lunes, 22 de mayo de 2023

 

Química Orgánica, el Maestro De la Torre y el Ajusco (1963)

 Las clases de Química Inorgánica eran muy interesantes gracias al profesor De la Torre,  que no sólo era muy buen profesor, sino que además le gustaba el montañismo. El profesor debe haber tenido unos 48 años.

Con este profesor me pasó algo gracioso. Nos invitó a todo el grupo, a los que quisiéramos, a ir con él y sus hijos el domingo muy temprano al Ajusco a un picnic y, en general, a un paseo. Se me ocurrió invitar a mi compañero desde la secundaria Carlos Zubirán, (yo no tenía auto, recuerden; él tenía auto, un horrible pero útil Corvair), que estudiaba Comercio y Administración (fue el año en que se inició la carrera de Licenciado en Administración de Empresas) y éste accedió feliz, pensando seguramente, igual que yo, que íbamos a un picnic. 

Llegamos puntuales al lugar señalado, en donde se debe iniciar el ascenso a la montaña, a los pies del poblado San Miguel Ajusco, y nos dimos cuenta de que algo andaba mal. 

Mar y yo en una reunión de exalumnos
de CQ en 1975. La poareja junto a nosotros
es la de mi compadre el Ing. Manuel Aysa.

El profesor y sus hijos estaban vestidos de montañistas tiroleses. Sí, con sombreros con pluma, mochilas, piolets, botas especiales y todo. Carlos y yo íbamos vestidos para domingo, enchamarrados eso sí, él con un gazné muy elegante, y yo acerté a bajar del auto un impermeable de esos que se hacían de puro plástico polietileno gris. 

Empezamos a caminar y ¡subimos el Ajusco hasta el Pico del Águila! Arriba, hacía mucho frío, había muchas tuzas que dejaban muchos hoyos traicioneros  y teníamos mucha hambre y sed y, encima había una niebla espesísima que no dejaba ver. Los compañeros se condolieron y nos regalaron lo que les sobraba de sus comidas. 

Estoy seguro que ninguno se esperaba subir el Ajusco. Luego bajamos, pero por la parte de atrás del monte, cuando empezó una llovizna que por momento era chubasco y luego chipi chipi, pero no paró hasta que horas y kilómetros (literalmente) después llegamos al auto, Carlos medio tapándose con la mitad de mi impermeable, pues lo había dividido en dos, y yo la otra mitad. Recuerdo que aquel gazné que llevaba Carlos a estas alturas parecía la gabardina de Cantinflas. Ambos estábamos empapados, muertos de cansancio, de hambre y sed. 

Laboratorio actual de la Facultad de CQ
El colmo fue cuando el profesor De la Torre se nos acercó para despedirse y dándonos una lección nos dijo que pondría “unos granitos” del detergente FAB en el parabrisas para que se desengrasara y de paso viéramos la acción de "cómo rompía la tensión superficial un detergente". Puso un puñado de polvo de FAB y le dijo a Carlos que echara a andar los limpiaparabrisas, y en el momento que éstos distribuyeron bien al jabón y éste formaba una gruesa capa opaca sobre el vidrio, dejó de llover súbitamente y nos tuvimos que regresar, en un silencio mortal, hasta nuestras casas (también vivía en la calle de Pestalozzi) sin poder ver el camino por los vidrios opacos. 

Mi credencial de aquellos años.
Corolario: ni él ni yo fuimos a la Universidad en dos días de lo adoloridos que quedamos. Carlos se abstuvo de hablarme unos meses.



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