MI SERVICIO MILITAR EN 1962
Mi
tío, el General Cristóbal Guzmán Cárdenas, General de División y a la sazón
Director de Educación Militar (hablaré de él más adelante, porque es uno de mis
personajes favoritos), se portó siempre muy bien conmigo para ser militar.
Él NO
me autorizó el adelantarme al servicio militar (que es hacía cuando cumplías
los 18 años ordinariamente) para qué pudiera tener un permiso para manejar un
año delante de lo normal, pero
discretamente hizo que su ayudante particular—otro general— me lo facilitara,
para que no anduvieran diciendo que el General Guzmán Cárdenas ayudaba a sus
familiares.
Por
cierto que siempre tuvo secretarias militares guapísimas y tenía un chofer
fidelísimo. Cuando yo llegaba del Servicio Militar rendido y sudado a la casa
el domingo como a las tres de la tarde, y estaba él en mi casa tomando su
whiskey pre-pandrial, me hacía que primero me le cuadrara antes de saludarme de
mano. Ya lo veremos más adelante, cuando cuente cómo y cuándo sí me ayudó de a
de veras.
Ese
servicio militar fue muy grato en mi caso y ahora contaré por qué.
El
origen del SMN estuvo con la entrada de México a la Segunda Guerra Mundial,
cuando el Presidente Cárdenas o Manuel Ávila Camacho decidieron hacer un gran
cuerpo militar con los muchachos de 18 años (edad promedio de los soldados de
todo el mundo). En mi caso, el servicio militar lo hice apenas pasando 17 años
después de la guerra mencionada, que es la que dio origen al mundo tal como es
hoy.
Tras
de marchar varios domingos con toda la raza, ir a disparar al campo Las Palomas
en la Zona Militar 1—vale la pena aclarar que te daban 10 cartuchos para que le
tiraras al blanco que estaba sobre una “trinchera” excavada en el suelo de
tierra, y luego tenías que tirarte en la trinchera y oir silbar los disparos
que otros hacían sobre los blancos a u metro de altura sobre tu cabeza— y de
cargar el fusil (que pesa 4.5 kg… al principio, ¡porque luego de varios
kilómetros parece pesar 45 kg!) y de llevar la bayoneta, llamada “marrazo”,
colgando del cinturón, durante muchos kilómetros dando vueltas al patio de la
entonces SCOP—, pues, así las cosas, me le presenté MUY respetuosamente al
General, un tipo hosco y desagradable al que llamábamos “El Sapo” y le hice ver
que aunque tenía los pies planos (mentira) yo deseaba seguir ayudando a la
Patria. Medio apantallado por mi espíritu nacionalista y con cara de fuchi, me
inquirió si tenía yo coche, y yo le dije, que no tenía, pero que conseguiría
uno. “¿Sería usted mi chofer y ayudante?” “¡Claro que sí, mi General!”
“Entonces vaya y póngase galones de sargento primero, porque los choferes de
general no pueden ser menos que eso”. “¡Encantado, mi general!”, me acababan de
dar mi primer ascenso.
Aunque
yo no tenía auto, mi querido compañero desde secundaria hasta Ciencias Químicas
Carlos Longares sí tenía un De Soto verde oscuro en excelentes condiciones pese
a su edad. Carlos también se puso “los galones” y así nos pasamos el año, yendo
a recoger al General al centro histórico y llevándolo otra vez al terminar la
sesión dominical como a las 3 PM.
Tras
de “jurar bandera” en el Zócalo, una muy emotiva ceremonia, nos pasamos el
Desfile Militar del 16 de septiembre revisando las vallas que los conscriptos
hacían para evitar que el público se desborde y se meta en el trayecto de los
que sí desfilan, pero no desfilamos. Me dieron mi cartilla liberada legal al
final del año, con lo que pude obtener mi permiso para manejar ayudado por mi
tío Esteban Ponce, del que también hablaré más tarde.
Una
cosa sí les digo: hagan que sus hijos o nietos hagan su servicio MILITAR
obligatorio: les formará la vocación de servicio y de enseñanza que todos
debemos tener y los hará conocer a muchachos de todos los estados y de todas
las clases sociales, lo que enriquecerá su conocimiento del país. Y les dará
anécdotas importantes para sus vidas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario