sábado, 6 de febrero de 2021

Sucedidos en Odontología. El Primer Congreso Internacional de Estudiantes de Odontología

 


Dr. Manuel Farill Guzmán


Corría el año de 1967, creo, cuando la ENO fue una de las organizadoras del Primer Congreso Internacional de Estudiantes de Odontología en CU. Mi grupo estaba en segundo año (cuarto semestre). Desde luego, varios compañeros y compañeras nos inscribimos. Las reuniones científicas tendrían lugar en el Auditorio que gentilmente había prestado la Facultad de Medicina de la UNAM para ello, que es por cierto muy bello.

La verdad, yo no pude asistir a muchas de estas sesiones por estar inmiscuido tanto en mis estudios como en la grilla de la Escuela.

Pero a las fiestas y convivios sí fui, acompañado por mis amigos y compañeras. Habíamos estudiantes y profesores (que eran algunos ponentes) de nuestro país y de Chile, Ecuador, Bolivia, Colombia, que recuerde yo. Tal vez había de más países, pero no los recuerdo. Hicimos migas inmediatamente, sobre todo con las compañeras y con la profesoras de estos países.

Recuerdo que ya para terminar el Congreso, unas compañeras que iban uno o dos años delante de mi grupo (mayores que nosotros, pues), organizaron una tardeada en una casa en el retorno de la calle de Cerro Xico, en Copilco Universidad. Dicha casa era casi vecina de la mía porque estaba a espaldas de la Av. Universidad en un sitio muy bonito. Las ventanas del estudio de la casa tenían la vista del retorno.

Pues serían las siete de la noche en la casa donde se llevaba a cabo aquella tardeada, unos bailaban, otros platicaban, otros bebían, cuando de pronto tocaron violentamente la puerta de la calle y una de nuestras compañeras, Margarita se llamaba, abrió para que entraran empujándola unos señores que tenían la pinta de policías de película mexicana: gabardina, bigotes, sombreros, cigarros en los labios y eran seguidos por policías de los que llamábamos “azules”. ¡Todos nos sobresaltamos, claro!

Gritaron un nombre que no viene al caso. Buscaban a un muchacho ecuatoriano del que no diré el nombre. Y ahí estaba él, que tardó un rato en aparecer: un muchacho bien parecido, blanco y creo que de ojos claros con un acento característico en su hablar. Buena persona, normal, no se había metido con nadie.

Lo tomaron de los brazos y se lo llevaron ante el estupor de los asistentes (yo entre ellos). “¿Qué paso? ¿Quién era? ¿Por qué se lo llevaron?” Eran las preguntas que todos nos hacíamos. “¿Quiénes eran estos que vinieron? ¿De qué policía eran?”  (habían muchas policías entonces: de aduanas, tutelares, de la Federal de Seguridad (temibles), de la DIP, de muchas partes: había hasta Policias Forestal, Aeropuertaria y de Hacienda. Pues con la pena: la fiesta siguió, pero ya con menos ánimos. Pronto nos fuimos despidiendo de los dueños de la casa que no recuerdo quiénes eran. Me regresé a la casa caminando.

Pasó el tiempo y años después me encontré con este cuate ecuatoriano en algún Congreso o en alguna Escuela de las tres que me tocó fundar. Le pregunté, claro, qué había sucedido y me dijo que entonces andaba metido en algún movimiento guerrillero o sedicioso en su país y que lo habían deportado y él había sufrido cárcel en el Ecuador unos meses.

Años después volví a saber de él: era Director de la Facultad de Odontología de Ecuador y años más tarde fue Ministro de Salud de aquel país. ¡Las vueltas que le dio la vida!

Nunca se repitió aquel Congreso, por lo menos no en México.

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