viernes, 23 de junio de 2023

El Rector Javier Barros Sierra

 

El Rector Javier Barros Sierra.

Sr. Rector Javier Barros Sierra
Cara Oriente de la Torre de Rectoría

Como ya he dicho en Mis Memorias, entre el Rector Barros Sierra y yo hubo un clic instantáneo que comenzó cuando gané el Premio de la Sección Varia Invención de la Revista “Punto de Parida” dirigida y editada por la querida Maestra Margo Glantz—a quien yo conocía desde la Preparatoria 5— y el Rector mismo, acompañado por la élite de la intelectualidad universitaria, en la misma Rectoría entregaron los premios, consistentes en colecciones de libros editados por la UNAM.

 Los acompañaban los jurados que otorgaron los premios, entre los cuales puedo mencionar a Juan García Ponce, Emmanuel Carballo, Salvador Elizondo, Carlos Monsiváis, Gastón García Cantú, etc. Desde aquel momento, y habiéndose enterado por mí que estudiaba en la Escuela Nacional de Odontología, por algún motivo le caí bien (conocía a mi padre por fama) me llamó desde entonces “mi joven escritor” y tenía razón: yo apenas contaba con 22 años.

El Rector era una persona bastante alta y corpulenta, con el cabello grisáceo cuando empezó su gestión y completamente blanco cuando la terminó. Usaba un bigote varonil muy bien recortado (también blanco) y le gustaba usar trajes color oscuro lo que aumentaba su apariencia elegante.

Usaba calcetines cortos—no sé por qué—que le dejaban ver las canillas blancas y sin vello cuando cruzaba las piernas. Tenía voz gruesa y no empleaba anteojos más que para leer. Era un hombre muy bien preparado: erudito y sabio. Un excelente político un gran Rector.

Comenzó para mí una agradable época de amistad cercana con él. Tanto, que a veces, a través de alguno de los intendentes—cuatro a lo sumo—, me buscaba en la ENO para que lo acompañara a su oficina en la Rectoría para ¡platicar!  Esta oficina estaba en el 5º. Piso, estaba poblada de bellas mujeres, y tenía una notable vista hacia el oriente de la CU entera, particularmente de la sección llamada “las islas”, que en realidad es una serie de promontorios en un gran prado. A mí me llamaba la atención esta deferencia.

Y se preguntarán ustedes de qué hablábamos. Pues de distintas cosas: de política nacional (me confesó que al entonces Secretario de Gobernación, Luis Echeverría Álvarez, entre los demás secretarios algunos de sus empleados le llamaban “la mosca” por su propensión a inmiscuirse en todos los asuntos  aunque no le incumbieran.  De los viajes que le había tocado hacer, de la gran capacidad que tenían sus subordinados cuando había sido Secretario de Comunicaciones y Obras Públicas (hablaba especialmente bien del Director de Aeropuertos).

SCOP en 1968 en sus patios hice mi servicio militar


Le gustaba reír, aunque lo hacía parca y suavemente, y me contaba anécdotas por ejemplo del exRector Nabor Carrillo Flores y de otros excelsos personajes que habían sido altos directivos de las facultades y escuelas cuando él lo fue de la Facultad de Ingeniería y, luego, funcionario público. Era amigo del exdirector de la ENO, Nacho Reynoso.

Escuela (ahora Facultad) de Odontología UNAM

Su amable Secretaria Particular nos servía café de excelente calidad. Me costaba mucho trabajo despedirme de él, pues sabía que tenía cosas más importantes que hacer que platicar conmigo, así que decidí dejar que fuera la Secretaria la que me corriera cuando avisara que había una llamada o persona importante que demandaban su atención.

Desde luego, yo me desvivía por hacerle preguntas sobre la UNAM. Cuando le pregunté por qué toleraba que hubiera “porras”, se levantó, mirando por el ventanal y dándome la espalda, y musitó algo así como “si las quitamos ¿quién protege a la Universidad?” Me dejó helado, ya que es un punto de vista que nunca se me hubiera ocurrido. Me confesó que en su equipo no todos le eran fieles, pero no hizo más comentarios. Nunca lo escuché hablar bien del Presidente Díaz Ordaz, aunque tampoco nunca lo oí hablar mal, pero se notaba que su relación no era buena, por los intentos de Díaz Ordaz de inmiscuirse en los asuntos de la  UNAM.

El 1o de abril de 1968 que tomamos la
Escuela Nacional de Odontología. UNAM.

Cuando alguna vez le mencioné de soslayo el asunto de lo que estaba haciendo nuestro entonces Director de la Escuela, el Dr. Jesús Sarabia, recuerdo que me dijo que “era una técnica muy vieja—dijo algo así como que era un gallo muy jugado, o expresión similar— el rodearse de incondicionales, pero que le propusiera yo (¡yo!) tres posibles candidatos para sucederlo de manera que él pudiera presentar la lista ante la Junta de Gobierno”. Por más que le hice, y por más que discretamente consulté con mis compañeros y maestros, no pudimos conseguir tres candidatos: cuando uno era honrado, carecía de dotes de liderazgo, o se había echado muchos enemigos, o no tenía “grupo” que lo apoyara, o había tratado de seducir alumnas (esto último era muy frecuente con los recién llegados). Unos eran grandes profesores, pero carecían de tiempo para dirigir. Otros no podía abandonar sus consultorios.

Me di cuenta de la dificultad de proponer candidatos y de que no sólo se trataba de quitar a uno, sino también de poner a otro. Tuvimos unas tres o cuatro reuniones de este tipo y se suspendieron porque en esos tiempos mis compañeros y yo nos decidimos a “tomar” (invadir y conquistar) a la Escuela Nacional de Odontología el 1º de abril de 1968. Todas estas pláticas, con personajes de esta magnitud, hicieron que afilara mis experiencias y aptitudes políticas, ¡que duda cabe!

El dia que la J de G cesó al Director

Barros Sierra se hubiera visto parcial si nos hubiéramos seguido viendo en forma privada. Después de esto, personalmente me encomendó con uno de sus funcionarios leales para que se encargara personalmente y hasta el final del problema de Odontología. Que llegó a buen fin un año después cuando la Junta de Gobierno cesó a nuestro Director por malas prácticas. El funcionario que me guió fue el Lic. Miguel González Avelar, Director General del Profesorado a los 39 años de edad, quien años después fue mi compadre al bautizar él y su esposa a mi hijo.

A pesar de que le dimos al Rector muchas molestias cuando tomamos la Escuela (un año y tantito más) nunca decayó nuestra amistad y me apené mucho cuando me enteré que tenía cáncer. Falleció en 1971, a los 56 años de edad. México y la UNAM perdieron a u gran mexicano y a un excelso universitario.

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