehendieron.

Luego supe, porque estuve muy pendiente del caso a través del periódico amarillista “Alarma” que tras juzgarlo, el juez le dictó 30 años de condena, así que si no se murió ya, por ahí debe seguir.

¡Viva la valentía de esa doctora y de todas las doctoras del mundo!

Y cuídense de esas ofertas aparentemente fáciles cuando estén solos o solas.

domingo, 9 de julio de 2023

 

El Negro Durazo y yo en unas fotos.

 

Allá por 1975 iban a efectuarse unas Jornadas Científicas de la ADDF en la Ciudad de México y me habían encargado ser el Presidente de la Comisión de Difusión del congreso. Con tal motivo, el Presidente del Comité Organizador, que creo que era el Dr. Ernesto Acuña, organizó una tarde, una conferencia de prensa en un salón del Hotel Camino Real de esta ciudad.

Iba yo tarde a la cita, vestido de traje y corbata,  y al llegar a la gran manzana que alberga a dicho Hotel de cinco estrellas, me di cuenta de que no había ni un lugar en las aceras para estacionarse: es más, estaban custodiados estos lugares por elementos del Ejército armados. El estacionamiento estaba totalmente lleno, ni hacerle la lucha, así que viéndome en la forzosa necesidad de asistir y participar en la conferencia de prensa, decidí confiarme a mi buena suerte y estacioné mi auto en una esquina en la que de milagro  no había vigilancia, pero quedó estorbando el paso peatonal. Ni modo, me dije.

Arturo Durazo con uniforme de general
Me tocó caminar la larguísima acera frente al Hotel, cuando unos autos elegantes se detuvieron a mi lado y de ellos se bajaron 5 generales de División. Uno de ellos, el Jefe, era Arturo “El Negro” Durazo, entonces Jefe de la Policía Capitalina., quien de inmediato se dirigió a mí. “Muerto soy”, pensé. Lo seguían ceremoniosos los que han de haber sido los subjefes de la Policía del entonces DF. Vestían uniformes muy vistosos.




Ahora bien: toda mi etapa más o menos de juvenil a la de mediana edad me dijeron que yo era parecido al Lic. Jesús Silva Herzog Flores (quien luego fue conocido y amigo mío, gran conversador), a la sazón Secretario de Hacienda y Crédito Público, ya que en esas fechas estaba iniciando el período presidencial de José López Portillo.

Pues el señor general se dirigió a mí, y como si hubiéramos venido de la cantina, o digo, restaurante, trenzó su brazo con el mío indudablemente confundiéndome con el Lic. Silva Herzog porque nunca tuve el ¿gusto? de haberlo conocido o tratado antes… o después.  Él me platicaba con gran familiaridad y reía de alguna ocurrencia cuando nos descubrieron los fotógrafos. Resulta que estaban ahí porque el Presidente Electo había asistido a no sé qué fiesta.

Los fotógrafos nos empezaron a retratar muchas veces con aquellas camarotas con flashes electrónicos y el señor General hasta posaba un poco para ellos, siempre sonriendo (¿de qué sonreiría?). Para eso, los otros generales, se habían detenido a unos veinte pasos atrás de nosotros.

Grande fue su sorpresa cuando empezó a subir unas escaleras hacia la fiesta, y yo me zafé amablemente y le dije:

—Pues hasta aquí llego yo… Tengo otro compromiso en otro salón…

Se ha de haber quedado momentáneamente sorprendido porque ¿a qué celebración más importante podría asistir yo que a la que asiste el propio Presidente de la República?

Bueno, pues llegué tarde a la conferencia de prensa pero no la afecté en nada.

Cuento esto porque por ahí deben haber fotos mías del brazo con el Negro Durazo y si alguno de los lectores llega a ver una, esto lo explica todo.

 


martes, 4 de julio de 2023

 

LA VEZ QUE CREÍMOS QUE NOS IBAN A ASALTAR

Debe haber sido por 1980. Entonces, mi consultorio estaba en Av. Universidad 1854, en donde ahora está la librería de libros usados “Salvador Novo”, a la que invito a mis lectores que conozcan porque se van a llevar gratas sorpresas. Hay desde enciclopedias y novelas hasta libros de medicina, odontología y química. Tiene hasta sección en inglés.

Mi secretaria, la fiel Silvia (lleva conmigo 45 años), era una chavita y una tarde entró nerviosa en mi despacho y me dijo:

–Doctor: creo que ahora sí nos vienen a asaltar– dijo temblorosa

Para aquellos de mis lectores que conocieron aquel gran consultorio (teníamos 4 sillones de odontología infantil y general y 4 de ortodoncia), a pesar de tener vidrio antibalístico en la recepción y puertas esclusas para poder entrar a la recepción, cuando un grupo de maleantes vienen decididos a entrar, estas barreras sólo les sirven como estorbos en los que perderán un poco más de tiempo. Por cierto que, fuimos el único negocio que nunca asaltaron de esa cuadra

Naturalmente, salí con cierto temor a la recepción a ver a qué se refería Silvia y, en efecto, encontré que en los sillones de la recepción estaban sentados dos tipos con la peor facha del mundo y uno estaba parado a su lado. Uno de los sentados llevaba lentes RayBan oscuros de gota.

Cautelosamente les pregunté en qué podríamos servirlos y uno de ellos, creo que el que estaba parado, me repuso:

Pos aquí mi Comanche que dizque le duele mucho una muela…

No digo: me duele mucho, ¡muchísimo!farfulló el de los RayBan

Se identificaron conmigo mostrándome sus “charolas” metálicas de policías de investigación. Yo no sabía si reír o llorar. En ese entonces les teníamos más miedo a los polis que a los rateros (creo que como ahora). Pude notar que el “Comanche” (por comandante) estaba llorando a lágrima viva y usaba los lentes para ocultarlo. 

Como todo dentista debe hacer, no me quedó otro remedio que pasarlos a un cubículo y sentar al Comanche. Los otros dos se quedaron a sus lados, estorbando muchísimo. Entonces, sacando fuerza de mi interior, con voz más ronca, les pedí que se pararan enfrente del sillón para que yo tuviera libertad de movimientos, pero el Comanche me rogó que uno de ellos ¡le diera la manita!

Silvia se asomó aún temerosa, pero ya más calmada y llamó a su hermana, que era mi asistente.

¡Juaniiita!como por arte de magia se apareció la susodicha. ¿Qué se le ofrece, doctor?

La instruí para sacar unas radiografías periapicales y de mordida y así lo hicimos. Luego vino lo duro, porque el Comache seguía llorando ante la mirada atónita de sus secuaces, digo, ayudantes. Al ver las Rx, comprendí que había que hacer unas extracciones: una muela más o menos entera y unos restos radiculares contiguos con sendos abscesos periapicales.

Al tomar las radiografías noté que algo me estorbaba en el vientre del Comanche y se lo hice notar. Levantándose la camisa (por eso llevan la camisa suelta, para que no se note) mostró que traía una escuadra calibre 45 plateada que yo vi gigantesca, sobre todo el agujero del cañón.

Haciendome el Harry El Sucio, lo más macho que pude, le dije:

Le voy a suplicar que la pongamos en uno de los mostradores y que le “eche un ojo” uno de sus amigos.

Accedió no muy contento, dándole instrucciones a uno de sus gatos a que la cuidara y nadie, pero nadie, la tocara. Pensé “¡Por mí, mejor!”

Debieron ustedes haber visto al Comanche llorar y retorcerse cuando alcanzó a ver la jeringa con su aguja larga (entonces yo empleaba jeringas ahora ya no, uso la Wand). Sus socios o compadres le sujetaron los brazos y la cabeza y acerté a darle una anestesia regional muy buena. Y volví a pensar: “¿Pues no que muy macho?”. Ahí aprendí que mientras más macho parece un paciente (fuertotes, instructores de pesas, charros, policías, etc.), más cobarde es para el dentista.

Para no hacer el cuento largo, y a pesar de que me cercioré de que  tuviera una anestesia profunda y de explicarle lo que iba a sentir, el Comanche aulló como coyote (¿le habrá salido natural?) cuando hice palanca sobre la muela y más cuando emplee el elevador de raíces para quitarle los restos radiculares. Aunque no lo crean, su sangre teñía de rojo, como la canción. Por suerte no tuve complicaciones.

Si me preguntan ahora, lo confesaré: hice todo el procedimiento sin antibiótico y, por si siguen preguntando, ni se usaban guantes y cubrebocas en aquellos años. El horno “no estaba para bollos”, como dicen. Eso sí: estoy plenamente seguro de que no le dolió nada porque hubiera tomado la pistola y me hubiera cosido a balazos.

Salió como un lloroso fardo o como dicen: de aguilita. Uno de sus compinches de cada lado sosteniéndole los brazos. Silvia le cobró (estuve tentado a cobrar de más, pero no lo hice). Pagaron y afortunadamente salieron y nunca, nunca más volví a saber de ellos…

 

lunes, 3 de julio de 2023

 

 QUIÉN ME ENSEÑÓ A QUITARME LA TAQUICARDIA

Durante mi adolescencia y primera juventud tuve la molestia de que al menor pretexto me daban taquicardias (ritmo acelerado de las pulsaciones del corazón). Era, como se dice en medicina, “muy lábil” a ese trastorno (que no enfermedad en mi caso). Una vez, estando yo en el consultorio ayudando a mi padre a atender al Maestro Ignacio Chávez, le comenté  a éste último brevemente este problema—mi padre no me hubiera permitido quitarle mucho tiempo al Maestro ni a ningún otro paciente— y él me dijo que si me volvía suceder le avisara.

Quiso el destino que me diera un ataque de taquicardia estando él en el sillón. Mientras que mi padre hacía alguna otra cosa fuera de la boca del Doctor, éste se levantó y me hizo sentarme a mí en el sillón (recuerdo aquel sillón bien. Era eléctrico marca Ritter, colores azul con gris y hacía juego con la unidad de robot de esas que se abrían y se desplegaba ante los azorados ojos de los pacientes todas las piezas de mano y jeringa triples) y acto seguido llevó su mano derecha a mi cuello, justo debajo de mi mandíbula. Es lo que se llama “seno carotídeo”.

Apretó con dos dedos con cierta fuerza justo donde los vasos latían y uno o dos minutos después la taquicardia cedió. Así que no me pueden decir que no haya sido un experto quien me enseñó. Curiosamente, más o menos a esa edad se me quitaron esas molestias llamadas “taquicardias paroxísticas benignas”. 

Otra anécdota del Maestro Chávez

Tras haber sido ignominiosamente “derrocado” y expulsado de su oficina en la Rectoría de la UNAM en abril de 1966—yo estudiaba el segundo año de Odontología—seguramente por órdenes o con la anuencia del Presidente Gustavo Díaz Ordaz, tuve el atrevimiento de inquirirle al Maestro Chávez, ahora exRector,  qué había sucedido y esto fue más o menos lo que me dijo: “Entró una turba de muchacho, muchos de los cuales se veían mayores a la edad universitaria, blandiendo garrotes y bates de béisbol y, con un lenguaje propio de los verduleros, me instaron a salir so pena de darme de palos. Lo mismo hicieron con mis colaboradores y secretarias. Ante esa amenaza tuve que salir por el elevador privado acompañado de estos vándalos. Habían hecho pintas y destrozado muebles tanto en mi oficina como el las adyacentes y en la planta baja de la Rectoría. Me insultaron y escupieron amparados por el cobarde anonimato. Yo ya sabía de parte de quién venían. Logré llegar a mi auto, en el sótano del edificio y me largué con mi chofer hacia mi casa en Av. De la Reforma. No sé qué emoción me dominaba más: si el temor, la indignación, la impotencia, la vergüenza de haber sido injuriado y maltratado o la rabia de saber que el mismo Presidente de la República había ordenado aquella salida ignominiosa. ¿En qué país vivíamos? ¿Qué le diría yo a Celia mi esposa y a mis hijos? En fin, me refugié en la casa teniendo como consuelo miles, literalmente miles de llamadas telefónicas de todo el mundo expresando su solidaridad y su indignación por lo que me habían hecho pasar.

En casa me esperaban mis colaboradores más cercanos, junto con los que me enteré que la Junta de Gobierno se hallaba reunida para nombrar a un nuevo Rector. Días después supe que el nombramiento recayó en mi amigo el Ingeniero Javier Barros Sierra, a quien yo conocía de hace tiempo por sus gestiones en diversos cargos públicos y docentes en la UNAM. Esto fue el 5 de mayo de 1966. Pero, lo muy malo, es que el Presidente le impuso a un empleado de la Presidencia como Secretario General, ese empleado fue Fernando Solana…”

Para quienes quieran saber más de este último personaje, les recomiendo lean su entrada en Wikipedia.