Cuando nos regalaron pistolas antes del
movimiento del 68
Teníamos
“tomada” la Escuela Nacional de Odontología en 1968. Adentro de la Escuela
estábamos algunos alumnos, yo calculo que unos 25. Estábamos platicando en la
biblioteca de aquella Escuela, en el primer piso, cuyas paredes y ventanales
dan hacia el Paseo de las Facultades, la principal vía dentro de la Ciudad
Universitaria. En eso, uno de los muchachos que estaban en la entrada de la
Escuela, en la planta baja, subió a decirme que “afuera me hablaba un amigo”.
Intrigado, porque
no sabía quién podía ser mi amigo, bajé a averiguar su identidad y para qué me
quería. Y para ver cómo le había hecho para saber que yo estaría ahí esa noche.
Nomás llegue
a la puerta e identifiqué a quien me buscaba. Era “El Cash”*, como llamábamos a uno de los más eficaces buscadores de
camorras entre estudiantes de todo CU. Nos conocíamos de la Facultad de
Ciencias Químicas, en donde me había sido recomendado por otro compañero hijo
de un político muy importante y cuyo apellido no viene al caso. En CQ había
sido uno de los patrocinadores de la Planilla que yo presidía para ver quién
sería el líder de la Generación, votación que ganó mi compañero el ahora
exRector Francisco “Paco” Barnés de Castro.
—Qué tal, Manuel… Hace mucho que no nos vemos…
—Quihubo, Cash, ¿Qué se te ofrece?
—Quería yo saber cómo estabas y cómo iba “tu” movimiento…
¿Podríamos platicar en un sitio más reservado?—y con la cabeza señaló su auto, un
Chevrolet del año estacionado enfrente de la Escuela.
—Claro
Nos subimos
al auto aquel, en el que de entrada identifiqué como de uso oficial por la
calcomanía de las placas del auto que se usaba en aquel entonces y que se
pegaba en el interior del parabrisas, que era de otro color en los autos
oficiales.
—Pues tu dirás…
—¿Me da gusto verte y verte bien, caracho!—dijo. —Como tú ya debes saber (yo no sabía
nada) trabajo para el XXXXXX de la Ciudad. Por eso supe en dónde estabas.
Era una
época en la que no existían los teléfonos celulares ni otras tecnologías que te
permitieran “localizar” a alguien.
Siguió
hablando. —El “licenciado” tiene mucho interés en que tu movimiento en
Odontología se acabe de una vez por todas porque teme que éste podría ser la
mecha que hiciera estallar un movimiento más grande…y más peligroso.
—¡Es fácil!—repuse. —Que nos ayude a retirar al actual Director y a que pongamos
uno con verdadera capacidad… Con sus influencias no dudo que pueda…
El Cash
sonrió y negó con la cabeza.
Y siguió: —No es tan fácil… Eso de la Autonomía
Universitaria… El Rector está terco en
que no se toque ni con el pétalo de una rosa.
—Y entonces se me ocurrió (hizo énfasis en el pronombre “me”)
que sería más fácil que tú nos ayudaras y calmaras las aguas.
—¿Yo? ¿Me estás pidiendo que me les voltee a mis propios
compañeros?
—Mira, Farill. Todo mundo tiene un precio. ¿Qué te parecería
estudiar un postgrado en Harvard? (era la segunda vez que me proponían ir a
Harvard), ¿o tal vez tener una flota de taxis? ¿O las dos cosas? La vida te
sería mucho más fácil así, ¿no?
Me enojé
muchísimo, pero no lo mostré. En vez, le reviré:
—Mañana por la tarde va a tener lugar una Asamblea General de
la Escuela para ver qué pasos tomamos… ¿Por qué no asistes en forma anónima?
—¿En dónde va a ser? ¿Cómo siempre, en el Aula grande tu
Escuela?
—Así es. En donde siempre… Yo no voy a venir a la Escuela
durante la mañana, pero en la tarde, a las cinco nos vemos…
—¿Tú crees que podrías “arreglar” este asunto?
—Pues por eso te pido que me dejes pensarlo con la almohada… Y
vamos a ver qué dice la Asamblea.
Se agachó y
sacó un bello estuche de cuero bajo del asiento corrido del Chevrolet. Yo
pensaba que era un regalo para mí, pero no.
—Mira el nuevo juguetito que nos
dieron…—procedió a abrir el broche del estuche. Era un audífono como el de los
estetoscopio (un auricular para cada oído) conectado con un cable corto a una caja pesada
de unos 20 x 15 cms. Del otro lado de la misma caja tenía un cable de medio
metro que conectaba a un micrófono muy largo y delgado.
Yo estaba boquiabierto, dejándole
hacer.
—Tus cuates estarán en la Biblioteca,
¿verdad…?
—Yo creo….—en política nunca hay que
dar información no requerida.
—Pues mira—movió algunos botones de la
caja y se puso los audífonos en los oídos, hasta que hizo cara de satisfacción.
Me dio el aparato aquel y me dijo:
—Prueba…
Me coloqué
los audífonos tras de limpiar discretamente la parte que se inserta en los
oídos y apunté el micrófono hacia la biblioteca. ¡Pude escuchar claramente, al
punto que podía distinguir quien estaba hablando, las voces de mis compañeros,
que hablaban del futbol o algo intrascendente!
—Oye, esto está como de película de ciencia ficción…
—Aumenta la vibración de los sonidos que se da en paredes y
vidrios y los transmite a este súper-receptor…
—Así que se acabó la privacidad…
—Tienes que irte muy lejos de las paredes o ventanas para que
no alcance a captar vibración…
—Lo tendré en cuenta, —dije mientras abría la portezuela del
auto disponiéndome a bajar.
—Nos veremos mañana en la tarde, ¿a las cinco dijiste, verdad?
Asentí.
Lo primero
que hice fue entrar como de rayo a la Escuela y alejara mis amigos de la Biblioteca para enterarlos
del aparato que tenía El Cash. Me miraron con incredulidad y boquiabiertos.
Seguro no me creyeron.
Al otro día,
llegué a la Escuela pasada la hora de comer y noté que mis amigos traían
revólveres en la cintura. Estaban cargados con balas de verdad. Me sorprendí y
asusté.
—¿Y esas pistolas?— pregunté a Rubén Malpica.
—Las trajo en una caja de cartón El Cash como a las nueve de
la mañana. Quesque para protegernos… Que te ve en la Asamblea de las cinco…
Yo no sé,
pero creo que nos mandaron pistolas puede que para que nos diéramos de balazos,
hubiera muertos y mártires, y así apresurar (o cancelar)
el surgimiento del movimiento del 68. Afortunadamente mis amigos y yo
tuvimos sentido común y decencia y eso no sucedió.
Otro día les
cuento lo que pasó en la Asamblea de las cinco de la tarde.
*Nombre cambiado