lunes, 15 de enero de 2024

UNA ANECDOTA DE MI TIO EL DR. JUAN FARILL

Mi padre y su hermano, mi Tío Juan Farill,
famoso ortopedista, tuvieron sus consultorios en los mismos edificios hasta la muerte del segundo. Como en los años setenta y tantos, mi tío Juan terminaba su consulta más temprano que nosotros––mi padre y yo–, por no ir a su casa vacía, con frecuencia (casi diario) iba a nuestro consultorio a platicar con nosotros unos minutos mientras mi padre se cambiaba su ropa (él atendía vestido de blanco con corbata, y para salir se ponía su ropa de calle). Ese lapso lo aprovechábamos para platicar con mi tío, quien era muy gracioso e inteligente. Creo que a mí me quería bien (creo que tuvo que ver que fui el único de sus sobrinos que le paró los tacos una vez que quiso rebatirme algo que hice en la boca de su nieta). Nos platicó una anécdota—nos platicaba muchas mientras le daba vuelta a su bastón—que vale la pena reproducir: cuando él era un joven estudiante de medicina, en algún hospital–probablemente el Hospital Juárez–en el que estudiaba, llegó un militar revolucionario bigotón muy macho y dirigiéndose a él—que usaba muletas para caminar, tenía Pié de Bot—le solicitó que lo operara de una circuncisión que requería. Mi tío le habló claro y le dijo que todavía no se recibía, era un interno, y no tenía mucha experiencia. El militar le insistió y mi tío tuvo que llevar a cabo la operación aquella, desde luego bajo anestesia general (se usaba éter). Mi tío nos confesó que la operación había resultado un reverente fracaso: el borde de la herida le había quedado muy disparejo y lleno de carnosidades. El aspecto del pene era horrible, nos confesó que “parecía una torre de ajedrez”. Mi papá y yo reíamos a gusto.
Unos meses después—siguió contando—llegó otro militar, medio parecido al primero, hasta el grupito de estudiantes que se asoleaban en las afueras del hospital. Éste preguntó quién era Juan Farill. Mi tío sintió que el piso se derrumbaba: seguramente, pensó él, venía a vengar al otro militar. Para acabarla, mi tío aún no se operaba del Pie de Bot y usaba forzosamente muletas: no podía salir corriendo. Cuando aquel militar se identificó como el hermano del primero, mi tío se sintió aún peor, pensando en una venganza inminente por el fracaso de la primera intervención, pero cuál sería su sorpresa cuando trató de explicarse argumentando su falta de experiencia y el militarote le dijo: “No, doctor, si no vengo a reclamar, al revés: vengo a pedirle que me opere también a mí y me la deje exactamente igual… No sabe qué éxito (con el sexo opuesto, se entiende) ha tenido el desgraciado de mi hermano desde que usté lo operó”. Y mi tío se desternillaba de risa. Sin duda, era un personaje inolvidable. Y para los que se pregunten: sí, lo operó.

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