miércoles, 12 de abril de 2023

MI PRIMER OJO MORADO

 

En 1960, estando yo en tercer año de bachillerato, la Escuela Moderna Americana (desde hace años una de las mejores escuelas de México) organizó una serie de softball contra el Panamerican Workshop, cuyos alumnos eran en su mayoría estadunidenses.

Parte de la fachada de la EMA ca 1960 en la Colonia del Valle

Yo jugaba de short stop, posición que me encanta. Jugábamos en el patio de nuestra escuela. Recuerdo que jugando contra la American School, cuyos jugadores eran un poco mayores y más corpulentos que nosotros hice algunas buenas jugadas que remataban en doubleplay.

 De pronto, a mitad del partido, estaba lanzando nuestra escuela cuando el pitcher y el jugador contrario, probablemente el que estaba en primera base tuvieron algún altercado de palabras, que a mí me pareció baladí.

Estábamos reunidos en la plataforma de pitcheo el pitcher, el jugador contrario, algún otro de nuestro equipo y yo, cuando vi que “los ánimos se caldeaban” y le dije al pitcher: “¡ya, fulano, no le hagas caso…!” Y no lo vi venir. El jugador de la American School del que no recuerdo nada, me descontó fuertemente justo en el ojo izquierdo: caí noqueado, como tabla, y desperté en el baño de hombres. Tras de llevarme a la enfermería (que es a donde me deberían de haber llevado en primer lugar), me dieron permiso de irme a casa. Llamé por teléfono y alguien fue por mí.


Con mi mamá, 7 años después


Con dos cuates 3 años antes de esta anécdota
Estuve en casa, mareado, en donde ya me atendió mi tío, el Dr. Roberto Guzmán Jasso, dos días después regresé a la escuela, con el ojo entrecerrado y todo el contorno morado. De ese color, que, por ser sangre va cambiando a azul, luego a verde, luego a verde claro y llega a amarillo, hasta que desaparece… 20 días después.  Al margen de que no supe quién me pego, ni su nombre, ni me importaba, pasados unos días, me llamó la Miss Rodríguez (la mera Directora de mi escuela) en persona para decirme que “ese muchacho ya había sido expulsado de la Escuela Americana por mala conducta y actitud antideportiva”. Me sentí feliz, no por el golpe, sino porque el méndigo era un “bad sport”. Ya no recuerdo si siguieron los juegos, creo que no. Lo triste del asunto, para mí era que mi hermano y yo, a instancias de nuestro padre, estábamos en esos días, previos a los Juegos Centroamericanos y del Caribe, que se celebraron ese año en México, tomando clases de box en el Deportivo Hacienda nada menos que con el profesor y manager Hernández y me daba vergüenza ir a tirar golpes al costal y a la pera con el ojo morado e hinchado, ¿Qué iban a decir de mí los demás pupilos? De
ahí nació mi afición por este deporte fantástico. ¿Alguno de ustedes ha visto boxeadores obesos?



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