viernes, 31 de marzo de 2023

Mi amigo y maestro Don Salvador Novo

 

 En 1967, (y me estoy adelantando, pero no quiero que se me pase) conocí al Maestro Salvador Novo, quien también vivía en Coyoacán, en el número 1 de  la calle que hoy lleva su nombre. Llevaba su nombre porque era un homenaje que el Gobierno hacía a sus Cronistas de la Ciudad. Su casa ya fue demolida.

Lo conocí porque me habían publicado un cuento en la Revista Punto de Partida que acababa de inaugurar la Maestra Margo Glantz, y él leyó mi cuento llamado “Cuernoslargos”. Me sorprendí cuando en su artículo semanal en el Excelsior, me mencionó y habló algo así de la “alegría de la escritura del joven Farill”, cosa que me hizo ir a conocerlo y agradecerle el elogio.

Marcela y yo bailando en aquellos años

Fuimos la primera vez Marcela y yo  a su estudio sito en la calle de Madrid 13,  en Coyoacán, justo arriba de su restaurante para gourmets llamado “La Capilla”. Nos recibió con mucha amabilidad y creo que le caímos muy bien, tanto que a Marcela, que entonces era mi novia, le obsequió un colibrí disecado envuelto en un paño, como para colgarse del cuello. Adujo que era una costumbre náhuatl—era un erudito en la lengua y costumbres náhuatl—para las mujeres, no sé si para que se casaran o para que tuvieran hijos, pero para las dos cosas le sirvió a Marcela. Dicho colibrí se deshizo con el tiempo.

Era impresionante la joyería que empleaba de forma habitual en sus manos: cuatro o cinco anillos de diferentes metales o piedras semipreciosas (que cambiaba según el día) de tamaño descomunal. Y según el día que fueras llevaba una peluca de diferente peinado y, sobre todo, de diferente color. La más llamativa era una color zanahoria oscura.

Algunas veces que lo fui a visitar para platicar porque era un agasajo. Un hombre cultérrimo y filoso como una navaja: si te quería denigrar, no te dabas cuenta de que te “había matado” hasta horas después (hablaba y escribía en cinco idiomas: español, inglés, italiano, nahuatl y francés), o para consultarle alguna cosa de historia—era un historiador, poeta, publicista, ensayista, escritor, dramaturgo, guionista y cuentista nato y sabroso, sólo hay que leer sus libros sobre “Los periodos presidenciales de…”. También fue un excelente administrador de varias entidades culturales de gran importancia en diversas Secretarías de Estado. Fue miembro de la Academia de la Lengua Española.

Don Salvador Novo

Tuvo la deferencia de invitarme varias veces a comer con él en su mesa del restaurante “El Refectorio” (que tenía exterior e interior, en un patio techado). Me llamaba “Don Manuel”. Me preparó unos martinis exquisitos (aclaro: el plural de martinis debería ser, en italiano, “Martini”) y comimos delicioso, incluyendo un platillo—sopa de calabaza—que él había inventado. No ignoro lo que se dijo de él justo antes y durante el Movimiento del 68, denigrándolo, pero nunca tuvo que ver conmigo, nunca se me insinuó. Para mí era un cuate y yo lo era para él. Era gay por los cuatro costados, pero a mí nunca me hizo un “pase”.

Se dice que fue el escritor Luis Spota quien lo llamó «Nalgador Sobo».  Novo, en respuesta le escribió con gran fineza e ingenio lo siguiente en el Excelsior: «Este grafococo tierno lleva, por signo fatal, como apellido paterno la profesión maternal

 Novo fue lo que Carlos Monsiváis (Monchiflais) hubiera querido ser si hubiera salido del closet de jovencito y si hubiera sido mucho más valiente y muchísimo más ingenioso, extrovertido e inteligente. A él también lo conocí en casa de Emmanuel Carballo, junto con un montón de escritores y artistas. Ahí le presenté a Carballo a Enrique Ballesté, compositor, autor y dramaturgo y a mi compadre Guillermo Ordóñez, excelente actor y declamador. En esa época empecé a conocer a muchos de los grandes intelectuales de aquellos tiempos. Cuando salió nuestro ()de los supuestos “onderos”) segundo libro de la mal-llamada-Onda titulado “Narrativa Joven de México” (Ed. Siglo XXI) —también hecho por Margo—, una recopilación de cuentos junto con las  autobiografías de varios escritores jóvenes de aquel entonces, conocí al inefable José Agustín (¡hola Agustín!), a mi amigo el elegante René Avilés Fabila (QEPD), a Xorge del Campo, a la agradable y excelente escritora Elsa Cross, a Eduardo Naval y a Gerardo de la Torre, además del admirado Juan Tovar, quien se dedicó al cine con éxito.

Poco tiempo después, en 1968, publiqué mi primera novela, “Los Hijos del Polvo” en la Editorial Diógenes, propiedad de Emmanuel Carballo y Martín Luis Guzmán. Estuvo 10 semanas en la lista de las 10 más vendidas en México.

Cuando Novo murió en 1974, se llevó una parte importante de la cultura mexicana y muchísimos chismes con él.

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