UNA
BUENA Y TERRIBLE MANERA DE EMPEZAR EN UNA ESCUELA NUEVA
Más o
menos en 1958, mi padre me había comprado una bicicleta (por sugerencia mía).
Estaba preciosa y era un avión. Era una marca Saeta, negra de media carrera,
rodada 28 y con 4 velocidades, con parrilla (para los libros), con lámpara en
la parte delantera y reflejante en la posterior y con parador. En ella decidí
irme a la escuela (con mucho cuidado, me decían ambos padres). Mi casa distaba
unas 10 cuadras de la escuela y, como no me admitían en ésta con bici, la mamá
de un compañero me dejaba guardarla en el garaje de su casa, adjunta a la
escuela. Ahora pienso en la estupidez de no admitir bicis en aquel tiempo,
cuando ahora que escribo lo que quisiéramos es que hubiera menos autos.
Pero
no fui en bici el primer día de clases de secundaria. Me llevó mi padre en su
auto y me dio una lección que nunca olvidaré. Me dijo “hoy vas a ir por primera
vez a una escuela nueva, con compañeros
nuevos. Y te voy a pedir una cosa muy especial: quiero que te busques al
muchacho de tu salón que veas más bueno para los golpes, al más gallito (así se decía al más bravo, al
más peleonero) y le busques pleito… Si no lo haces así, yo te daré de
nalgadas…” Me dejó frío y no entendía
por qué. Pero así lo hice (ya no hay de esos hijos, ahora) y se imaginará el lector
que me pasé la mañana sudando y sin atender a clases por el nerviosismo. Pero
lo logré: había un muchacho bueno para los golpes desde la primaria, pero había
estado en el Grupo B y no habíamos tenido contacto. Se llamaba José de Jesús
Hernández y algo le dije en la clase que me dijo: “¿Ah, si? Pues nos vemos a la
salida…” Y así fue, iba yo temblando,
pero decidido. Todo un grupito de morbosos—que nunca faltan—nos acompañó hasta
una sitio más o menos oculto, nos pusimos en guardia y nos tiramos unos
golpes sin efecto hasta que yo le atiné uno bueno en la cara, lo que hizo que
se enojara y ¡ahora sí!.
Me
atizó un golpe que nunca olvidaré, porque fue justo entre el ojo y la sien
derechos (“entre ceja, oreja y madre”, se dice) y es la primera pero no la
única vez que vi estrellas (literalmente) en mi vida. Pero había pasado mucho
tiempo, y mi padre había enviado a mi hermano Luis (que por edad podía pasar
por mi padre) a recogerme. Éste, molesto porque no salía yo, se bajó del auto y
entró a la escuela, cosa que hizo que alguien gritara: “Mi hermano mayor
Dr. Luis Farill R
” y Pepe de Chucho, atemorizado, se brincó como pudo la barda que
daba a una casa particular y huyó. Lo que me salvó de que me diera una buena
golpiza.
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