viernes, 17 de marzo de 2023

 

UNA BUENA Y TERRIBLE MANERA DE EMPEZAR EN UNA ESCUELA NUEVA

 

Más o menos en 1958, mi padre me había comprado una bicicleta (por sugerencia mía). Estaba preciosa y era un avión. Era una marca Saeta, negra de media carrera, rodada 28 y con 4 velocidades, con parrilla (para los libros), con lámpara en la parte delantera y reflejante en la posterior y con parador. En ella decidí irme a la escuela (con mucho cuidado, me decían ambos padres). Mi casa distaba unas 10 cuadras de la escuela y, como no me admitían en ésta con bici, la mamá de un compañero me dejaba guardarla en el garaje de su casa, adjunta a la escuela. Ahora pienso en la estupidez de no admitir bicis en aquel tiempo, cuando ahora que escribo lo que quisiéramos es que hubiera menos autos.

Pero no fui en bici el primer día de clases de secundaria. Me llevó mi padre en su auto y me dio una lección que nunca olvidaré. Me dijo “hoy vas a ir por primera vez  a una escuela nueva, con compañeros nuevos. Y te voy a pedir una cosa muy especial: quiero que te busques al muchacho de tu salón que veas más bueno para los golpes, al más gallito (así se decía al más bravo, al más peleonero) y le busques pleito… Si no lo haces así, yo te daré de nalgadas…”  Me dejó frío y no entendía por qué. Pero así lo hice (ya no hay de esos hijos, ahora) y se imaginará el lector que me pasé la mañana sudando y sin atender a clases por el nerviosismo. Pero lo logré: había un muchacho bueno para los golpes desde la primaria, pero había estado en el Grupo B y no habíamos tenido contacto. Se llamaba José de Jesús Hernández y algo le dije en la clase que me dijo: “¿Ah, si? Pues nos vemos a la salida…”  Y así fue, iba yo temblando, pero decidido. Todo un grupito de morbosos—que nunca faltan—nos acompañó hasta una sitio más o menos  oculto,  nos pusimos en guardia y nos tiramos unos golpes sin efecto hasta que yo le atiné uno bueno en la cara, lo que hizo que se enojara y ¡ahora sí!. 

Me atizó un golpe que nunca olvidaré, porque fue justo entre el ojo y la sien derechos (“entre ceja, oreja y madre”, se dice) y es la primera pero no la única vez que vi estrellas (literalmente) en mi vida. Pero había pasado mucho tiempo, y mi padre había enviado a mi hermano Luis (que por edad podía pasar por mi padre) a recogerme. Éste, molesto porque no salía yo, se bajó del auto y entró a la escuela, cosa que hizo que alguien gritara: “

Mi hermano mayor
Dr. Luis Farill R

” y Pepe de Chucho, atemorizado, se brincó como pudo la barda que daba a una casa particular y huyó. Lo que me salvó de que me diera una buena golpiza.


Luego que le explique a Luis mi hermano lo que había pasado por órdenes superiores, se rio y me llevó a casa. Al otro día, mi papá me volvió a llevar en el auto y me explicó que era necesario, al entrar a una escuela nueva, sentar el precedente de que uno no va con miedo (¡No, qué va!) y que está dispuesto a darse de golpes con el más bravo. Efectivamente tuvo razón: a partir de ese día todos me respetaron y me volví un cuatazo de Pepe de Chucho. Nadie se metió conmigo (ni con él) nunca más en esa escuela. 

No hay comentarios: