viernes, 19 de octubre de 2018



Blog 4, Historia de la Odontología en CU de 65 a 69.
Dr. Manuel Farill Guzmán
ESTA PARTE, QUE SE ME HABÍA QUEDADO EN LA COMPUTADORA, VA DESPUÉS DEL TERCER "CAPÍTULO" DE ESTA SERIE. 

Todo ese año de 1965 sirvió no sólo para aprender de los profesores, sino también para conocernos entre compañeros. Así se fueron formando grupitos: los de las chamacas que se sentaban hasta enfrente de la clase, la de los matados y matadas; los que gustaban de los deportes; los que echaban relajo, los que no daban una. De igual manera, empezaron a hacerse parejas: que fulano “andaba” con menganita (o viceversa).

El grupo con el que yo me juntaba con mayor frecuencia era uno de mucho relajo, pero de mucho estudio. Parecía o era el Club de Tobi, porque estaba formado por hombres: Joaquín Zavala, Jaime Villaseñor, Raúl Cameras, Raúl Castro, Armando Salmón, Rubén Malpica, Aurelio Ortiz Haro, Roberto Magallanes (en su casa y en la mía nos reuníamos a estudiar materias de esas que nos hacían desvelarnos, como las Ciencias Básicas), Armando Mafud, Carlos Bellamy Haro—un serio estudiante hijo de amigos de mis padres—, y Fernando Lagunas, quien era súper ocurrente. Eso no quiere decir que no lleváramos buena amistad con los demás, sino que nos conformamos como en una cofradía. Dejen que les cuente una primera impresión de ellos y no se dejen engañar, el que narre en tiempo pasado no significa que ya no sean así, sino que ahora son mejores personas y excelentes dentistas:

Roberto Magallanes vivía en el sur de la ciudad. En el Post anterior hay una foto de él junto con Rubén Malpica. Nos hicimos muy buenos amigos, y no era difícil, porque él era inteligente, juzgado “carita” por las muchachas  y con un buen sentido del humor. Su padre, Don Alfonso, era un dentista de renombre al que le iba muy bien (entonces les iba bien a los buenos dentistas) y su madre, una señora muy bonita y amable, nos atendía muy bien cuando visitábamos su casa, en Barranca del Muerto. Vivía con sus hermanas y un hermano mayor.  Tenía un auto antiguo verde botella muy bien cuidado. Cuando íbamos a su casa siempre nos convidaba yogurt natural que hacían en su casa (que todavía no se vendía profusamente como ahora), que es un producto de la fermentación de la leche producida por bacterias benignas. Si se lo pedíamos, nos regalaba Bacilos búlgaros (así llamábamos a las bacterias yogúrticas).

Una vez me regaló una dotación de éstas, seguí sus instrucciones y, como los bacilos se reproducían a la velocidad de los mexicanos, pronto tuve tanto yogurt que no sabíamos en casa qué hacer con él. No me acuerdo qué les pasó a esos bacilos. En su casa conocí, mediante la TV a un boxeador que entonces iniciaba su exitosa carrera: Cassius Clay, quien con el tiempo cambió su nombre y religión por Mohamed Alí y luego fue campeón mundial indiscutible muchos años: no había quien pudiera con él. Era emocionante ver a Cassius porque no he vuelto a ver a nadie como él en ese peso. También vimos peleas de box de mexicanos, que eran buenísimos en sus respectivos pesos. Pero más me acuerdo de las desveladas de campeonato que nos metíamos antes de exámenes difíciles, como los de Anatomía en aquel año. En años subsecuentes nos desvelábamos también—tanto, que de su casa nos íbamos al examen y luego a desayunar a algún Sanborns—estaba de moda el de Tlaxcala e Insurgentes Sur, a unos pasos del reconstruido Cine de Las Américas, que unos años antes había sido destruido por adolescentes cuando proyectaban la única película de Elvis Presley que pasaron en México (precisamente por esa razón).
Desde estudiante, Roberto tuvo una gran facilidad para la odontología, con unas manos muy eficientes y veloces. Sin duda fue uno de los mejores de este grupo. Ahora sigue siendo un gran dentista y rehabilitador.

Carlos Bellamy Haro, hijo de padres que eran grandes amigos de mi madre, resultó que era seleccionado olímpico y campeón nacional de 400 metros planos. Era un muchacho muy espigado, pero duro como el concreto. Pronto nos enteramos que era un gran guitarrista—le había enseñado su padre, un ingeniero químico muy serio— y que sabía canciones bellísimas de las que yo ni había oído hablar. Con él empecé a cantar boleros  y canciones románticas. Hacíamos un buen dueto. Debo advertir que aunque en esa época rockanrolesca me convertí en bohemio y dejé a un lado a los grandes conjuntos extranjeros que había en esa época, yo ya había escuchado de mi hermano mayor muchas canciones románticas. Mi hermano Hugo me ha contado que cuando yo tenía tres o cuatro años le pedía que me durmiera cantando “muñequita linda”. Carlos pasaba gran parte de su tiempo libre en las instalaciones deportivas de la UNAM. Él fue el que me enseñó a ir a la Alberca de la CU, a la que asistía con frecuencia y a la que luego me acompañaron otros cuates del grupo.

Con Carlos hemos seguido una amistad que ya está cercana a los 50 años. Él se casó con una compañera nuestra que ahora es excelente psicóloga clínica y que cantaba ( y debe seguir haciéndolo) muy bien. Siempre he pensado que todo dentista tiene una parte artística que debe explotar, ya sea en forma personal o comercial: escultura, pintura, dibujo, música, baile, actuación, literatura, etc. forman parte de ser dentista. Y ahora, cineasta o fotógrafo que son, entre otras, las nuevas bellas artes. Carlos Bellamy y yo dimos clases en la UNITEC desde que ésta se fundó, en 1969/1970. Ahora resulta que él es el Decano de los profesores de esa Universidad. ¡Cómo pasa el tiempo!
Yolanda, Carmen, Gustavo y Carlos
con la lira. Casa de la primera. 1966.
Allá por los sesentas llevamos serenatas, hicimos un grupo bohemio en el que nos juntábamos a cantar y a divertirnos en casa de amigos (señaladamente de Yolanda Federico Arreola, una tijuanense agradable y bien plantada). En una de esa reuniones bohemias, años más tarde, me le declaré a mi ahora esposa Marcela Vivanco la noche de un 6 de octubre, el mes de las lunas hermosas. Afortunadamente me dijo que sí. De eso hablaré cuando lleguemos a 1967.

Aurelio Ortiz Haro, Marcela
Vivanco y Fernando Lagunas
en la entrada de la Unidad de
Congresos del IMSS, Ca. 1968
Fernando Lagunas merece un párrafo aparte. Muchacho sano, moreno, de pelo ondulado y muy inteligente y muy gracioso. De Peralvillo. Como buen peralvillense, tenía un ingenio enorme para los juegos de palabras, para el chiste ocurrente, para la imitación de personajesimitaba a los maestros como nadie (basta con recordar su imitación de Nava Segura) y a muchos compañeros y compañeras. Tocaba la guitarra también, más modestamente que Bellamy, pero era entonado y no le huía a la cantada. Era entrón, podía uno confiar en él, y le gustaba el fútbol. Siempre estaba inmaculadamente limpio y llegaba temprano a clases a pesar de la gran distancia que había de su casa a la CU.  Le caía bien a todos. Era un muchacho muy popular, no sólo en nuestro grupo, también en el otro grupo matutino. Tenía un gran don de gentes, lo que ahora se llama “inteligencia social” o en inglés “people skills”. Fernando la “hubiera hecho” bien en cualquier carrera. Ahora que recuerdo a mis compañeros creo que éramos estudiosos, porque no recuerdo a ninguno que haya sido un fracaso. Con razón otro compañero de otro grupo nos dijomientras pulsaba las cuerdas de una guitarra cuando lo invitamos a ir a una conferencia: “No, gracias. A ustedes se les da bien eso del estudio, nosotros somos buenos para la flojera” (palabras más o menos).

Aurelio Ortiz Haro era un buen amigo y compañero muy educado. Su familia decía provenir del héroe Nicolás Bravo (él era Ortiz Haro y Bravo). Vivía en la colonia Narvarte en una casa muy grande en Dr. Vértiz. Era un estudioso nato y tenía muy buen sentido del humor. Era propietario de un Opel muy limpio, que era un auto muy conservador y popular en aquellos años. Era menudo, pero aguerrido y jalaba con todas nuestras bromas.

Rubén Malpica, el Flaco, era un jarocho tímido en aquellos años (luego cambió su carácter para mejorarlo). Era bastante serio, con gafas oscuras casi permanentes (ha de haber tenido algún problema ocular), muy delgado y narigón. Moreno claro, de cabello negro y lacio, tenía sus destellos de simpatía veracruzana y era muy serio en sus proposiciones. Eso no le quitaba que nos cobrara por modelar nuestros dientes en la clase de Anatomía Dentaldiez pesotes por el diente que fuera. Vivía en la calle de Anaxágoras, colonia del Valle, con su familia. Tenía, como podrá imaginarse, una gran facilidad para las cosas manuales. Era muy buena persona y un buen compañero, pero se enojaba con facilidad. Finalmente se metió en negocios que desconocía y eso lo llevó a perder considerables sumas y su consultorio. 

Raúl Castro Núñez, oaxaqueño de buena familia. Su padre era médico y su hermano mayor, Carlos Armando (muy buen cuate) iba dos años antes que nosotros. Raúl era un buen político (luego fue representante de nuestro grupo) y tenía muy buen humor. Con frecuencia nos juntábamos a estudiar en su depa (en la calle de Gabriel Mancera casi esquina Morena) porque vivía con su hermano y poseían un motor de banco, con el que pulíamos nuestras incrustaciones de metal K. ¡Cómo recuerdo, al pulir las de quinta clase, que de pronto se atoraban en la rueda de fieltro untada con rojo inglés, y se nos iban de los dedos! Sólo escuchábamos ¡clack! cuando caían al piso, pero era muy raro que las encontráramos. Claro, esto sucedía cuando faltaban unas horas para entregarlas puestas en un tipodonto como examen final. Raúl era un amigo querido por todos, y lo sigue siendo. Corrimos, con los demás, algunas buenas fiestas o parrandas.

De  Armando Salmón podría escribir un libro, porque era un tipo excéntrico y fuera de lo común. Tenía el cabello café medio claro, lacio y rebelde y se lo mesaba continuamente. Era de tez blanca, tenía una nariz afilada y ojos claros, cejas abundantes. Era hijo de mexicano y estadunidense. Poseía un Opel muy descuidado. Era muy rudo en sus juicios de los demás y laxo en el propio. Caminaba



como con flojera y tenía una risa fantástica y contagiosa. Cuando se reía, su rostro se iluminaba. Tenía los dedos afilados, propios de un pianista, que no era. Sentarse en clase junto a él era una aventura, porque no se podía saber a qué hora se le iba a ocurrir decir una broma o hacer un disparate. Era un extraordinario amigo durante toda la carrera. El no se casó con una dentista. Qué extraño, ¿no?

Joaco Zavala
Joaquín Zavala, el “Joaco”, era tijuanense. Esa denominación era para mí desconocida hasta ese tiempo. Hablaba muy buen inglés y el español estaba lleno de expresiones champurradas: “bato”, “morras”, “línea” en vez de frontera, “pistear” en vez de beber. Tenía un fuerte acento norteño del oeste y a veces usaba botas vaqueras con puntas de plata. Era muy mujeriego (su especialidad: las estadunidenses que acudían a la Facultad de Filosofía y letras en los meses de verano). Era alto, moreno claro, con cejas abundantísimas y dientes envidiables; luego se dejaría crecer barba y bigote. Como buen norteño, era simpático y sincero hasta las cachas. Lo que decía, lo cumplía. Se juntaba con otros muchachos de allá mismo y a veces hasta con los sonorenses (no se querían mucho los tijuanenses con ellos). 

Vivía en casa de huéspedes, de las que conocí varias. Le gustaba “pistear” y juntos y con otros cuates fuimos varias veces a sitios de norteños en la calle de Amsterdam, en Xola y Av. Universidad y en Venustiano Carranzaen esta última nos tocó una vez una batalla campal, de la que salimos bien librados por escondernos bajo una mesa para luego irla moviendo desde abajo hasta acercarnos a la puerta mientras volaban tarros y botellas de Corona. Cuando llegamos a la puerta y salimos a la calle, estaban llegando los policías. ¡Qué salvada nos dimos!  Fue también representante de nuestro grupo en algún año. Entonces, la carrera se estudiaba en cinco años, y no fue sino hasta 1967tercer añoen que los años se convirtieron en dos semestres. Era un muchacho serio y estudioso, aunque tenía su vena de relajo.



Jaime Villaseñor era un michoacano bien plantado, delgado y alto (atención: no había gordos entonces), moreno claro, de cabello ondulado. Muy serio, no dejaba de ser muy aguerrido con las damas y muy simpático. Dedicaba mucho tiempo al estudio. Era un buen amigo mío, y yo tomaba muy en cuenta sus juicios porque era sabio.
Aurelio, Mafud, Villaseñor, Vicky Landeros, Marcela Vivanco y Manuel Farill
en "El Abajeño", Ca. 1966


Armando Mafud era un mexicano de origen libanés muy agradable (lo es hasta la fecha). Era oriundo de Salina Cruz.  Con el cabello lacio y no muy alto de estatura, fue nuestro compañero más organizado. La hizo también de representante de nuestro grupo y tenía una risa tumultuosa (empezaba a reír y no había cómo calmarlo). En esos tiempos había mucho por qué reír. Vivíamos en una ciudad limpia, cosmopolita, segura, bonita, llena de cosas qué hacer y a la vez vivible por su tamaño y por el número de habitantes (unos 4 millones más o menos). El aire era respirable, podía transitarse en auto o “camión” rápidamente. Para que se den una idea, mi casa estaba en la colonia del Valle. De ahí a CU, en el sur de la Ciudad, junto al Pedregal de San Ángel, en mi auto (tenía un Volvo blanco de cuatro puertas que me “prestaba” mi padre), hacía yo unos 8-10 minutos. La Avenida Universidad no era del ancho que tiene ahora, y sus camellones ocupaban más espacio. No había Metro por debajo de ella. Se cruzaba Rio Churubusco (que era un arroyo) a través de un puente que hacía saltar a los autos, pero había tramos despoblados en donde se podían hacer 100 kilómetros por hora… Bueno, a lo nuestro. Armando Mafud vivía con su hermano mayor en un  departamento adyacente a la Avenida Taxqueña (ahora M.A. de Quevedo) cerca del cruce con División del Norte.

He dejado al final a Raúl Cameras Meneses, mi compadre, que era un buen muchacho de San Cristóbal de las Casas, Chiapas. Era de buena familia y tuve el gusto de conocer muy bien a sus padres, hermano Leopoldo (el hombre más feliz del mundo) y hermana menor Lupita. Estudió hasta la secundaria en su estado natal, uno de los lugares más bellos del país, y luego llegó a la ciudad (recuerdo que me platicó que se le salieron las lágrimas en el omnibús en el que llegó a la ciudad de México vía Calzada General Zaragoza, al ver el tamaño de la ciudad. Téngase en cuenta que era un muchacho de 15 años). Es de estatura regular, moreno claro, de cabello y ojos oscuros y sonrisa envidiable. Con un sentido del humor extraordinario y con excelentes ocurrencias constantes. Como buen chiapaneco, era muy valiente sin andarlo cantando. Tenía mucha facilidad para los deportes (de vez en cuando organizaban pequeños juegos de fútbol en el estacionamiento de atrás de la Escuela). Era de una inteligencia y simpatía extrema y jamás se rajaba de lo que decía. Posiblemente fue uno de los mejores estudiantes de este grupo, ya que tenía una gran inteligencia y una gran retentiva. Les caía muy bien a todas las muchachas del salón y de la escuela.

Dejaré para otro Post la descripción de otros grupos de compañeras y compañeros.

Pues, entre estudios,  las inolvidables disecciones en cadáver, prácticas muy interesantes de laboratorio, angustias por el rigor de microbiología, anatomía e histología y embriología nos pasamos el año mientras que nos íbamos conociendo. Fue mi peor año en la carrera, porque tuve 8 de promedio.  

Que yo recuerde  tuvimos dos compañeros que sólo estuvieron ese año con nosotros y luego dejaron la carrera: Luis Stern y una muchacha rubiecita de la que sólo recuerdo que se llamaba Leonor y que era  amiga de Georgina González Hermosillo y de Virginia de los Cobos, hija de otro renombrado dentista. Ojalá me refresquen la memoria algunos de mis compañeros. Recuerden que pueden dejar sus comentarios, sus porras o quejas al final de este blog.

Mientras tanto, en la UNAM estaban cocinándose cambios para mal (según yo). Nuestro Rector era posiblemente el mejor hasta ese tiempo: el Dr. Ignacio Chávez. Había establecido el examen de admisión para quienes quisieran ingresar a la UNAM, vinieran de donde vinieran. Sus ideas eran extraordinarias, pero al implementarlas lo hacía sin vacilaciones, cosa que le ganó enemigos, como sucede con las personas inteligentes, rectas, honradas y que sin titubear persiguen el mejoramiento de las instituciones. A finales de ese año, el Presidente de la Sociedad de Alumnos de la ENO acudió a nuestro grupo para preguntarnos si estábamos de acuerdo con la manera en que el Rector llevaba a la UNAM, y aunque nuestro grupo nada sabía de eso, la mayor parte de los estudiantes de otras escuelas habían votado que “no”. Para quien quiera ver un enlace a la biografía del Maestro Ignacio Chávez, pueden hacerlo en http://www.colegionacional.org.mx/sacscms/xstatic/colegionacional/template/content.aspx?se=vida&te=detallemiembro&mi=98

De vez en cuando me daba mis escapadas y me iba a la Escuela de Ciencias Químicas a visitar a mis compañeros y a olfatear el aroma a ácido sulfhídrico de los laboratorios. Sentía cierta envidia al ver que ellos ya estaban en tercer año y yo apenas reiniciaba en primero. Entonces se decía: “Quien pasa primero y llega a tercero, ya es ingeniero”. Gracias a estas visitas aún conservo la amistad con muchos de ellos.

Los que tomamos la Escuela, saliendo de madrugada de la casa de Roberto Magallanes, fuimos (a reserva de recordar a todos o de poner a alguno que no estuvo presente): Roberto Magallanes, Carlos Bellamy Haro, Raúl Cameras Meneses, Benito Raúl Rodríguez,  Fernando Lagunas Chávez, Joaquín Zavala, Rubén Malpica Domínguez, Oscar Lozano (QEPD), Manuel Farill, Aurelio Ortiz Haro, y una aguerrida reportera del Universal, Graciela Leal. De ésta última, mi querida prima, guapísima, sólo puedo decirles que el entrar con nosotros a la escuela le costó que le quitaran el puesto porque la UNAM no era su "fuente".




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