La Odontología Mexicana de 1965 a 2010
Dr. Manuel Farill Guzmán
PARTE 1
Era el año de 1963. Acababa yo de
ingresar a la Escuela Nacional de Ciencias Químicas (ENCQ) estudiando para
Ingeniero Químico, en la CU de México, D.F. Era yo “perro” (novato) del Grupo 4
y como tal, había sido rapado por varios compañeros de años superiores. Van
ustedes a pensar que el que lo raparan a uno era vejatorio, pero al contrario, los “perros” tomábamos como un honor el andar
pelones temporalmente porque significaba
que ya éramos estudiantes de la UNAM. Las muchachas nos veían como buenos prospectos y era un descanso del peinarse los
copetes. Era la mera época del rockanrol. James Dean y Natalie Wood causaban furor. Los Teen Tops, los Locos del Ritmo y los Rebeldes del Rock, Angélica María, Alberto Vázquez, César Costa y otras muchas revelaciones del momento cantaban por radio y TV todo el tiempo. Las
películas de Elvis Presley estaban prohibidas en México por temor a lo que
pudieran hacer los “rebeldes sin causa”.
Facultad de Química desde Medicina |
Era una de las ciudades más
hermosas, bien planificadas, vivibles y seguras del mundo. Hay ocasiones en que
siento como que de eduqué en una ciudad y ahora vivo en otra más insegura, más
violenta, más atiborrada de autos, gente y esmog. No es que yo sea de los que
dicen “todo tiempo pasado fue mejor”, pero se vivía muy a gusto en un país de
41 millones de habitantes, de los cuales habitaban la ciudad de México 5.8
millones. Cuando me recibí en 1970, la ciudad contaba con 6,874 165 habitantes,
todas cifras del INEGI. El día que cumplí 21 años mis amigos y yo nos fuimos
caminando desde la colonia Del Valle al Centro —pudiendo tomar un trolebús por
35 centavos— y de regreso a las 3 AM, cruzando por las colonias de Los Doctores
(que ahora no visito ni de día) no por una manda religiosa ni nada por el
estilo: era la fecha en que ya podía entrar al centro nocturno “El Siglo XX”,
que está frente al Cine Teresa, en pleno Niño Perdido, ahora Eje Central, y que
era de los pocos en donde las vedettes se descubrían los senos. Ahora,
enciendes la TV y ahí están: y no como comedor, sino como parque de diversiones.
Pasé bien todas mis materias de
aquel año (lo cual es difícil) y en 1964
pasé a segundo año en el Grupo 1-F . Era mucho más difícil y con profesores más
perros —pero excelentes— que los del año anterior. No era el salto del 1 al 2,
era como de 1 al 4. Debo advertir que estudiar esta carrera es de tiempo
exclusivo: clases y laboratorios de 7 am a 15 horas. A veces, clases en las
tardes o en sábado. El resto del tiempo en el laboratorio adjunto al salón. En
casa, el poco rato que se pasa ahí, hay que seguir estudiando. En verdad, es
una carrera agotadora, muy dura, y felicito a mis compañeros que la terminaron,
que ahora son todos ricos.
No me encontraba a gusto porque
yo había pensado que la carrera tenía más química que matemáticas, pero no me
había puesto a pensar que el lenguaje de la ciencia es ésta última. Yo me había
destacado en química en secundaria y prepa, y resultó que la carrera era mucho
más teórica que práctica (estamos hablando de cálculo diferencial e integral y
de muchísima física). Tras mucho pensarlo y consultarlo, decidí acudir con mi
asesor de carrera (¡entonces los había —no sé ahora— en Servicios Escolares!) y
pedir un cambio de carrera. El problema era que no sabía qué quería estudiar.
Me hicieron 32 exámenes vocacionales—ah,
cómo los recuerdo, hasta me dolía la cabeza al salir de resolverlos— y decidí
por consejo de mi padre ir algunas mañanas a diferentes escuelas y facultades a
asistir a alguna—a cualquier clase, para ver por dónde iban mis gustos y sobre
todo mi vocación. Así, asistí a Arquitectura, Medicina, la recién creada
carrera de Licenciado en Administración de Empresas, a otras áreas de química
(había entonces otras carreras, como Químico Metalurgista de tres años y que entonces
exigía trabajar en las minas, la de Químico Farmacobiólogo, que estaba casi
totalmente habitada por mujeres y la de Químico, que era para aquellos
muchachos que desean pasarse la vida en un laboratorio, sin tanto contacto
humano, o por lo menos eso era lo que se pensaba entonces). Eran tiempos en los
que la mente era tan tradicional que si uno estudiaba una carrera, tenía que
ejercerla, nada de estar vendiendo cosas y de dedicarse a otra actividad. En
cambio ahora es lo que hacen casi todos los jóvenes.
Semanas después, el Departamento
de Orientación Vocacional de la UNAM me dio su veredicto: nunca habían visto un
muchacho con tanta predisposición para la Ingeniería Química como yo, y por
consiguiente no me autorizaban el cambio de carrera (¿a cuál?) pero en cambio
me podían autorizar a que me inscribiera en 5 materias de la misma área
químico-biológica.
No. Nada me convencía. Y entonces
sucedió el milagro.
PARTE 2
Mtro Dr Luis Farill Solares |
Mi padre, un prestigiado Cirujano
Dentista titulado en 1927, cuando la Escuela estaba en la calle de Licenciado
Verdad, en el Centro Histórico de la ciudad (ahora llamado Palacio de la
Autonomía”), ahora justo frente a la entrada de la zona arqueológica del Templo
Mayor, me sugirió: “¿Por qué no te das una vuelta por la Escuela de
Odontología?” Tuve el horror de
contestarle que me daba asco meter las manos en la boca de la gente. Lo que son
las cosas. Ahora ya cumplí 44 años de hacerlo y cada vez con más gusto. Pero,
viendo que —como casi siempre—podría tener razón, accedí y él de inmediato me
dio una carta de presentación en uno de sus recetarios para que yo me
apersonara con nada menos que el Director en aquel tiempo, un amigo de mi padre
y luego mi maestro, mi Director de Tesis y de Examen Profesional y, dos años
más tarde, testigo de mi boda: el maestro Miguel Santos Oliva, un cirujano
máxilofacial cuando aún no había esa especialidad en México. Entonces se
dedicaba uno a lo que quería y a lo que más facilidad tenía, la profesión era
muy abierta. Pongo aquí la carta que le entregué de parte de mi padre y por la
que él, desde luego, me facilitó la entrada a cualquier clase de la ENO que yo
quisiera de ese año de 1964. Así conocí a muchos compañeros que luego iban un
año “arriba” de mi generación: Luis Farell, José Luis Gutiérrez “el Francés”,
Vallejo, Oneto, Carlos Paz, Genaro Barrera, Jorge Couto, José Mote, Jaime Moedano,
y entre las compañeras, entre otras, a Hilda González Elizondo, Virginia Núñez,
Raquel Zagorín y a la famosa Lourdes Aguilar, quien era la estudiante más
aplicada de la Escuela y poseedora de la beca del Rector. Ellas luego se
casarían con colegas míos, siguiendo la Ley del Gene del Eugenol, que inventé y
que dice “Los dentistas tienden a casarse entre sí para producir aún más
dentistas”. La verdad, la cantidad y calidad de las chicas que pululaban por la
Escuela fue un factor interesante para que yo me inclinara por esta carrera: Julieta
Algazi, las hermanas Díaz—ahora una de ellas, Martha, una prestigiada
historiadora y ejecutiva de la Facultad de Odontología—, Margarita Rodríguez,
Lourdes Fragoso, y muchas otras
influyeron para que me decidiera a estudiar esta carrera. Pero no se crea que
esto queda ahí, porque en mi generación también hubieron muchas compañeras de
buen ver y tuve la fortuna de casarme con una de ellas, que además, es muy
inteligente, capaz y bondadosa. Pero me adelanto.
Me gustó tanto la carrera, y me
pareció tan seria y divertida a la vez que me quedé. La tomé como me enseñó mi
padre: en vez de ser dientólogo había que ser médico de la boca, estomatólogo. Además, tenía la ventaja implícita de que
suponía yo que mi padre me dejaría su consulta en “charola de plata", cosa que
no sucedió en su totalidad.
31 de marzo de 1970 Mi Maestro Santos, el Dr. Peimbert y yo |
Había en la Escuela un ambiente de libertad y,
siendo (como hasta ahora) la carrera más costosa del mundo, las personas que
podían hacer el sacrificio económico de enviar a sus hijos a esta Escuela eran
personas en su mayoría de clase media (que estaba naciendo entonces en nuestro
país), por lo que la Escuela tenía un ambiente parecido al de una escuela
particular. Teníamos muchos compañeros de otros estados y hasta de otros países
de Latinoamérica, y de variados rumbos de la ciudad y de edades y clases
sociales diferentes. Tuve compañeros que vivían y viven en Las Lomas de
Chapultepec, Polanco y el Pedregal de San Ángel y también de Peralvillo, Tepito
y Ecatepec (qué vergüenza, pero estos últimos eran los llegaban más temprano a
clases). La UNAM de aquel entonces era un mosaico de personajes de todo el país
y así aprendimos a querernos, a sentirnos todos
mexicanos y a lograr amistades imperecederas. Era verdaderamente
nacional, porque entonces sólo había tres o cuatro escuelas de odontología en
todo el país y por ello todos los que querían estudiarla tenían que venir a
hacerlo a la UNAM. No como ahora, en que hay una en cada colonia, porque los
mercaderes se dieron cuenta de que eran buen negocio—hablaré de ello más
adelante. Ante el rigor de la ENCQ, la ENO era muy divertida y ligera. Recuerdo haber
escuchado en 1964 de un profesor de Materiales Dentales (no era el Dr. Ortega
Zárate) que “había tres clases de cera azul: la estándar, la normal y la común
y corriente”. Eso jamás hubiera sucedido con los maestros en Química. Pero ya hablaremos de eso.
En 15 días la parte 3. Les recuerdo mi página www.dentistasenmexico.com, www.ronquidoenmexico.com.mx y www.comoobtenermaspacientes.com
Pueden dejar sus comentarios aquí, en mi correo drmfarill@gmail.com o en
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