En
1960, estando yo en
tercer año de bachillerato, la Escuela Moderna Americana (desde hace años una de las mejores
escuelas de México) organizó una serie de softball contra el
Panamerican Workshop, cuyos alumnos eran en su mayoría estadunidenses.
Parte de la fachada de la EMA ca 1960 en la Colonia del Valle |
Yo
jugaba de short stop, posición que me encanta. Jugábamos en el patio de nuestra
escuela. Recuerdo que jugando contra la American School, cuyos jugadores eran
un poco mayores y más corpulentos que nosotros hice algunas buenas jugadas que
remataban en doubleplay.
De pronto, a mitad del partido, estaba
lanzando nuestra escuela cuando el pitcher y el jugador contrario,
probablemente el que estaba en primera base tuvieron algún altercado de
palabras, que a mí me pareció baladí.
Estábamos
reunidos en la plataforma de pitcheo el pitcher, el jugador contrario, algún
otro de nuestro equipo y yo, cuando vi que “los ánimos se caldeaban” y le dije
al pitcher: “¡ya, fulano, no le hagas caso…!” Y no lo vi venir. El jugador de
la American School del que no recuerdo nada, me descontó fuertemente justo en
el ojo izquierdo: caí noqueado, como tabla, y desperté en el baño de hombres.
Tras de llevarme a la enfermería (que es a donde me deberían de haber llevado
en primer lugar), me dieron permiso de irme a casa. Llamé por teléfono y
alguien fue por mí.
Con mi mamá, 7 años después |
Estuve
en casa, mareado, en donde ya me atendió mi tío, el Dr. Roberto Guzmán Jasso,
dos días después regresé a la escuela, con el ojo entrecerrado y todo el
contorno morado. De ese color, que, por ser sangre va cambiando a azul, luego a
verde, luego a verde claro y llega a amarillo, hasta que desaparece… 20 días
después. Al margen de que no supe quién
me pego, ni su nombre, ni me importaba, pasados unos días, me llamó la Miss
Rodríguez (la mera Directora de mi escuela) en persona para decirme que “ese
muchacho ya había sido expulsado de la Escuela Americana por mala conducta y actitud
antideportiva”. Me sentí feliz, no por el golpe, sino porque el méndigo era un
“bad sport”. Ya no recuerdo si siguieron los juegos, creo que no. Lo triste del
asunto, para mí era que mi hermano y yo, a instancias de nuestro padre,
estábamos en esos días, previos a los Juegos Centroamericanos y del Caribe, que
se celebraron ese año en México, tomando clases de box en el Deportivo Hacienda
nada menos que con el profesor y manager Hernández y me daba vergüenza ir a
tirar golpes al costal y a la pera con el ojo morado e hinchado, ¿Qué iban a
decir de mí los demás pupilos? DeCon dos cuates 3 años antes de esta anécdota
ahí nació mi afición por este deporte
fantástico. ¿Alguno de ustedes ha visto boxeadores obesos?
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