miércoles, 3 de enero de 2024

¡La experiencia va dando frutos!

CDMX, 3 de enero de 2024. Este próximo 31 de marzo cumpliré mis primeros 54 años de vida profesional. No es ocioso ni gratuito: también cumplo este año casi 52 de casado con mi novia-amiga-amante-compañera Marcela, la misma adorable mujer y profesionista; cumplí 11 años de ser profesor de odontología en tres escuelas y facultades (que equivalen a unas 30 generaciones); más de 45 como conferencista en la ADM, FDI, ADDF y en forma independiente; muchos de ser padre —que no es cosa fácil—, pocos de ser abuelo—que es una delicia—, muchos de ser dirigente y lo que se llama líder de opinión (sea lo que sea) y más de 54 de ser escritor —que no es otra cosa que ser una especie de conciencia de nuestro país, de nuestra profesión, de nuestro tiempo y nuestra circunstancia. Soy de los que verdaderamente vivieron—junto con algunos otros colegas fui actor y testigo— el movimiento estudiantil-popular de 1968, fui fundador de tres escuelas o áreas de odontología, de dos o tres asociaciones profesionales, uno de los iniciadores de las clínicas de multiservicios en nuestra profesión y otra en la especialidad de odontología del sueño en México; el primer dentista en escribir y publicar dos novelas y muchos cuentos breves, cerca de 100 artículos científicos o profesionales, en dar cursos de mercadotecnia odontológica en el mundo de habla hispana, en ser portavoz de tres compañías mundiales y de escribir cinco libros sobre este tema (uno con dos ediciones). También tengo experiencia en fundar escuelas de odontología: he fundado tres, que ahora inmediatamente cerraría. ¿Por qué? Porque he presenciado—igual que todos ustedes—la debacle que han formado en nuestra profesión la indiscriminada formación de dentistas sin controles de calidad en sus estudios y la abundancia de escuelas de odontología basadas en mezquinos intereses comerciales y, sobre todo, por la falta de control por parte DE LAS AUTORIDADES Y ASOCIACIONES GREMIALES correspondientes. Ya no hay pacientes para todos. No de los que puedan pagar, y el gobierno sigue sin asumir su responsabilidad en atender a los que no pueden hacerlo. Todos sabemos que cuando la oferta de servicios supera a su demanda, todos tenemos que bajar nuestros honorarios y disminuir el número de posibles pacientes. La teoría es asesinada por la experiencia, dicen que dijo Albert Einstein. Les puedo asegurar que, como todos, he cometido muchos errores, que son el impuesto que pagamos por vivir. Son las cicatrices de la vida, como las canas. Pero no me arrepiento de lo que he hecho. Y me arrepiento mucho de no haber hecho más cosas y de lo que no-he-hecho. ¿No les hubiera gustado dar la vuelta al mundo, conocer más miembros del sexo opuesto, comer en los mejores restaurantes, divertirse más y explorar el Amazonas o volar un jet de combate? ¿O fundar una empresa, filmar una película, cantar profesionalmente o fundar una empresa de inteligencia artificial? Miren esta imagen cinematográfica: La vida es un larguísimo pasillo que lleva del nacimiento hasta la muerte y que tiene muchas puertas cerradas a ambos lados. La mayor parte de la gente pasa por el pasillo y no abre ninguna puerta: llegan a la muerte sin haber conocido muchas cosas. Yo pienso que hay que ir abriendo las puertas que se nos van presentando a izquierda y derecha. Al asomarnos al interior de éstas, veremos cosas nuevas y diferentes, y sabremos qué es lo que nos atrae y qué no lo hace. A veces son oportunidades mucho mejores que la que hemos escogido. Porque debemos reconocer que uno escoge su carrera en la peor etapa de su vida: cuando nos falta experiencia, no sabemos la importancia de ganar un buen salario, y ni idea tenemos de los enormes gastos e inversiones que nos esperan en el futuro… o la salud que nos depara nuestra vida. Los que me leen ahora, ¿volverían a estudiar odontología? La respuesta es fácil: muchos de ustedes no lo harían. A esa edad no sabemos lo que queremos, en la gran mayoría de los casos ni sabemos cuántas carreras hay y nos dejamos guiar por nuestros amigos y parientes; creemos que vamos a salvar a la humanidad (que luego ni nos hace caso), y somos, en general, quijotes. De joven uno puede darse el lujo de ser quijote, pero cuídense, porque de viejo se vuelve uno un “que-hijote”. Volviendo a hablar del pasillo largo que es la vida: en este camino les sugiero que abran las puertas laterales, tómense el tiempo necesario dentro de aquellas que les satisfagan. Yo lo hice. ¿Y adivinen qué? Eso me llevó a conocer la literatura, la política, las buenas relaciones públicas, las artes, la ciencia (que es lo único en lo que creo), la buena comida y bebida,, muchas personas inigualables de las que aprendí enormidades y con las que me divertí mucho, problemas a los que con ayuda de otros afortunadamente encontré solución—y experiencia—y al conocimiento (modesto, si se quiere) y a la inquietud por seguirme superando y—por qué negarlo—a situaciones de las que alcancé a salir vivo sólo por un pelo, pero de las que aprendí mucho a pesar de los golpes que me llevé o me dieron. Por lo menos aprendí a no meterme en esos caminos. Hubo otras, afortunadamente pocas, en las que fracasé. Pero hasta de eso aprendí. ¡Aprende uno hasta de sus fracasos! Que no les cuenten: estoy convencido de que el verdadero infierno es el temor al cambio, el miedo, el creer en todo lo que nos dicen nuestros maestros y políticos; en nuestra ignorancia y en la de los demás—pocas cosas tan temibles como la ignorancia en acción—, el fundamentalismo religioso y político, el rencor, pero sobre todo la envidia, la ingratitud y la soberbia—que son de los pecados inconfesables, porque todo ello nos inmoviliza. Podemos confesar muchas cosas, pero la envidia y la ingratitud de y con otras personas, nunca. ¿Verdad? Cuando hemos ido teniendo éxito, muchos de nuestros conocidos nos profesan la envidia al éxito. Éxito a qué? ¿Al profesional, al sexual al familiar? No quiero que ustedes, mis amigos, vivan un infierno. Así que—aunque cueste mucho trabajo— hay que librarse de estos pecados indecibles que a veces son peores que muchos de los católicamente llamados “mortales”. ¿Cómo se libra uno de ellos? Cambiando los caminos trillados con cultura y mente amplia, valentía, con seguridad en nosotros mismos, moviéndonos, avanzando, leyendo, cultivándonos y mejorándonos… y aguantando y tratando de mejorar a los idiotas, a los ignorantes y conservadores. A veces—muchas—hay que cambiar de “amigos”. Ni modo. Cámbienlos a tiempo y no permitan que sean un lastre en sus vidas (que es la única que tendrán). Hay personas que se esfuerzan porque el globo aerostático no vuele. Recuerden que hay que viajar ligeros, y eso incluye deshacerse de las personas tóxicas. ¿Cómo reconocerlas? Son las que sacan lo peor de nosotros, las que nos hacen sentirnos devaluados, delincuentes, ignorantes, enojados, débiles, atemorizados, inadecuados, enojados- (¡Ah, la gran culpa judeo-cristiana!) Las personas más exitosas son aquellas que saben aplicar el plan B (cambiar de ambiente, amigos y personal) y se rodean de personas que sacan lo mejor de nosotros y nos hacen valiente y amigos, seguros de nosotros mismo, valiosos, capaces, amados, respetados y apreciados. ¿Se han fijado que los que vamos teniendo experiencia queremos dejar la vida a los que nos siguen, para que les sea menos dura? Y generalmente los jóvenes, arrogantes y escépticos, no la acogen ni mucho menos la aprecian o agradecen. El error de la juventud es pensar que la astucia y el intelecto primario compensa la falta de experiencia, en tanto que el error de los adultos es pensar que la pura experiencia sustituye a la inteligencia nata y a la actualización. Hablando a los más jóvenes: curiosamente, quienes hablamos de la feria es porque ya hemos estado en ella un buen rato. No hemos llegado a esta edad cometiendo, perdón, pendejadas. Nos han pasado las cosas que NO queremos que les pasen a ustedes. Dicen que un hombre sabio escarmienta al ver lo que sucede a los demás Y que uno más sabio no se espera a ver lo que le sucede a los demás, sino que aprende de lo que le dicen. Nunca he visto esto. Para llegar a esta mi edad siendo productivo he aprendido muchas cosas: que tenemos desde jovenzuelos que fijarnos objetivos ambiciosos, pero logrables (y luego fijarnos otros más y más altos); que hay que ser cultos, astutos, pacientes y perseverantes, a aprender de los demás, y si se puede, conseguirnos un buen mentor que nos guíe; a ser buenas personas, generosas y éticas, ser fieles a nuestros valores personales; a ser congruentes entre lo que hacemos, decimos y pensamos; a estar dispuestos a cambiar nuestras creencias cuando se presenten otras más verdaderas. Dicen que en la vida no hay nada constante, excepto el cambio. El hombre debe ser siempre flexible como una caña, no rígido como el cedro. Hay que amar y disfrutar a tiempo (como dijeron José José y Marco Antonio); a vivir el presente y reconocer que hay una edad para cada cosa. Después de todo, el pasado no se puede cambiar y el futuro aún no llega. Hay que deshacerse a tiempo—lo repito—de compromisos y conocidos intrascendentes, fatuos y que no nos aporten nada. Reconozcan siempre a sus verdaderos amigos como aquellos que sacan lo mejor en ustedes; que desean que ustedes mejoren, no los que quieran que ustedes vean y cometan errores. Reconozcan como sus enemigos a quienes les hagan sacar su peor parte—tener bajos valores en la vida, faltar a sus familias, embriagarse, consumir drogas, delinquir, engañar a los demás, maldecir, ser crueles, débiles, pesimistas e intolerantes—y quienes los quieran llevar al pasado. Desháganse de ellos de una buena vez. Y desconfíen profundamente de quienes se vanaglorian de sus éxitos y conocimientos y no los aportan al bien común. Esos son huecos y no merecen ser amigos de nadie. Algo muy importante: Nunca cambien un solo día de éxitos profesionales por un día de alegría y sin remordimientos con su familia y amigos. Hay que aprender que los pequeños asuetos esporádicos son muy necesarios… y sabrosos. Sin importar credos ni religiones (que siempre nos hablan de un posible más allá siempre que nos portemos bien según sus reglas o “leyes”) debemos concentrarnos en el aquí y en el ahora, con nuestras familias, amigos, empleados, pacientes y colegas y no colegas —pero sobre todo, y les juro que no exagero, con la frase del prócer Vicente Guerrero tamborileando en nuestra mente, “la Patria es primero…la Patria es primero…” Esto último es sorprendente para casi todos los dentistas y médicos que lo escuchan por primera vez, pero hay que recordar que lo poco o mucho que tenemos, lo que han hecho nuestras familias, nuestros antepasados, se lo deben a este país que merece mucho mejores dirigentes y políticos y salir de la idioticracia: México. Tras esto escrito, les deseo a todos los que me escuchan o leen, las mejores fiestas del 2023 y el mejor 2024, sin los obstáculos que nos perjudicaron un sexenio. PD: Estoy muy triste por el pobre estado de salud de mi amigo y admirado escritor, José Agustín.

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